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Javier Maroto ha vuelto a ponerse la capa de Superman, esta vez en una cruzada contra bazares chinos, kebabs y locutorios "para defender al comercio tradicional" de Vitoria. Esta misma semana desveló que desde marzo del año pasado se están realizando inspecciones en todos esos negocios para que subsanen los incumplimientos de las distintas normativas municipales y, al mismo tiempo, anunció su deseo de sacar adelante una ordenanza para frenar la apertura de los locales que -en teoría- ofrecen servicio telefónico. Recién enterados de ambas noticias, los pequeños empresarios locales coinciden en la importancia de jugar "en igualdad de condiciones", pero se preguntan "por qué el Ayuntamiento ha esperado tanto a intervenir y a informar de ello" si el descontrol "era una historia que venía de lejos". Ni uno solo de los comerciantes consultados por este diario cree que la principal motivación del alcalde sea salvar al sector servicios y todos advierten de que "hay otras medidas" más efectivas que podrían haberse tomado ya para sacar a flote a uno de los gremios más afectados por la crisis.

Pocos comerciantes quieren dar su nombre y menos aún se dejan fotografiar. Existe un miedo generalizado a que sus testimonios sean malinterpretados o haya represalias. Además, no ha habido demasiado tiempo para digerir los nuevos acontecimientos. Algunos aún no han encontrado explicación a "por qué Maroto sale ahora con esto", otros sospechan que el Consistorio ha actuado cuando la presión de las denuncias ciudadanas "se ha hecho insostenible", los hay que piensan que el acicate ha sido "el miedo a que el centro se afee por el cierre de tantas tiendas" de toda la vida y están quienes creen que éste es "un nuevo globo sonda del alcalde" para poner en la diana a los inmigrantes. Sean cuales sean las reflexiones de cada uno, todos coinciden en que la responsabilidad de que estos locales hayan proliferado e incumplido las ordenanzas "corresponde a los políticos y a nadie más".

Los pequeños comerciantes que dan la cara se niegan a entrar en guerra con esos compañeros de acera que siempre han funcionado según sus propias normas. "A mí, sinceramente, los chinos no me molestan", asegura Pedro Betolaza desde Irati, una tienda de Coronación especializada en productos de huerta y jardín. Y eso que su calle es, como todo el barrio, un salpicón de bazares asiáticos, locutorios y kebabs. El más llamativo, quizás, de la ciudad. "El problema es que hoy en día tenemos que vender muchísimo más que antes para subsistir y al final, como autónomo que soy, el 90% de lo que gano se lo llevan los impuestos. Eso es lo que me hace daño como comercio tradicional", apostilla. Su especialización y la alta calidad del género que despacha ayuda a que los locales regentados por inmigrantes "no supongan una gran competencia", aunque "si hablamos de competencia también lo es el supermercado de enfrente y nadie dice ni hace nada".

La batalla iniciada por el alcalde "ni nos ayudará ni nos dejará de ayudar", insiste Pedro desde su honestidad brutal, aunque reconoce que no está de más que todos los negocios cumplan las ordenanzas. "Recuerdo cuando abrí hace tres años. Que si las luces de emergencia, que si el cortafuegos, que si la accesibilidad, que si Urbanismo, que si Medio Ambiente... Seis meses me costó montarlo", relata. "El Ayuntamiento tiene que controlar que todos cumplamos y punto, pero yo no voy a mirar lo que hacen fuera", opina, también desde Coronación, el propietario de Frutas Uriarte. Su comercio ha cumplido ya dos décadas y ha seguido adelante, pese a la presencia de mercados, bazares y grandes superficies, gracias a una apuesta constante por la calidad. "En la calle hay dos posicionamientos, la calidad y el precio", explica este profesional, "y yo opto por una buena relación de ambas, una optima presentación del producto, limpieza total, un personal formado, inversión en luces, en decoración...". Por eso, sabe que su cliente no acudirá a una tienda de alimentación china. "Ni creo que lo haga el mío", dice Pedro. Y eso que, evidentemente, "a todos nos ha pasado que hemos necesitado un destornillador un sábado por la tarde y lo hemos comprado ahí sabiendo que lo vas a usar una vez y se te va a romper".

Otros comerciantes sí creen que estos locales "han hecho daño", pero no responsabilizan a sus propietarios del declive del sector servicios. Una trabajadora de Siervas de Jesús, otra calle donde es más fácil encontrar establecimientos regentados por inmigrantes que tradicionales, critica "la vista gorda del Ayuntamiento" durante años. "Antes había aquí al lado un bazar de una española que recibía revisiones todas las semanas, ya que en este tipo de negocios es difícil saber la procedencia del género, pero enfrente estaba un chino y ése no lo visitaban los técnicos", recuerda. Al comprobar cómo se prolongaba el trato discriminatorio, aquella mujer interpuso mil denuncias sin obtener respuesta, hasta que acabó cerrando. "Incumplían los horarios, la accesibilidad, utilizaban a menores como traductores, había anomalías con los etiquetados, sacaban fuera el género... ¡Si se quedó un tramo de la vía sin luz cuando pusieron el letrero! Pero nada. Nunca se hizo nada", sigue la joven. Por eso, le hace gracia que "de pronto los políticos hayan puesto el grito en el cielo".

Ella está convencida, como otros minoristas, de que el Ayuntamiento ha tomado la medida cuando se ha dado cuenta de que Vitoria "se estaba quedando sin comercio tradicional y sólo iban a quedar en pie estos otros locales". Un profesional de la calle Diputación lamenta, no obstante, "las maneras del equipo de gobierno al anunciar el plan de control". A su juicio, "el mensaje enviado tiene una carga racista, porque lo normal es decir que se va a revisar el cumplimiento de las normativas en todos los locales de la ciudad y hacerlo, pero Maroto ha hablado sólo de bazares, kebabs y locutorios". Este pequeño empresario de dilatada trayectoria ha conocido casos de "negocios que continúan funcionando sin licencia de apertura después de mucho tiempo y los lleva gente de aquí". Por eso, se niega a enzarzarse en una guerra "entre dos bandos". "Aunque algunos lo pretendan", coincide otro compañero de la misma acera, "en todos los casos no es así, que ya sabemos que cuando un político tiene amigos pasa lo que pasa, y el amigo ni es chino ni moro".

Más de medio siglo lleva la Librería Mayner viendo Vitoria cambiar desde el número 12 de la plaza de La Provincia. El de los bazares orientales ha sido uno de tantos fenómenos surgidos a lo largo del tiempo que han alterado su estampa y la forma de comerciar, "pero no el único ni el que más ha afectado al sector". Máximo, segunda generación, acusa al Ayuntamiento de "haberse cargado la actividad del centro al convertirlo en una isla peatonal del Imserso". Por eso, aunque el librero ve bien que el equipo de gobierno se haya puesto manos a la obra para que todos los pequeños empresarios "jueguen el mismo juego", su reacción es de cierta apatía. "No cambia en nada mi situación, porque nunca los he sentido como una competencia", explica. Con el plan del PP aumentará el control y puede que algún bazar no resista las exigencias, pero el futuro del comercio tradicional seguirá pintando oscuro. "El del centro seguro, si persisten estas políticas de desertización", apostilla.