En el artículo anterior abordábamos la historia de los judíos en Vitoria-Gasteiz hasta el momento de su expulsión en 1492. Es posible que alguno se sorprendiera de que, aunque en Álava la convivencia fue algo mejor que en otras provincias, también aquí, la comunidad judía tuviera de soportar unas leyes discriminatorias y un trato que, en algunas ocasiones rayaría lo vejatorio. Y es que Vitoria-Gasteiz se ha enorgullecido siempre del modo en que fueron tratados los judíos, y especialmente, de haber respetado voluntariamente el acuerdo al que llegó con la Aljama para la conservación del cementerio de Judimendi. Pero si indagamos un poco en la historia, descubriremos que, aunque efectivamente este tratado se ha mantenido, ha sido por la férrea vigilancia de los descendientes de aquellos judíos que fueron expulsados de la ciudad hace más de cinco siglos.
Entre la documentación que se ha conservado del siglo XV destacan aquellos legajos en los que podemos hacer un seguimiento de lo que ocurrió con las posesiones de la Aljama que pasaron a ser propiedad del Ayuntamiento de nuestra ciudad. Una de las primeras transacciones que se realizaron, fue la venta de la sinagoga a Juan Martínez de Ullivarri, pero aquella operación fue cancelada por el Ayuntamiento, que la cedió al bachiller Pero Díaz de Uriondo, para que se instalara allí el Estudio de Letras y Cátedra de Humanidades, que, a la sazón, se convirtió en el primer lugar de instrucción que tuvo la capital de Álava.
Pero para los judíos era más importante encontrar una solución al sagrado campo de entierros de Judimendi, y garantizar el descanso de los miles de hebreos que habían sido enterrados allí a lo largo de los siglos. Cuatro días antes de abandonar sus hogares, los representantes de la judería se reunieron con el Ayuntamiento para donar a la ciudad dicho cementerio. A cambio, Vitoria garantizaba que, desde ese momento, y por siempre, dichos terrenos se usarían exclusivamente como dehesa, y que jamás se permitiría que se araran o excavaran.
Durante un tiempo corrió la voz de que aquellas tierras las había comprado Juan López de Escoriaza, por lo que se le requirió, y una vez aclarado el malentendido, se informó a todos los ciudadanos de que aquel campo quedaría para pasto común del ganado de los vitorianos. Aun así, el expolio fue casi inmediato, dedicándose algunas personas a robar las piedras del fosario, por lo que el Ayuntamiento tuvo que vigilar durante un tiempo la zona y perseguir a quienes realizaban aquellos hurtos.
Tan solo dos meses después de su partida, se hizo evidente el deseo de hacer desaparecer cualquier recuerdo de la presencia judía en Vitoria, y en agosto de 1492 se sacó un edicto, pregonado por toda la ciudad, prohibiendo, bajo multa de un real de plata, que se volviera a mencionar la judería y el barrio de los judíos, debiendo llamarse desde entonces a esa calle Puente del Rey. Así se la conoció hasta que, en el nomenclator del 1 de junio de 1910, se la rebautiza como Nueva Dentro.
Una vez todos los judíos hubieron abandonado la ciudad, la antigua judería se fue ocupando por marranos, que era como se conocía a quienes se habían convertido al cristianismo. Algunos judeoconversos llegaron desde otras poblaciones y también hubo quienes, tiempo después, se bautizaron y regresaron desde su exilio en Francia. Esto provocó que, al año siguiente, las quejas y denuncias de un importante número de vitorianos, obligaran a que se les desalojara, debiendo instalarse en casas fuera de la antigua Aljama.
Hay multitud de publicaciones en las que, quienes deseen conocer la historia de la comunidad judía en Álava, pueden encontrar historias de este periodo, todas muy interesantes y curiosas. Es posible que algunas puedan aparecer en futuros artículos de Historias de antaño y de hogaño, pero por el momento vamos a centrarnos en el tema del acuerdo sobre Judimendi.
La primera vez que estuvo a punto de romperse el pacto del cementerio judío fue el 21 de abril de 1851, cuando el Consistorio israelita de la circunscripción de Saint-Esprit en Francia envió una carta al alcalde de Vitoria solicitando que se paralizaran unas obras que se estaban llevando a cabo, y que iban contra el acuerdo de 1492. Inmediatamente se suspendieron las excavaciones, dando de nuevo sepultura a cuantos cadáveres habían ido apareciendo.
Ya en el siglo XX, en los primeros años de la década de los 50, se proyectó construir un cementerio municipal, eligiéndose la zona de Judimendi para su edificación. Cuando los sefardíes franceses tuvieron conocimiento de ello, enviaron una reclamación en la que solicitaban se mantuviera el acuerdo de 1492.
El Ayuntamiento atendió la solicitud y, tras reunirse con los representantes del Consistorio israelita de Bayona, se redactó un nuevo acuerdo que eximía a la ciudad de algunas de las obligaciones del anterior, siempre que se mantuviera el recuerdo y el respeto por el camposanto judío. Además, si se hallaban restos humanos, estos serían depositados en un lugar digno.
Poco después se acondicionó la zona como un parque, y, entre los árboles plantados, se han ido colocando diversas placas y esculturas que recuerdan estos acontecimientos. También se han bautizado algunas calles de los alrededores con nombres relacionados con esta comunidad, como la plaza Sefarad, Médico Tornay o la Avenida de Judimendi.
La ciudad ha ido creciendo, y las edificaciones fueron rodeando poco a poco el parque, componiendo el actual barrio de Judimendi. Entre ellas, en la confluencia de las calles Ricardo Puga, Errekatxiki y Federico Baraibar, en los años 1977 y 1978, cuando acabábamos de salir de la etapa de la dictadura del general Francisco Franco, se construyeron tres torres reguladas como viviendas de protección oficial de grupo I, las cuales estaban destinadas a una población de clase media y alta.
Salvo su altura, nada destaca en ellas hasta que se observan desde el aire. Es entonces cuando puede comprobarse que la forma de las tres se asemeja a la esvástica nazi (a diferencia de la india, esta tiene los brazos orientados hacia la derecha).
Lejos de mi intención intentar vincular a constructores o arquitectos con esta ideología, pues, además, cada uno de los tres rascacielos fue construido por equipos diferentes. Quizás se trate que una casualidad arquitectónica, que es también visible en otros lugares, como Vicente Aleixandre o la calle de los Astrónomos, pero resulta curioso que, precisamente, en el lugar en el que fueron enterrados miles de judíos vitorianos, las vistas aéreas permitan vislumbrar tres gigantescos símbolos de quienes basaron su ideología en la eliminación de este colectivo.