los antiguos, a pesar de que creían que el sol giraba alrededor de la Tierra y no estaban seguros de si ésta era plana o redonda, sabían que, a lo largo del año, existían cuatro instantes en los que el sol mantenía, con respecto a la tierra, una especial relación en sus posiciones respectivas. Tanto que suponían la transición de unas estaciones a otras. Estos son los equinoccios y los solsticios.
Los primeros son los momentos en los que el sol se encuentra en la perpendicular del ecuador, por lo tanto a la misma distancia de cada uno de los polos. Esa posición se denomina cenit. Eso ocurre, según los años, entre el 20 ó 21 de marzo y el 22 ó 23 de septiembre. La palabra equinoccio proviene del latín aequinoctium, que significa noche igual, ya que, efectivamente, esa jornada el día y la noche tienen la misma duración.
Los solsticios son cuando el sol se encuentra en la perpendicular del Trópico de Cáncer, el de invierno, el 21 ó 22 de diciembre, y del Trópico de Capricornio, el de verano, el 20 ó el 21 de junio. Los romanos creían que el sol en ese momento, paraba un instante su marcha, de ahí su nombre que proviene del latín sol sistere, que quiere decir sol quieto. Son los momentos en los que el astro rey está más alejado del ecuador, tanto por el norte -solsticio de verano-, como por el sur -solsticio de invierno-, pero también cuando está más próximo a la tierra. Debido a ello, cuando en el hemisferio norte es verano, en el sur es invierno y viceversa. La duración del día o de la noche son, respectivamente, las máximas del año en el solsticio de verano y en el de invierno. La existencia de los solsticios está provocada por la inclinación del eje de la Tierra sobre el plano de su órbita, lo que es la causa de la sucesión de las estaciones.
Los testimonios materiales más antiguos de presencia humana en la Llanada, más allá de los vestigios de cazadores epipaleolíticos, corresponden a aquellos pastores neolíticos y de edades posteriores que, hace entre cinco mil y tres mil años, llevaban a pastar sus rebaños a las sierras, tanto las del norte -Aizkorri-Aratz, Urkila y Elgea-, como a las del sur - Entzia e Iturrieta-, e invernaban en el llano, entonces muchísimo más boscoso que ahora. Allí, tanto en los montes como en el llano, dejaron sus monumentos que, por estar realizados a base de grandes piedras, se llaman megalíticos. Estos son los dólmenes, especie de mesas de piedra; los cromlechs, círculos de piedras hincadas en la tierra; y los menhires, grandes piedras verticales.
Existen en la parte central de Álava grandes dólmenes, de los que subsisten los de Sorginetxe, en Arrizala, y el de Haitzkomendi, en Egilaz. Hubo otros, como los de Eskalmendi y Kapelamendi, hoy desparecidos. Los dólmenes tenían carácter funerario, es decir, eran sepulturas, y estaban cubiertos por un túmulo, formando un pequeño monte. Por eso se llamaron mendi, palabra vasca que acabó significando cementerio, como en el caso de Judimendi, en Vitoria, que es el cementerio, no el monte, de los judíos. Estos dólmenes se encuentran en el llano, existen otros mucho más pequeños en las sierras, donde abundan también los cromlechs y los menhires. Estos monumentos tenían un carácter funerario, como hemos visto en los dólmenes, pero también en los cromlechs, y otras funciones, acaso de división de territorios pastoriles o de tipo astronómico, precisamente relacionado con los solsticios. En consecuencia, su significado es cosmológico y escatológico, en definitiva religioso.
El genial artista Jorge Oteiza, elaboró una teoría acerca del significado de los cromlechs vascos, que expuso en su obra Quosque tándem, que él interpretó como un círculo vacío, relacionándolo con la concepción del vacío como concepto estético primordial del alma vasca. Decía Oteiza que "el escultor del cromlech abre un sitio para su corazón en peligro, hace un agujero en el cielo y su pequeña cabeza se encuentra con Dios". Para él, esta construcción era un recinto sagrado, vacío y puro.
Conjunto de Mendiluze La relación de los cromlechs con la astronomía es conocida desde antiguo. En Stohenenge (Cornualles), existe un enorme cromlech, en el que se reúnen miles de personas para contemplar la marcha del sol entre las piedras en el solsticio. Los que existen en el territorio histórico son más modestos, pero no menos significativos. Uno de ellos es el de Mendiluze, situado en las campas de Legaire, en la Sierra de Entzia, descubierto por Isidro Sáenz de Urturi y estudiado por el arqueólogo alavés José Ignacio Vegas, quien confirmó que se trataba de un "monumento funerario, testigo del dominio de un territorio, espacio religioso, lugar de reuniones, calendario, brújula... Y algunos otros".
El cromlech de Mendiluze está formado por cuatro grandes menhires, orientados a los cuatro puntos cardinales, y unas ochenta piedras más pequeñas de tamaño variable. El círculo tiene algo más de 10 metros de diámetro. Hace ya doce años, el incansable etnógrafo aguraindarra Kepa Ruiz de Egino y un grupo de amigos interesados por estos temas, decidieron comprobar allí, sobre el terreno, estos fundamentos astronómicos de los cromlechs, en el momento del solsticio, trasladándose a ese lugar el 21 de Junio del año 2002, un día que afortunadamente salió despejado. "A las 21.20 horas -relata Ruiz de Egino-, la sombra del menhir situado en el oeste se iba acercando al del este hasta taparlo casi por completo, momento en el que al ocultarse el sol todo se convirtió en sombra". En el solsticio de invierno, este fenómeno se produce al amanecer y, como es lógico, de este a oeste.
Ruiz de Egino se pregunta si los hombres que construyeron el cromlech de Mendiluze conocían algunos secretos astronómicos como los aztecas, los incas o los antiguos egipcios, para construir monumentos que actúen como medidores entre el hombre y las fuerzas poderosas del cosmos. De lo que está convencido, es de que el círculo de piedras, como otros cromlechs, fue erigido para calcular los solsticios y los equinoccios, actuando como un calendario.
La primera excavación arqueológica, realizada en 1984, certificó su carácter funerario con la aparición de una cista central con los restos de una cremación, carbones y huesos y una serie de materiales, sílex, cerámica, adornos, molde de hacha de arenisca, que permiten datarlo a finales de la edad del Bronce y comienzos de la edad de Hierro, hace unos tres mil años. Los restos hallados, se corresponden con los de una sola persona, seguramente de prestigio en la comunidad que construyó el monumento.
Hoy, 21 de junio, día en el que el solsticio anunciará el comienzo del verano, Ruiz de Egino y sus amigos subirán a Legaire, un año más, para comprobar la exactitud con la que los antepasados podían determinar este importante momento dentro de su vida pastoril, impregnándose de su ancestral sabiduría.