lo de la fiesta por estos lares se entiende de aquella manera. Es decir, con un paraguas en una mano y con una copa para brindar en la otra. Es el carácter alavés, heredado después de siglos y siglos de convivencia con unas condiciones meteorológicas que no entienden de treguas ni de pausas. No en vano, la llegada de San Prudencio acostumbra a coincidir en el tiempo con la conjunción astral de isobaras, altas y bajas presiones y frentes fríos de toda índole y condición. Su impronta suele regar con ahínco los campos, los pueblos y las ciudades de este territorio histórico. Ayer volvió a ocurrir. No hubo excepción. La lluvia decidió aparecer para confirmar el apelativo de meón que designa al santo alavés que, sin embargo, mostró su lado magnánimo al forzar a las nubes a retirarse a media mañana, circunstancia que convirtió la jornada en ideal para disfrutar. Así lo hicieron los ahijados del santo varón, que decidieron salir a la calle para disfrutar de los escenarios y de su fiesta mayor. Es cierto que las condiciones desanimaron a muchos, pero las campas de Armentia volvieron a congregar a los irreductibles en la romería. La ciudad tampoco se asustó y reiteró todos los pasos que manda la tradición. Ni uno más ni uno menos.
Con la venia del santo, las nubes llegaron, dejaron parte de su carga en pequeñas acometidas y permitieron con grandes dosis de ecuanimidad el disfrute de todos aquellos acostumbrados a honrar al santo meón como se estila, bien con la ingesta de talos, sidras y txakolis, bien de puesto en puesto en busca de lotes de calcetines o baratijas imprescindibles para la nueva temporada, bien para dar un paseo y disfrutar con los actos tradicionales que configuran estos días o bien para encontrar esos manjares que sólo se encuentran en los puestos llegados para hacer las delicias de propios y extraños. Miel, cecinas, almendras garrapiñadas, cosméticos derivados del aceite, pan con formas, olores y sabores de esos que hacen salivar...
No es de extrañar que tras la chaparrada matutina, los alaveses, como los caracoles, sacasen sus cabezas al sol para disfrutar de la buena compañía y del buen comer y del buen beber. Y es que, pese a la humedad, las campas volvieron a ofrecer imágenes de almuerzos improvisados y de ágapes entre amigos y familias. Caso aparte fue la buena acogida, un año más, de la iniciativa del Txoripintxo Solidario, patrocinado por este diario y que pretende entregar todo el dinero recaudado ayer a Berakah.
Lo de ayer no fue de récord y ni se batieron los topes de ventas en las decenas de puestos instalados en el Paseo del Santo ni hubo que regular el paso de los transeúntes. Aún y todo, la imagen de las inmediaciones de la basílica volvió a ser la que se espera. Asistió todo aquél al que se le esperaba, y se dejó notar la ausencia de buena parte de la chavalería, afectada, al menos, en lo sustancial y en horario matutino, por los efectos que la fiesta acostumbra a provocar en los cuerpos y resistencias de los más jóvenes. Ya se sabe que la noche confunde, y más en noches y madrugadas señaladas, como lo fue la del pasado sábado.
En cualquier caso, familias enteras, parejas, padres con sus hijos, abuelos y nietos aprovecharon las primeras horas y el mediodía que acogen el grueso de los actos tradicionales, con la recepción a las autoridades, el aurresku, la misa pontifical, las dantzas, los herri kirolak y la procesión con el santo meón para acercarse hasta Armentia en busca de aquello que se espera encontrar. Con ellos, la mañana se sobrepuso con dignidad al ambiente inestable y dejó para la posteridad hitos curiosos, que se recordarán en años con mejores perspectivas meteorológicas que éste. No en vano, las calles que distribuían a la muchedumbre hacia el epicentro festivo, en un continuo goteo, asistieron a paradojas curiosas, como la de la camioneta de una casa de helados apostada en pleno paseo de Fray Francisco admirando el pasar de cientos de alaveses embozados entre chubasqueros y paraguas.
En definitiva, carácter alavés. La romería volvió a ser una cita repleta de encanto, con un atractivo único para miles de alaveses. Las inclemencias pasadas y las presentes habían dejado el manto verde adyacente a la basílica un tanto impracticable. Pero eso no impidió el disfrute de quien quiso pasar unas horas con los suyos. Hubo pocos que se atrevieron a pasar el día entero junto a la casa del patrón, comida incluida. Se echó de menos más atrevidos con las viandas a cuestas para pasar un día en las campas, al menos, hasta el concierto de la tarde, ayer a cargo de Garilak 26, que es cuando acostumbran a llegar los adolescentes que aún tienen ganas de fiesta en el cuerpo.
Aún y todo, el día dio para mucho. La fiesta no sólo estuvo en Armentia. De hecho, en el corazón gasteiztarra volvió a escucharse el estruendo de las tamborradas de los Biznietos de Celedón y la txiki, el zortziko Álava, chocolatadas...