Hablar de Ochate es hablar de misterios. En pocos lugares, como en él, se acumulan tantos y tan variados testimonios de fenómenos paranormales. Pero si hay algún tipo de suceso que pueda crear verdadera inquietud, son las desapariciones de personas que se asocian a este despoblado del Condado de Trebiño. Aunque he podido localizar varias referencias, solamente una de ellas cuenta con suficiente base como para considerarla real.

La primera reseña apareció en un artículo de Prudencio Muguruza dentro de la desaparecida revista Mundo desconocido. Según el autor, aquel enclave había vivido multitud de desgracias que habían llevado al abandono de sus habitantes. El tiempo ha confirmado que la supuesta leyenda de pueblo maldito no tiene ninguna base, aunque algunos de los datos ofrecidos en dicho artículos eran casos reales, pero manipulados para ofrecer una versión paranormal. Entre ellos estaba la desaparición, en 1868, de don Antonio Villegas, párroco del pueblo. Durante días, los vecinos y la recién creada Guardia Civil, recorrieron la zona buscándolo, pero las batidas resultaron infructuosas y nunca más se supo de él.

Nadie cuestionó el caso hasta la llegada del siglo XXI, cuando el cronista vitoriano Enrique Echazarra escribió un artículo titulado Ochate, un pasado fraudulento, en el que se ponía en duda la veracidad de la historia del sacerdote. La imposibilidad de Echazarra de localizar un solo documento en el Obispado y los archivos diocesanos en el que se mencionase, al menos, la existencia de esta persona, ponían en entredicho lo relatado hasta el momento. Todo parecía apuntar a que pudiera tratarse de una leyenda local, según la cual, el sonido ululante del viento, al atravesar los edificios abandonados, eran en realidad los lamentos de un sacerdote y su criada que expiaban sus pecados en el purgatorio.

Años más tarde, el investigador Antonio Arroyo tuvo la oportunidad de consultar los libros de fábrica de la ermita de Burgondo y de la iglesia de San Miguel Arcángel, ambas ubicadas en Ochate. Para su sorpresa, el nombre de uno de los curas que aparecía era precisamente Antonio Villegas González. Las fechas no coincidían con las que se habían barajado para su desaparición, pero confirmaban que había sido uno de los clérigos que ejercieron en dicho pueblo.

Nada hacía pensar que hubiera ocurrido algo extraño, pero, una llamada del responsable del Archivo Catedralicio de Calahorra, informándome de la aparición de unas cartas escritas por el propio Villegas, abrieron la puerta a nuevas averiguaciones. Nacido el 10 de mayo de 1838 en el palenciano pueblo de Ligüerzana, Antonio Villegas estudió gramática y literatura antes de ingresar en el seminario donde rápidamente destacó como un excelente alumno, lo que le permitió hacerse cargo, como diácono, de la parroquia de San Miguel Arcángel de Ochate a la temprana edad de 25 años, antes incluso de haber sido ordenado sacerdote. Aceptó esa empresa con agrado e ilusión, aunque confiando en poder regresar algún día a su pueblo natal.

Contrariado, vio cómo iban pasando los años y permanecía en un pueblo pobre, donde más que subsistir, malvivía. En muchas ocasiones solicitó el traslado y escribió varias cartas que llegaron a alcanzar tintes dramáticos, pero sus peticiones fueron rechazadas una y otra vez. En una de ellas afirmaba estar empeñado por una suma importante de dinero, y que los vecinos del pueblo no podían ayudarle más. “(...) Los más porque son pobres inquilinos y el otro que puede, porque en todo piensa menos en socorrer al párroco”.

Finalmente, en octubre de 1871, decidió abandonar Ochate e ir a refugiarse en su pueblo natal, donde esperaba contar con el apoyo del sacerdote de Ligüerzana, pero, al llegar, descubrió que este había fallecido. Nuevamente se puso en contacto con el obispado, mostrándose arrepentido y solicitando el perdón. Tras éstas misivas desaparece.

Gracias a las cartas que la criada de Antonio Villegas escribió a su madre, se ha podido saber que se dirigía a Buenos Aires, aunque en Montevideo le ofrecieron quedarse a trabajar allí. Años después, Facundo de Pinedo lo localizó en Villa Santo Amaro, donde, tal y como se rumoreaba ya, “por allí está la moza con quien tanto dio que hablar y no será extraño que vaya en busca de ella”.

Gracias a estos documentos se suponía que se daría por cerrado uno de los enigmas de Ochate, pero sin embargo, unas nuevas cartas dieron un vuelco a otro de los misterios del pueblo abandonado. Cuando ya estaba descartada la existencia de las supuestas epidemias que habían asolado aquel lugar, sobre las que no ha quedado ninguna constancia ni en las actas de defunción de la zona, ni en los censos epidemiológicos del Hospital Santiago Apóstol, una misiva escrita por el vicario de Trebiño hizo que se replanteara esta hipótesis.

En ella se lee lo siguiente en referencia al cura desaparecido: “Abandonando la parroquia cuando más necesario era, pues antes de marcharse murió de viruela una muchacha de 19 años y un mozo de 26, quedando atrás otros vecinos con la misma enfermedad”. Por supuesto, esto no significa que el despoblamiento de Ochate se produjera por esta causa, la cual no ocurrió hasta mediados del siglo XX, pero confirma que los rumores sobre estas enfermedades pudieran haber tenido un origen real.

Hoy en día Ochate ha desaparecido. Tan solo quedan los restos del campanario de la iglesia y apenas unas pocas piedras de lo que en su día fueron las casas de uno de los pueblos más importantes de la zona, pero, seguramente, cuanto más profundicemos en su historia y en la de sus habitantes, más se podrán ir desvelando algunos de sus misterios, y a la vez, surgirán nuevas incógnitas que harán que en el imaginario popular, nunca deje de ser el pueblo maldito. correo@juliocorral.net