amurrio - Los arqueólogos Xurxo Ayán y Josu Santamarina han sido los encargados de dirigir al equipo multidisciplinar de investigadores de la UPV que ha estado embarcado los últimos quince días en la excavación arqueológica de una posición defensiva conocida en los partes militares como la avanzadilla del monte de San Pedro. Un otero ubicado en la confluencia de los valles alaveses de Ayala y Zuia, y la ciudad vizcaína de Orduña, en el que en mayo de 1937 se libró una sangrienta batalla que, pese a que en el conjunto de la historia de la Guerra Civil española no pasó de frente secundario, se ha querido investigar ahora para comprender mejor esta contienda en Euskadi y darla a conocer a la sociedad para educar en la paz y convivencia.

¿Cómo era el paisaje antes de la intervención, y por qué lo eligieron para este proyecto?

-Lo que se veía en superficie antes de llegar nosotros era como un queso gruyere. Una campa repleta de cráteres producidos por impactos de artillería, tramos de trinchera en zigzag y agujeros practicados por detectoristas. En las proximidades de la cima del otero, cubierta de vegetación, se veía vagamente una estructura cuadrangular de hormigón. Alguien depositó allí en su día una piqueta encontrada en el lugar (de las que se usaban en la guerra para asentar el alambre de espino), así como un fragmento de metralla. Elegimos esta posición para acercarnos a los enigmas que sigue escondiendo el monte de San Pedro, porque a pesar de los esfuerzos de la historia militar todavía quedan muchas dudas en cuanto a ocupaciones y reocupaciones, a pretendidos repliegues ordenados o auténticas estampidas, o sobre la cronología de las propias fortificaciones. Además, es uno de los frentes más desconocidos y olvidados de la contienda civil y es ese carácter inédito y buen estado de conservación lo que lo hacen muy interesante y valioso.

Exactamente, ¿dónde han intervenido?

-En dos espacios del conocido como sistema defensivo republicano del monte de San Pedro o posición de la avanzadilla, según los partes militares. El primero es una trinchera de comunicación, excavada en roca hasta los dos metros de profundidad, y da acceso a un fortín o nido de hormigón sin cubierta que fue destrozado por una explosión que, creemos, podría corresponder con la batalla final del 26 de mayo de 1937 cuando, tras meses en manos republicanas, el monte de San Pedro fue ocupado por las tropas sublevadas. El segundo es un tramo de trinchera en la cumbre, también de dos metros de profundidad, con una plataforma de tiro circular que, suponemos, servía para apoyo de metralleta o similar.

La superficie excavada, ¿qué porcentaje representa de este frente?

-Antes de la intervención se realizó un levantamiento topográfico en un kilómetro lineal de trincheras. No sabría aportar un dato exacto, pero dudo que hayamos actuado ni en un 5% de los restos bélicos que hay, y sólo en el entorno de San Pedro. No hay que olvidar que este frente se extendía hasta la zona de Txibiarte y Uzkiano.

Con todo, los restos exhumados ascienden a cerca de 700 piezas. ¿Qué desvelan?

-Exacto. En la trinchera de comunicación y el fortín que comentaba se han hallado más de 500 piezas, y en la trinchera de la cumbre otras 200. La mayor parte corresponden a restos de metralla, guías de peine (cargadores) o casquillos de bala, que dan fe de una resistencia tenaz por parte de los gudaris. Pero además de piezas militares, se han hallado vestigios de la cotidianidad de los milicianos como una hebilla de cartuchera, una pequeña copa de vidrio seguramente para aguardiente, coñac o lo que se denominaba asaltaparapetos para generar valentía ante la lucha, un plato, e incluso restos de una vela vieja con la que los combatientes podrían alumbrar la oscuridad de sus refugios. Es muy singular, ya que nunca habíamos encontrado un objeto tan frágil y común en una ubicación bélica tras una intervención arqueológica. En el interior del nido de hormigón y de la trinchera de la avanzadilla hemos recogido también una bala de pistola del nueve largo, así como fragmentos de granadas de mano Laffite y polacas. Evidencias de combates a corta distancia que nos remiten, o bien al asalto final de la infantería franquista, o bien al intento de reconquista de la posición por gudaris y milicianos.

Antes ha comentado que el fortín fue destruido por una explosión y que la resistencia republicana fue tenaz. ¿En qué se basa?

-Obviamente hemos trabajado también con fuentes documentales y orales, pero lo que nos dice el registro del material exhumado es que, sin duda, la estructura fue destruida por el enemigo. La posición recibió fuego artillero a dolor; enormes fragmentos de metralla se esparcen por toda la trinchera desde la que se accede al fortín. Evidencia de los combates son los casquillos percutidos de Lebel, Mossin Nagant, Máuser alemán, español y checo. El característico pack utilizado por los batallones del Ejército de Euzkadi. Un impacto certero de la artillería franquista (en este caso italiana, por los restos documentados) hizo añicos el frontal de la estructura, en donde posiblemente una tronera servía para que una ametralladora hiciese su trabajo. En la esquina nos encontramos más de una docena de casquillos percutidos, que se acompañan de fragmentos de metralla por toda la estancia. El impacto dejó también su pegada en las paredes y colapsó la estructura. Debió de morir gente aquí. El registro detallado de la excavación, la estratigrafía, la georreferenciación de todos los hallazgos, la planimetría y fotogrametría nos permitirán afinar esta microhistoria.

