Mañana se cumplen 30 años del mayor accidente nuclear de la historia. El 26 de abril de 1986 el reactor número cuatro de la central nuclear de Chernóbil (Ucrania) explotó por causas aún no aclaradas, lo que dejó una tierra manchada de radiación cuyas consecuencias se siguen padeciendo en la actualidad. Diez años después nació en Gasteiz la Asociación Sagrada Familia de Vitoria con la misión de acoger a niños y niñas de Bielorrusia afectados por la catástrofe. En su 20 aniversario, Marixa Martínez de Argote, actual presidenta de la asociación y madre de acogida, junto a las también amatxus de acogida Maribel Sáenz y Tania Díaz de Guereñu relatan una experiencia que recomendarían sin duda alguna.
De hecho, estas tres alavesas ya están contando los días que faltan para poder abrazar y achuchar a sus pequeñas. Será a finales de junio cuando 47 familias vitorianas reciban en sus casas a los 49 niños y niñas de entre 7 y 17 años de edad que este año recalarán en Gasteiz para una estancia que puede alargarse hasta dos meses. “Los que acuden por primer año suelen estar alrededor de un mes, mientras que los veteranos se quedan hasta finales de agosto”, concreta Mtz. de Argote. Es el caso de la presidenta de la asociación que este año traerá a tres niños, “desde hace nueve años vienen a mi casa Ana y Nastya, dos hermanas de 14 y 19 años respectivamente, pero esta vez como Nastya viene fuera del programa y ha surgido la oportunidad, traigo también a Víctor, de nueve años”, explica expectante. Maribel también espera impaciente la llegada de Katya, que lleva viniendo a la capital alavesa desde los 8 años y ahora cumplirá 17; mientras que Tania acogerá por segundo año a su pequeña Tania de 8 años. Todas ellas, junto a sus parejas, disfrutarán al máximo de dos meses que, según confiesan, “se hacen cortos”.
Tras una intensa campaña que se ha desarrollado entre octubre y enero, este año se sumarán al programa 10 familias nuevas. El primer año, tal y como recomiendan estas veteranas, es mejor optar por un mes de acogida. “Los que vienen por primera vez suelen echar de menos su entorno y para las familias también es más llevadero”, confirman. Entre las dificultades que se presentan, destacan el idioma, “sobre todo a la hora de resolver situaciones propias de cualquier niño como una pataleta o simplemente cuando se ponen tristes”, describe Maribel. Una barrera que para el segundo año ya está más que superada, porque “aprenden rapidísimo la lengua”, sostienen. Eso unido a que ya conocen la ciudad y el proyecto hace que el segundo año sea mucho más fácil. Marixa remarca que ésa es la sensación general de las familias, aunque todo depende, porque en el caso de Tania, “todo fue rodado desde el principio”, mantiene esta última.
pocos recursos En su mayoría, los niños que participan en este programa proceden de zonas rurales y familias desestructuradas donde lacras sociales como el alcoholismo son el pan del día a día. Esto provoca que problemas como la hiperactividad sean frecuentes. A su vez, muchos de ellos pasan prácticamente todo el día sin sus padres, que están trabajando, y están acostumbrados a hacerse la comida, cultivar la huerta, cuidar de los hermanos pequeños? “Son niños y a la vez adultos porque asumen responsabilidades que no corresponden a su edad”, explica Maribel. En este sentido, las tres amas están de acuerdo en que “quizá una de las cosas que más les cuesta de la adaptación es acatar unas normas o cumplir con la rutina diaria”. “Les resultan extrañas costumbres como comer todos juntos sentados a la mesa o salir todos a la vez de casa”, añaden.
Por contra, agradecen enormemente el sentirse únicos y especiales. “Suelen provenir de familias numerosas y el hecho de recibir toda la atención les parece un regalo”, afirman. Son muy cariñosos y la inyección de amor, confianza y alegría que reciben por parte de sus familias vitorianas les llena de positividad. Del mismo modo, aprecian pequeñas comodidades como el disponer de baño dentro de casa o tener agua corriente en la misma vivienda. Y aunque el tema de la comida al principio les cuesta un poco, porque tanto los sabores como las texturas son muy diferentes, lo de la fruta es verdadera pasión, “allí no están acostumbrados a comer fruta porque es cara y cuando vienen aquí la disfrutan que da gusto verles”, describen.
Tanto Marixa como Maribel han visitado a sus pequeñas en sus lugares de origen y eso les ha ayudado a conocer sus condiciones de vida. “Nunca se me olvidará la mirada del padre de Katya, fue de agradecimiento total”, rememora Maribel. Marixa ha estado este año por quinta vez y es consciente de que tanto Nastya como Ana valoran muchísimo esa visita que, además, hace más corta la espera de un año a otro.
un verano intenso Además de la estancia con las familias, los niños y jóvenes bielorrusos tienen la posibilidad de participar en un programa de actividades que se desarrolla en el mes de julio. De lunes a viernes, en horario de 10.30 a 13.30 horas, los chavales comparten juegos, talleres, van a la piscina y hacen excursiones. Lo que no es opcional es la visita al dentista. Todos deben pasar una revisión y someterse a los tratamientos necesarios. “Es una parte muy importante del proyecto, ya que suelen venir con caries y otros problemas bucodentales y esta es una oportunidad única para tratarlos”, explica la presidenta de Sagrada Familia. Es uno de los motivos por los que lo llaman Vacaciones de Salud pero no el único. Ellas lo saben muy bien, “dicen que estar un mes en ambientes no contaminados les alarga la vida dos años”.
La vida es sus países no es fácil y esta estancia, además de contribuir a su bienestar, les permite desconectar y recuperar el niño que llevan dentro. Ellos reciben mucho de sus familias de acogida pero también dan mucho. “Sobre todo cariño”, resaltan. Y al mismo tiempo, te enseñan muchas cosas. A Tania esta experiencia le ha enseñado a “valorar lo que tenemos, las pequeñas cosas”. Marixa, por su parte, se queda con “lo felices que son para lo poco que tienen” y Maribel resalta su “asombrosa capacidad de adaptación”.
La relación que mantienen estas familias con sus niñas va más allá del verano. Gracias a las nuevas tecnologías hablan con ellas todos los días y eso les ayuda a superar la distancia. Lejos queda aquella catástrofe y aunque sus consecuencias son todavía palpables, no están dispuestas a que condicionen su vida. Han decidido pasar página y Vitoria es el comienzo de un futuro lleno de oportunidades.