- Tras su ausencia de 2019, motivada por el cierre temporal que atravesó el Museo Etnográfico de Artziniega, mientras las instituciones debatían su modo de financiación, y la pandemia, mañana la infraestructura recuperará una de las actividades más exitosas de las que programa a lo largo del año: su museo en vivo. Una jornada en la que la asociación Artea, ayudada por artesanos y vecinos, hará que el Museo que gestiona desde 1984 cobre vida. Será entre las 11.00 y las 14.00 horas cuando los visitantes -por el precio de entrada habitual- podrán disfrutar de visitas guiadas en las que podrán ver en funcionamiento los 1.700 metros cuadrados, distribuidos en 17 amplias salas, que configuran este espacio, como si el tiempo se hubiera parado en los años 30 del siglo pasado, y el museo se hubiera convertido en un pueblo de hace cien años.

Sin duda, una iniciativa que supone una fantástica oportunidad de conocer el modo de vida preindustrial que retrotrae a los visitantes al mundo de nuestros antepasados. “Aquellos tiempos en los que no estaba acuñado el término ecologismo pero tampoco generábamos basura, porque todo se aprovechaba”, señalan desde Artea. Y es que en este ya tradicional y exitoso Día en vivo, que alcanza su decimosegunda edición, artesanos y personas que mejor conocen los modos de vida de antaño se acercan a las distintas secciones del museo y se ponen a trabajar en ellas, dando la oportunidad de conocer de cerca profesiones, oficios y formas de vida y trabajo perdidos en el tiempo y que forman parte de nuestra memoria reciente, tales como apicultores, tejedores, costureras, carpinteros, alpargateros, herreros, molineros o boticarios en cuyo laboratorio trasero al despacho elaboraban remedios naturales y ungüentos, por citar alguno; aunque “el oficio invitado de este año será el del amasado de pan”, adelantan.

Junto a él también estarán el baserritarra explicando el ciclo de la cosecha, el barbero cortando el pelo en directo o la etxekoandre preparando un caldo para degustar. No en vano, será una oportunidad única de ver cómo se vivía dentro de las casas, tanto rurales como urbanas, en unos tiempos en los que no existían lavadoras, neveras, ni friegaplatos; cómo se trabajaba en los ayuntamientos sin ordenadores, o cómo transcurría una clase en una escuela, “bien de niñas o de niños, ya que antaño se les separaba”, recuerdan. En definitiva, una oportunidad de entrar en el túnel del tiempo y retroceder 50, 70 o 100 años para disfrutar de aquellos oficios imprescindibles en la vida diaria de nuestros ancestros.