Hubo una vez un oficial que pasó a la historia por luchar en la primera línea de las contiendas que escribirían el futuro de la Europa del siglo XIX. Trafalgar, Ciudad Rodrigo, Vitoria y Waterloo. Fue Miguel Ricardo de Álava y Esquível, el famoso General Álava, manos, ojos y pies del duque de Wellington en la batalla que acabó definitivamente con Napoleón Bonaparte y su gran imperio. Un militar heroico. Y de aquí. El único VTV en la gesta que daría con los huesos del enfant terrible en la lejana isla de Santa Elena. Doscientos años después, sin embargo, once gasteiztarras acudirán a la llamada de las armas, al mismo lugar, para participar en la representación de la gran cruzada que coprotagonizó su compatriota en 1815. Pero ellos, miembros todos de la jovencísima Asociación de Recreación Histórica de la Batalla de Vitoria, abandonarán su identidad desde mañana hasta el domingo para convertirse en integrantes de la compañía de granaderos del 100º Regimiento de Infantería de línea. Soldados altos, bigotudos. Y franceses.

Están entusiasmados. Nerviosos. Llevan poco más de un año como asociación y ya van a formar parte de un espectáculo brutal. “No se pudo celebrar el centenario porque coincidió con la Segunda Guerra Mundial. Así que con los 200 años han tirado la casa por la ventana. Y cuando nos propusieron participar, nos lanzamos de cabeza”, cuenta Juan Antonio Perrino, soldado Frederic Renoir en estos próximos cuatro días. El lugar que vio la caída de Bonaparte va a recibir a alrededor de 7.000 recreadores de todo el mundo, 300 caballos y cien cañones. Un espectáculo de dimensiones nunca vistas en Europa para el que ya se han vendido más de 200.000 entradas. La expectación es máxima. Habrá desfiles, exhibiciones y, el viernes y el sábado, las contiendas. Todo, con el mayor rigor histórico posible. Hasta el más nimio de los detalles.

“Las condiciones que se ponen para participar son muy estrictas. Los uniformes deben estar hechos con materiales de la época. Dormiremos en tiendas de campaña con suelo de paja. Nos relacionaremos entre nosotros como militares. Cada uno tenemos un personaje con una biografía perfectamente definida. Las instrucciones las damos en francés... No nos disfrazamos ni hacemos un teatrillo. Se trata de una caracterización fiel que nos supone mucho esfuerzo”, reivindica Perrino-Renoir. Hasta han tenido que dejarse bigote. El postizo no valía. La ropa, eso sí, ya la tenían de cuando se estrenaron en el bicentenario de la Batalla de Vitoria. Consiste en casaca azul con vueltas cortas en blanco con una granada llameante distintivo de la compañía, cuello rojo, solapas blancas con ribete rojo y bocamangas rojas con ribete blanco, charreteras rojas, pantalones blancos con polaina corta negra, shako con galón, pompón y cordones rojos, mochila de piel en la espalda y fusiles franceses Charleville 1777 con su bayoneta. No los podrían reconocer ni en su casa.

El reglamento de instrucción de la infantería francesa de 1971 será estos días su Biblia. “Tenemos la sede en el Seminario y, desde que empezamos en 2013, ensayamos al menos una vez al mes para encarnar a la perfección a los personajes”, explica Perrino, con el orgullo que da echar la vista atrás a ese pasado tan reciente y ver la tremenda evolución lograda. “En este poco tiempo hemos conseguido muchísimo y participar en la recreación de Waterloo, que quieran contar con nosotros, es un auténtico honor”, apostilla. Del resto del Estado acudirán algunos miembros de Valencia, Madrid y Burgos, también como integrantes de la compañía de granaderos del 100º Regimiento de Infantería de línea. Gente bien avenida que comparte su pasión por este capítulo trepidante de la historia militar de Europa. El gasteiztarra es la mejor prueba. “En todas las recreaciones que hemos hecho hemos constatado que a la gente le fascina la época napoleónica. Nos preguntan, por ejemplo, por los mosquetes, que se cargan en doce tiempos y para usarlos hay que sacarse una licencia de armas. Y nosotros, encantados de contestar”, asegura.

Su afición les enamora y eso que, como siempre puntualizan, “no celebramos que la gente se matara ni que perdieran unos o ganaran otros”. De hecho, si Perrino tuviera que quedarse con un bando, sería el de los neoliberales, que “apoyaban los principios de la revolución francesa, que partían de la idea de que todos somos iguales y tenemos los mismos derechos, pero con una monarquía constitucional de aquí, no con gobernantes de fuera”. Y otra cosa que él y sus compañeros tienen muy claro es la necesidad de continuar explotando la Batalla de Vitoria como filón turístico. Según cuentan, la contienda que tuvo lugar a las afueras de Gasteiz fue “el detonante para que Europa entera viera que se le podía ganar al imperio francés”. Y precisamente por esa particularidad que sí ha sabido alabar la red de ciudades napoleónicas, confían en que las instituciones aprovechen la oportunidad . “Muchas veces no nos creemos lo que tenemos y no sabemos sacarle todo el jugo”, afirma Perrino, antes de ponerse a hacer la maleta. Waterloo le espera. Un viaje en avión a junio del año 1815.