eN esta época del año parece que la solidaridad aflora más que en otros momentos, pero hay personas que, afortunadamente, no supeditan la ayuda a sus semejantes a unos días concretos y trabajan durante todo el año para aportar su granito de arena en pos de un mundo más justo. En Álava, la Cruz Roja aglutina a muchos de ellos. Hombres y mujeres como Felipe, Dorleta, Feli y María Dolores, que un día decidieron que había llegado la hora de ponerse manos a la obra y echar una mano en beneficio de la comunidad. No están solos. Actualmente, la Cruz Roja alavesa cuenta con 715 voluntarios en distintos ámbitos de actuación. Su trabajo es anónimo y solidario. Su trabajo es, sencillamente, fundamental. Porque en Vitoria, aunque algunos prefieren mirar hacia otro lado, hay gente que lo está pasando muy mal.
"Hay gente que piensa que en Vitoria sólo las personas extranjeras necesitan ayuda, y no es así. Yo estoy aquí todos los días y cada vez que repartimos alimentos ves gente de aquí, de fuera... Hace poco repartimos juguetes para el Olentzero y lo mismo. Tenemos que quitarnos la venda", insta al respecto Dorleta Martínez Yarritu, y pocos como ella están tan legitimados para hacer esa afirmación. Voluntaria en el área de Juventud, Dorleta dedica sus tardes a ayudar a los niños que acuden al centro de la Cruz Roja a hacer los deberes, darles de merendar y, en definitiva, apoyarles.
"La inmensa mayoría son niños en situación de riesgo que están en el umbral de la pobreza. Normalmente tienen problemas familiares y por eso, además de echarles una mano con los deberes, te demandan muchísimo cariño. Muchos besos y abrazos", explica Dorleta mientras, a su lado, Feli Rico pasa a contar su experiencia con el que en Cruz Roja consideran el otro sector social más vulnerable en estos momentos: las personas mayores. Animada por su hijo, también voluntario -"yo suelo decir que es Teresa de Calcuta en hombre", bromea-, Feli aporta su colaboración desinteresada en el área de Intervención social, donde trabaja con ancianos que no tienen una familia en la que apoyarse.
"Te conviertes en su felicidad y al mismo tiempo tú sientes una gran satisfacción, porque cuando ves que les estás ayudando te sientes como si estuvieras arreglando el mundo", subraya esta voluntaria, que siente una mezcla entre alegría y tristeza cada vez que deja de trabajar con una persona mayor que, gracias a su trabajo, ha mejorado anímicamente. "Te alegras porque de eso se trata, de encaminarles y conseguir que cambien, que tengan sus amigos y amigas...", apunta Feli, que estos días aporta su experiencia en este terreno en la residencia San Prudencio. Ella se lanzó al voluntariado impulsada por su hijo, mientras que su compañera en Cruz Roja, María Dolores San Vicente, lo hizo en septiembre de 2012 tras jubilarse de su trabajo en el Gobierno Vasco.
Licenciada en Derecho, decidió trasladar su experiencia en el asesoramiento jurídico al área que la propia Cruz Roja de Álava pone a disposición de los más necesitados. "Ahora mismo los que más necesitan este tipo de ayuda son las personas extranjeras, a las que puedes ayudar a conseguir un permiso o realizar un trámite", asegura María Dolores, a la que en ocasiones también le toca hacer de traductora o acompañar a alguna persona a la Policía porque "así parece que se sienten más seguros". Conocedora de cerca de una realidad sobre la que se acostumbra demasiado a generalizar -casi siempre para mal-, esta voluntaria mantiene que "la mayoría de las gente que viene a Vitoria viene a trabajar". "Bastantes problemas tienen ya con salir de su país, dejar a su familia y venir aquí para ver si sacan algo de dinero. La gente piensa que los extranjeros vienen aquí a quitarnos algo, y en realidad lo que está ocurriendo es que los problemas que antes tenían ellos se están trasladando a nosotros", incide ante la mirada del voluntario más veterano de los presentes, Felipe Ibañez, que desde el departamento de Socorros y Emergencias realiza una de las labores por las que la Cruz Roja es históricamente más conocida: la asistencia médica.
"A lo largo de los años vas descubriendo que la Cruz Roja es mucho más que eso, y en mi caso también colaboro en otras áreas en las que puedo ayudar. Necesitamos un buen oculista que nos quite esas gafas que sólo nos dejan vernos a nosotros. Cuando lo hagas verás la cantidad de gente que necesita tu ayuda", concluye Felipe. Los cuatro son una buena muestra de que, para ayudar a alguien, sólo hace falta voluntad.