La temporada del Deportivo Alavés que ya está cerca de expirar ha estado plagada de partidos nefastos, de fallos clamorosos y de acciones imperdonables, pero en pocas ocasiones se había podido presenciar una concatenación de errores, individuales y colectivos, como la que el equipo albiazul perpetró ayer en Mendizorroza en el partido en el que se jugaba sus últimas opciones reales -las que le quedan ahora son prácticamente virtuales- de acceder a la cuarta plaza. Despistes, desaciertos, malas colocaciones. Fallos por doquier y todo ello ante un equipo como el Mirandés que si de algo puede presumir es de funcionar de manera robótica y acompasada, sabiendo cada jugador qué pie tiene que mover con una sola mirada entre compañeros.
Lo que iba a deparar la tarde quedó meridianamente claro casi en la primera jugada del partido. Parece que los jugadores del Alavés son los únicos de todo el planeta fútbol que no saben quién es y cómo juega Pablo Infante. Será porque no ha llenado páginas de periódicos y minutos de radio y televisión el banquero más famoso de Quincoces de Yuso. Pues no, ni así. El extremo del Mirandés habrá repetido la misma acción con la que ayer abrió el marcador mil veces, pero en la zaga albiazul nadie debía esperarse su recorte desde la banda izquierda hacia el interior para sacar un disparo raso con su pierna derecha.
En esa acción el fallo clamoroso fue de Óscar Rubio, pero no tardaron en sumarse a la particular tragedia Quintanilla, Moya y Salcedo, escasamente acompañados por las líneas más adelantadas del equipo, que aquí la culpa es de todos. El desorden defensivo del equipo fue clamoroso y solo la falta de acierto rojillo en las proximidades del área propició que el partido siguiese abierto incluso cuando una penosa ejecución de la táctica del fuera de juego propició el segundo gol visitante, de Mujika.
Una de las notas más negativas de la tarde la puso Quintanilla, a quien se vio por momentos excesivamente acelerado y cometiendo fallos que no se le habían visto en todo el curso y que han sido habituales entre sus compañeros en la línea defensiva. No cabe, eso sí, reprocharle nada al que ha sido, sin duda, uno de los mejores jugadores de este equipo a lo largo de meses.
Lo grave de todo el asunto es que el Alavés haya tenido que jugar casi toda la temporada sin tres jugadores que estaban llamados a ser claves en la defensa (Prieto, Gallardo y Dani López) y que en los momentos de la verdad han sido suplidos, casi siempre con más rendimiento que los teóricos titulares, por los citados Quintanilla, Moya y Salcedo, que han dado la cara pero no el salto de calidad preciso para estar más arriba.