Vitoria - Con la jubilación se pasa a tener mucho más tiempo libre. Por ello, muchas personas se dedican a sus hobbies. Este es el caso, por ejemplo, del alavés Ignacio Vaz, quien lo está realizando hasta el punto de hacer de ellos su trabajo.

Ignacio se jubiló hace dos años tras una vida dedicada al sector de la construcción y de la albañilería. Ahora, emplea su tiempo en la búsqueda de trufas, la ganadería, la taxidermia y la venta de cornamentas de ciervos o tallas de minerales. Todos ellos, elementos que le brinda su entorno sin a penas salir de casa.

Las trufas, en particular, son un gran negocio a nivel mundial y más en España, que es el primer país productor. Hasta el punto de ser apodadas como el oro negro y pagarse incluso miles de euros por ellas.

Este ganadero de Legutiano, a sus 66 años, supo ver el negocio y tras ocho años desarrollando esta afición, ahora se dedica a buscarlas, o cómo lo llaman los truferos “cazarlas”, en su territorio, gracias a los árboles de casi 50 años de antigüedad, donde crecen a sus anchas llegando a alcanzar los casi dos kilos.

Este hongo, al polinizarse, se extiende de un lugar a otro y en los montes de alrededor también se puede encontrar, eso sí sólo si se lleva un buen ayudante. Ignacio siempre se acompaña de un cazador infalible, Popeye. Es un cerdo vietnamita con el que lleva cinco años. Este animal sustituyó a los tradicionales perros rastreadores que “se marchaban detrás de una liebre o un corzo a la primera de cambio” y no eran “productivos”. Su dueño explica satisfecho que lo lleva “con una correíta por el monte” y que va con él en todo momento: “No se marcha detrás de nada”, garantiza. Además, esta raza cuenta con un olfato muy agudo, perfecto para el rastreo. La única pega de utilizar esta especie en lugar de los tradicionales canes es su glotonería, pero Ignacio ha sabido combatirla: “Son glotones depende de cómo se les eduque, yo les doy cacahuetes y ya no se comen las trufas, ni nada”, asegura.

No obstante, este animal no es solo un rastreador para Vaz, sino que se ha convertido también en su mascota: “Es muy cariñoso, se tumba y le gusta que le rasquen, es como un perrito”. Su propietario no es el único que así lo piensa, ya que el afamado actor George Clooney también tuvo uno como animal de compañía durante 18 años. De hecho, se ha puesto muy de moda en medio mundo acoger a esta especie como a uno más de la familia.

Dicho tándem es capaz de encontrar hasta tres clases distintas de trufas en su territorio. De enero a mayo “las que son negras por fuera y blancas por dentro”. De mayo a agosto su interior es de “un color más ocre”, y por último, las de agosto a enero tienen un matiz más rojizo. Este tercer tipo es “la mejor” de las tres, porque es “la más cotizada y la que mas huele”. Se recoge en robles, avellanos, pinos o castaños de gran antigüedad, donde Popeye las localiza e Ignacio las saca de la tierra donde están enterradas con una “azadica o un cuchillo”. Asimismo, son más difíciles de encontrar por lo que son las más rentables, llegando a venderse un kilo por hasta 600 euros y la unidad desde tres euros las más pequeñas, hasta 50 euros las de mayor tamaño.

OTRAS Aficiones Cuando este trufero construyó su casa, encontró en las excavaciones fósiles de mejillones que llegaron a pesar hasta 15 kilos y a medir casi un metro, entre otros de diferentes especies, como ostras. Pequeños pedacitos del pasado que Ignacio encontró “dentro de las escarchas de la tierra” y ahora forman parte de una colección de la que se encuentra muy orgulloso. Pero no es la única, pues en sus salidas a por los codiciados hongos se encuentra cornamentas de ciervo. Tiene unas 200 en casa que varían desde las de tres puntas hasta incluso de doce. Pero no solo las conserva como si de un museo se tratase, sino que también las talla, para luego venderlas. A veces, incluso fusiona esta afición con otra, la taxidermia: “Preparo el animal y le pongo la cornamenta”, expone Ignacio, que lo hace también con un fin comercial.

Asimismo, también están en venta para hacer joyas sus tallas de minerales. Ignacio encuentra estas “piedras preciosas cristalizadas” en los escombros de canteras donde se producían amatistas, rodio, jade... que compró para realizar la ya citada obra de su chalet.

Hobbies que se han convertido en negocios para así poder hacer frente a unos pagos que de otra forma no sería posible debido a su baja pensión. Pero no es el único problema de este ganadero. A causa de una obra que se va a realizar para construir una carretera que pasará por parte de su terreno, Ignacio Vaz Santos va a perder más de 2.000 metros de su terreno, en los cuales se ubica la zona en la que están sus cerdos-jabalíes y la mitad de sus arboles truferos, incluido un pino enorme y muy antiguo que “entre dos personas no se puede abarcar y me está dando unas trufas tremendas”.

No obstante, a pesar de que su parcela se vaya a ver reducida notablemente, Ignacio no va a perder todos los árboles que producen el preciado hongo, por lo que sus “pequeñines”, los cerdos vietnamitas, podrán continuar buscando ese “oro negro” en las entrañas de la tierra.