el reloj marcaba las 12.30 horas cuando la plaza Aldai de Llodio vio entrar, a bordo de un camión-grúa, a Tomasa XI: el enorme cerdo -si es macho se le pone Terencio, igual que los gigantes de fiestas- que protagonizó ayer la Feria de San Blas de Llodio. Mucho antes de que el txarri, criado en el caserío Ostenko por la familia Orueta-Respaldiza y sacrificado a puerta cerrada, llegara al recinto ferial para convertirse en el centro de todas las miradas, éste ya se encontraba abarrotado de personas dispuestas a disfrutar de una de las costumbres más típicas del caserío vasco: la txarriboda.
Sin embargo, las inclemencias meteorológicas imposibilitaron que se pudiera llevar a cabo en pleno centro urbano el trabajo de quemado, raspado y limpieza del animal, por lo que ya llegó abierto en canal listo para exhibirse. “Ze handia!”, exclamaban los más pequeños; “le echo no menos de 300 kilos”, apuntaban los mayores, dando una buena pista a los oídos indiscretos que tenían la intención de tomar parte en la peso-quiniela.
Un juego de gran aceptación que consiste en adivinar el peso del animal -el récord lo marcó, en 2006, Terencio III que alcanzó los 448 kilogramos- y que tuvo lugar antes de la rifa que marcó el fin de fiesta pasadas las ocho de la tarde. “Por cada apuesta se paga un euro y quien más se acerque a la cifra sin pasarse se lleva toda la recaudación. Yo no he acertado nunca, pero el año pasado hubo nueve acertantes”, explicó el criador de Tomasa, Jesús María Orueta.
La feria también englobó en su franja vespertina danzas vascas con Itxarkundia, degustación de castañas y romería, que dieron continuidad a las exhibiciones matinales de deporte rural que llevaron a cabo varios aizkolaris, así como Joseba Ostolaza y su hija Udane, en levantamiento de piedra. Ellos y las danzas de otro grupo local -Untzueta- entretuvieron al personal antes de que subiera al escenario la pareja de homenajeados del día. Se trataba de Feliciana Urkijo y su hijo José Barbara del caserío Okeluri que, tras presenciar el aurresku, recibieron emocionados placas con una foto de su baserri de recuerdo, prendas tejidas en lana y txapelas, en reconocimiento a toda una vida dedicada al duro trabajo del caserío y a la salvaguarda de las tradiciones.
“Yo les dije que soy joven para homenajes, de hecho llevo siendo el matarife de esta feria desde 2000, creo recordar, pero ama sí se lo merece”, señaló Barbara. No en vano, Urkijo -que era la primera que bajaba a la feria, porque ya se sabe que quien tiene caserío no tiene mucho tiempo para fiestas- confesó que “llevo en el caserío toda la vida, y aquí el trabajo nunca se acaba. Yo he llegado a ordeñar las vacas hasta embarazada, aunque hace unos 42 años que pusimos ordeñadora mecánica. Mis ojos no han visto vacaciones, la labor del caserío es muy dura, pero también tiene sus recompensas: llenamos los congeladores de productos de calidad, ricos y naturales y de comer no falta”.
A este sentido acto se le sumaron un sinfín de atractivos como las voces de Los Arlotes, ambientación musical, la exhibición de elaboración de morcillas que llevaron a cabo Luisa Nogales, Maitane Arbide y Esther Iturribarria, o el concurso de varas de avellano, en el que volvió a arrasar con sus palos la familia Irazola-Álava.
El éxito de esta cita también fue patente en el número de expositores. El recinto dio cabida a 60 puestos, de los que 22 eran baserritarras locales y 14 artesanos, que exhibieron su pericia con el cincel y la madera, tricotando jerseys y elaborando carteras de cuero o enseñando a los pequeños a elaborar vasijas de barro y cerámica.
Otros que no quisieron perderse esta cita con San Blas, y ya van diecinueve años, fueron los miembros de la Academia del Cerdo Txarriduna de Bilbao, que se encargaron de puntuar las 34 cazuelas que se presentaron al certamen de txarripatas. “No se celebra en ninguna otra parte, y tengo que señalar que el nivel es muy alto”, aseguró el miembro del jurado, Xabier Zaldunbide. Al final, los mejores cocineros de manos de cerdo en salsa vizcaína resultaron ser los del txoko Garai de Areta.