vitoria. Hay quien cría la fama y se echa a dormir, y quien decide seguir alimentando su talento. Los propietarios del Erkiaga, Josune Menéndez y Jesús Palomo, cuentan ya con un proyecto para ampliar su negocio a través de la lonja que descansa al otro lado de la pared del bar restaurante. En los últimos años, tras tres décadas de apasionado trabajo iniciado por la madre de ella, el local se ha quedado pequeño. A los parroquianos de siempre se han sumado nuevos clientes que han acabado mostrando su fidelidad al establecimiento, y turistas. Muchos turistas. "La familiaridad y la calidad son las claves del éxito", opina Josune. Un triunfo que sabe a los más delicados productos -hongos, foie, trufa, ciervo, vinagreta, cebolla caramelizada- junto a la iglesia de San Pedro.

Sin buscarlo, el Erkiaga está contribuyendo al despertar del barrio, tanto por su labor diaria como por sus ansias de crecimiento. El Ayuntamiento es el primero en reconocer esa aportación. "Cuando dije en la Agencia de Revitalización de la Ciudad Histórica lo que quería hacer, cerraron la puerta del despacho, me sentaron y me aseguraron que la noticia que les estaba dando era como si El Portalón les comunicara que quería ampliar su tamaño". Josune relata la anécdota como si aún no se la creyera, a pesar de los muchos premios recibidos en los últimos años, tanto en la semana de la cazuelita como en la del pintxo, y a pesar de que la crisis no parece haber pasado por el número 38 de Herrería.

Lo que sí se está haciendo notar es el plan de revitalización del Casco Viejo, tanto por las actuaciones encaminadas a la mejora de la calidad de vida como por las ayudas para crear un sector terciario de calidad. "La gente se anima cada vez más a venir al Casco Viejo, sobre todo a esta ladera que queda más de lado. Y los clientes de entre 30 y 50 años siempre me dicen que están deseando que esto vuelva a ser enteramente lo de hace dos décadas, pura vida" , revela Josune, quien tiene claro que va a seguir aportando su granito gastronómico a la resurrección de la colina por muy "sacrificada" que sea la hostelería. Al final, "se obtiene la gratificación, que es la respuesta de la gente", dice. Una clientela que, además, ejerce para ella como conejillo de indias. "Lo mío es una mezcla de talento y de estudiar mucho mucho. Y, si tengo dudas, doy de probar las creaciones a quienes vienen aquí cada día, personas que ya son amigas". Gracias a esa combinación, han surgido espectaculares pintxos a los que ha bautizado con el nombre de los probadores. Sokita, Roberto y Juanito están para comérselos.