La asociación etnográfica Aztarna, que ha sido la que les ha animado a intervenir en San Pedro, siempre ha cifrado los caídos en este monte, fruto de sus investigaciones, en 280 soldados republicanos y 210 del bando rebelde. ¿Cómo es que no han aparecido restos humanos?

-No lo han hecho, pero en futuras campañas seguro que aparecen. De hecho, vecinos y ganaderos veteranos de la zona, nacidos en la inmediata postguerra, se han acercado estos días a la excavación y nos han contado que, tras los combates de mayo de 1937, los paisanos ayudaron a retirar los muertos de la batalla, y que tras la guerra, era habitual encontrar cuerpos de uno u otro bando, que enterraban en fosas comunes que se cubrían con tierra y cal. Gentes de los pueblos de Lezama, Aloria o Uzkiano acostumbrados a encontrarse en las labores del campo con esqueletos de gudaris, requetés y milicianos. Calaveras que son reenterradas bajo una piedra o un árbol. Así nos han relatado su contacto con los restos humanos de la Guerra Civil. Con una humanidad en los gestos y las palabras que sobrecoge.

¿Contentos con la parte de divulgación social que englobaba el proyecto?

-Se han realizado charlas para dar a conocer la intervención en la casa de cultura de Izarra, así como en Amurrio en el Bar Nagusi o centro del jubilado, y en el gaztetxe, y aún queda la presentación de los resultados del trabajo que tendrá lugar a las 18.30 horas del viernes 11 en el Bar Atxubi de Amurrio, entre otras actividades que ya iremos anunciando de cara a los próximos meses. Pero lo que más nos ha impactado es la visita que nos han hecho a la excavación más de un centenar de personas, a lo largo de estos quince días, porque querían ver in situ la evolución de las labores, charlar con nosotros e, incluso, traernos materiales que habían encontrado en paseos por la zona como piezas de metralla, un bote donde se guardaban las máscaras antigás e incluso una pistola fabricada en Eibar. La pena es haber tenido que suspender la visita guiada a las trincheras, con recreación histórica incluida a cargo del grupo Lubakikoak, que había prevista para el domingo 6, pero fue imposible por las fuertes precipitaciones. Lo intentamos el sábado, pero nos tuvimos que rendir a la evidencia y meternos en un txoko que nos cedieron unos vecinos de Uzkiano. No quiero ni pensar lo que tuvieron que pasar quienes fortificaron y habitaron estas posiciones en el invierno de 1936 a 1937, sumado al hambre, los piojos, y los duelos artilleros diarios, con balas perdidas, con metralla, con amigos y compañeros que saltaban por los aires.

También han estado presentes en la Zientzia Astea que ha albergado el Bibat de Vitoria. ¿Qué tal ha ido?

-Pues nuestro stand de arqueología civil y cultura científica ha sido el puesto estrella de la muestra por segundo año consecutivo. Llevamos los objetos arqueológicos que hemos exhumado en San Pedro, y hemos contado con la inestimable colaboración de los chicos de Lubakikoak para explicar a los escolares lo que supone una guerra a través de las cosas. De hecho, acudieron vestidos de combatientes del Bakunin (CNT). Un batallón anarquista que, junto a otros como el Araba integrado por nacionalistas o el comunista Leandro Carro, defendió la posición del monte San Pedro desde el bando republicano. Todos ellos tuvieron sus cuarteles en la zona: el Leandro Carro en la Aduana de Orduña, el batallón Araba en el balneario de La Muera, y el Bakunin en el reformatorio de Amurrio. Juntos integraron la quinta Brigada del Ejército de Euzkadi, a las órdenes de José Paneda Santaflorentina, y quedó encuadrada en la IV División del Comandante Irezábal, cuyo puesto de mando estaba en Llodio.

Osea, que su aparición el domingo a la tarde en el auditorio del semillero de empresas del Refor, ¿fue como regresar a su viejo cuartel?

-En cierto modo, así fue. Nos pareció adecuado celebrar allí la conferencia en la que adelantamos una síntesis de los resultados de la campaña arqueológica 2016 en el monte de San Pedro, acompañados del historiador y miembro de Lubakikoak Sergio Balchada. Este habló de los combatientes anarquistas en esta cumbre alavesa, y seguido se proyectó la película Baile en el Sindicato del director Fran Longoria, ambientada en el sector de Amurrio del frente de Álava durante la Guerra Civil española. Se rodó en 2012 en la localidad ayalesa de Maroño.