Armando Llanos se despierta últimamente inquieto, preguntándose si volverá a desayunarse otro saqueo del Estado Islámico. Es como si aquellas excavadoras, las que echan por tierra miles de años de la historia más antigua, la más preciosa, le trituraran las entrañas. En febrero se cebaron con Irak. Luego fueron a por Siria. No sería raro que empañaran el Día Internacional de los Monumentos y Sitios. Es el sábado. Una fecha significativa para este vitoriano y sus colegas del Instituto Alavés de Arqueología. Para los terroristas, una jornada más de oportunidad. La llamada yihad arqueológica se alimenta de cada destrucción como Saturno devoraba a sus hijos, redoblando fuerzas para extender su devastadora onda expansiva. Los insurgentes, responsables de miles de muertes grabadas en películas de estética espeluznantemente exquisita, justifican los ataques al patrimonio con un argumento pueril. Que esos pueblos de esplendorosos tiempos remotos adoraban a ídolos en vez de a Alá. Claro que, por otro lado, no les duelen prendas en comercializar con las piezas que salvan del expolio. Lo que cuenta para ellos es conseguir dinero, mucho, todo el posible, para consolidar su califato del terror.

Al final, gobernarán en el desierto. Un cuadro que a Llanos se le antoja espeluznante. “Esto nos concierne a todos porque se trata de bienes culturales patrimonio de la humanidad, estén o no declarados como tales”, afirma desde la sede del Instituto, una sala atestada de libros especializados ubicada en la segunda planta de la UNED. Sin buscarlo, porque le sale, lleva bien la cuenta de los ataques. La destrucción de obras de valor histórico y arqueológico y el saqueo de antigüedades comenzaron en febrero en el Museo de la Civilización en Mosul, en poder de los yihadistas del Estado Islámico desde el año pasado. Posteriormente arrasaron Nimrud y luego devoraron la milenaria Hatra, joya teóricamente protegida por la Unesco. La agrupación radical destruyó con mastodónticas excavadoras monumentos como el palacio, el templo y la muralla de la localidad, convirtiendo en migajas 2.000 años de antigüedad. Y ni así quedaron satisfechos. Su última víctima ha sido Dur Sharrukin, al norte de Irak, donde han desaparecido vestigios de la talla del palacio del rey Senaquerib, hijo de Sargón II, dinastía que gobernó la capital de Asiria unos 700 años antes de Cristo.

Los hechos suenan tan lejanos que es raro que un alavés sin conocimientos históricos, sin sensibilidad arqueológica, se preocupe por ellos. Es como cuando pierden la vida, acribillados a balas, 147 estudiantes en Kenia. No causan el impacto de 150 muertes de europeos por una tragedia aérea en los Alpes. Es una reacción lógica. Pero no inteligente. Desde el Instituto Alavés de Arqueología advierten de la importancia de empatizar. De lo contrario, y aunque sea a otra escala, podríamos no darnos cuenta de los peligros que corre nuestro patrimonio hasta que fuera demasiado tarde. Llanos y sus compañeros han tenido que intervenir en distintas ocasiones durante los 58 años de existencia del organismo para evitar la destrucción y el olvido de monumentos megalíticos y yacimientos de gran valor histórico que salpican el territorio, a la vez que procuraban el establecimiento de medidas que garantizaran su conservación y mantenimiento. Y, aun así, todavía se siguen preguntando si instituciones y ciudadanos particulares “ponen los esfuerzos necesarios” para conseguir ese objetivo, el del respeto y preservación de los tesoros arqueológicos. Tal vez, no los suficientes.

La mayoría de las tropelías en tierras alavesas tuvo lugar antes de que entrara en vigor la Ley de Patrimonio Cultural de 1990. Llanos recuerda que “cuando se edificó la zona de San Vicente, en el casco urbano de Vitoria, para rebajar el terreno entraron las excavadores y se llevaron parte del yacimiento antiguo de la ciudad” y, con él, restos de su historia desde la fundación de Gasteiz hasta vestigios de épocas más modernas. Eran los setenta, época de escasa concienciación. También la sufrió uno de los más importantes patrimonios de Rioja Alavesa. Con la concentración parcelaria, se trazaron vías agrícolas “que se introducían de lleno en zonas donde había dólmenes”. En el de El Sotillo, cerca de la aldea de Páganos, estaba ya la pala preparada para entrar a matar cuando este profesional y sus compañeros lograron la paralización de la obra y la desviación de los caminos. Una actuación que, por suerte, se tendría en cuenta desde la Administración en otros proyectos similares.

También las gestiones del Instituto de Arqueología permitieron el salvamento y recuperación de los yacimientos de Iruña Veleia y La Hoya. El primero vivió un momento de peligro cuando se produjo el paso de la agricultura tradicional a la introducción de maquinaria muy potente. “No es lo mismo remover la tierra a 20 centímetros de profundidad que hasta mucho más abajo”, aclara Llanos. La advertencia a la Diputación no surtió efecto, así que el organismo puso la situación en conocimiento del entonces director de la Comisaría General de Excavaciones Arqueológicas, ubicada en Madrid. El experto fue in situ para comprobar los riesgos “y se quedó horrorizado por cómo se estaba removiendo el suelo”. Tanto, que lo adquirió. Más adelante, con las transferencias autonómicas en materia cultural, regresaría a manos de la Diputación y el Gobierno Vasco, que para entonces ya habían aprendido más o menos la lección. De hecho, en el caso de La Hoya, el Ejecutivo foral “ se dio cuenta de su importancia y compró el terreno para salvaguardarlo”.

Las distintas iniciativas desarrolladas para la protección de cuevas con pinturas rupestres o la creación de la Carta Arqueológica de Álava han sido otros de los éxitos del Instituto Alavés de Arqueología. “Pero, por desgracia, también hemos visto y asistido sin posibilidad de detenerlo a la destrucción de algunos lugares y monumentos arqueológicos de primer orden, como las cuevas artificiales de Albaina, las iglesias rupestres tan maravillosas del Montico de Txarratu o los túmulos de Islarra, en Altube”, confiesa Llanos. Y no. Álava no es Irak ni Siria. Pero este profesional tiene claro que “no solamente las actuaciones con acciones de destrucción o expolio son censurables, también deben serlo las que por omisión llevan a un mismo fin”. Y, por desgracia, nuestras instituciones no siempre han sido capaces de procurar la salvaguarda de un patrimonio que, una vez perdido, jamás regresará, devorado no por rabia, pero sí por desconocimiento o por indiferencia.

La entidad El Instituto Alavés de Arqueología nació hace ya 58 años. En su primera etapa fue la Sección de Arqueología del Consejo de Cultura de la Diputación y luego pasó a convertirse en organización sin ánimo de lucro, declarada de interés público por el Gobierno Vasco. Su actividad cubre todas las etapas de la investigación arqueológica: prospecciones para la detección de nuevos yacimientos, excavaciones de los ya existentes y difusión de los resultados mediante publicaciones y conferencias.