El carnaval rural de Álava resurgió de sus cenizas. Lo hizo de la mano de los miembros de la asociación Ilegan y los más de 60 vecinos y vecinas de los concejos de Ilarduia, Egino y Andoin que el sábado dieron vida a esta tradición carnavalera que el pasado año no pudo celebrarse por la pandemia.
Desde primera hora de la tarde y hasta la caída del sol se sucedieron los actos en torno al carnaval rural, que además sirve de hermanamiento entre los tres pueblos pertenecientes al municipio de Asparrena y cuyo final es terminar juzgando al personaje central, el Hombre de Paja. Además este año la agrupación Ilegan ha activado su nueva página digital para dar a conocer su carnaval y van a grabar un vídeo que colgarán en su web.
El punto de encuentro fue Ilarduia, donde el sonido de las carracas rompió su habitual tranquilidad. A ello se sumaron otros aspectos de la habitual transgresión carnavalera. El hombre se viste de mujer (y viceversa), se ridiculiza a las personas importantes de la localidad, se roba en las casas, se mancha de barro las puertas con las escobas o se echa ceniza.
Tras la comida de hermandad, extraños personajes ataviados con caperuzones cónicos, llamativas pieles sobre sus hombros o sacos alrededor del cuerpo se echaron a las calles para comenzar el recorrido del Hombre de Paja antes de la lectura de su sentencia. Su final ya estaba escrito antes de subirse a lomos del pollino sobre el que recibió las iras de vecinos y visitantes.
Los actos dieron comienzo en Ilarduia con una comida popular para posteriormente disfrazarse. Destacan los de Porreros Gordos, cubiertas, ceniceros, puntillas o colores. Máscaras, pañuelos, huesos o pintura ocultan su rostro, contribuyendo los sombreros a disimular su identidad. Portan en sus manos palos, escobas, horquijas o sardas, putxikas, crines de caballo y baldes con ceniza.
No faltan los instrumentos con los que producen una fuerte algarabía: cencerros, cascabeles, carracas y txipli-txaplas. Acompañados de más personajes curiosos como la Vieja, la Pareja de Novios, el Cura y los Monaguillos, los Porreros Mayores, el Quincallero, el hojalatero o los bueyes, entre otros.
Su salida dio comienzo al carnaval, la época de alegría y confusión donde los jóvenes del pueblo disfrazados de porreros, katxis o makarrenos desfilaron ataviados con ropas y enseres en desuso del caserío y aprovecharon sacos raídos, ropas viejas o sombreros desvencijados acompañados de máscaras o con la cara pintada para tomar las calles del pueblo.
La comitiva partió del centro del pueblo y recorrió distintas casas, donde recogieron huevos, chorizos o morcillas, entre otras viandas. La algarabía retumbaba por los cuatro costados cuando las carracas anunciaban la buena disposición de las etxekoandres.
Los bailes tradicionales sirvieron para dar las gracias a los vecinos por su generosidad y despedirse antes de partir a la cercana localidad de Egino donde el Hombre de Paja subió a un carro tirado por bueyes. Al llegar a las mugas entre las localidades, el Porrero Mayor de cada pueblo le entrega la makila al del siguiente.
El Oso de Andoin un año más sembró el miedo entre los más pequeños. "Se encarga de asustar a los niños que asisten al carnaval", explicaban en Ilarduia. El personaje más colorido del carnaval en Asparrena es sin duda el Porrero Colores, que en la cabeza tiene un capirote marrón con tiras de colores de gran longitud que salen de la punta del cono, y lleva la cara tapada con una máscara de color rojo. Una blusa roja con puntos de colores, complementada con una banda de cascabeles y un cinturón, componen la parte superior, mientras que en la parte inferior lleva una saya blanca y porta carracas en la mano.
Ya de noche, el grupo carnavalesco se adentró en el último pueblo, Andoin. Las antorchas se mostraron con una estela de luz a su paso. En esta última localidad el Hombre de Paja fue condenado y ejecutado. Alejados los males, en torno a la hoguera danzan porreros y visitantes al son de la música. Nadie pudo redimir su condena. La sentencia estaba echada.
En medio de la algarabía le encendieron la mecha y... ¡pum! El reo quedó reducido a cenizas. Con su muerte desaparecieron los males que han aquejado a las poblaciones consiguiendo su purificación. Un carnaval rural en el que reina la alegría.