- No ha sido la crisis del brexit. Ni la de la zona euro. Ni siquiera la migratoria. El coronavirus es el gran reto de una Unión Europea que hace mucho quedó atrapada en el modo policrisis. Al contrario que las anteriores, la crisis del Covid-19 no espera. Sus efectos se extienden por sociedades y economías mucho más rápido que el engranaje de la maquinaria burocrática europea. El bloque comunitario y los Estados miembros saben lo mucho que se juegan. Y en consecuencia hablan de momentos sin precedentes en tiempos de paz mientras adoptan medidas de periodos de guerra.

La narrativa de la guerra y la paz está muy presente en la Unión Europea. El bloque comunitario nació como el proyecto de paz más ambicioso del globo surgido de las peores guerras mundiales que tuvieron su epicentro en Europa. El coronavirus ha obligado al bloque comunitario y a las capitales a instaurar medidas que no veían desde esos tiempos pasados. Por primera vez, las fronteras exteriores de la UE estarán totalmente selladas.

Como la Primera y la Segunda Guerra Mundial, el Covid-19 afecta a Europa más que a cualquier otra parte del mundo. Y la respuesta que articule el proyecto comunitario marcará su presente y futuro.

"Estamos en guerra sanitaria", repetía hasta en seis ocasiones Macron en su discurso a la nación. "No luchamos contra un ejército o una nación, sino contra un enemigo invisible", agregaba. "No hemos enfrentado una situación similar en los 70 años de la existencia de la República Federal de Alemania. Las medidas que hemos tomado no tienen precedentes y son drásticas", señalaba poco después Angela Merkel. Sin emplear términos marciales, Ursula von der Leyen, presidenta de la Comisión Europea, también se refería al nuevo coronavirus como un "enemigo" que está creando un shock nunca visto.

El estilo de vida europeo ha quedado con el aislamiento de personas y países más alterado que nunca antes en los últimos 75 años. La narrativa bélica no es arbitraria: los líderes europeos la emplean a conciencia para hacer entender a generaciones que no han sido testigos de grandes conflictos, la importancia de seguir las reglas.

Pero el coronavirus pasará. Y la respuesta que dé la UE será crucial para su existencia. La crisis migratoria había sido la más disruptiva de la última década. Ante la división insalvable de las capitales, la creación de Política de Asilo Común se pospuso indefinidamente y quedó en el cajón del olvido durante años. Pero la crisis del coronavirus no puede esperar a que el bloque encuentre su momentum para desactivarla. Evoluciona con las horas impregnando las consecuencias socioeconómicas y sumando fallecidos. La UE puede pagar muy caro su inacción, lentitud o falta de solidaridad interna.

Las primeras consecuencias ya han encontrado su hueco en términos geopolíticos. Mientras Estados Unidos sacaba el dedo apuntador contra Europa y cerraba su espacio aéreo a los vuelos de Schengen sin previo aviso, China enviaba dos millones de mascarillas a Italia. Un material médico que tampoco llegó al país más afectado de la UE a través de Alemania y Francia, que impusieron un veto exportador a material sensible de agotamiento. Serbia también ha contado con el apoyo del gigante asiático. El país miembro a formar parte de la UE ha reprochado que la "solidaridad europea no existe". La maniobra china empuja al país balcánico a los brazos asiáticos en un momento crucial para la expansión europea a los Balcanes Occidentales.

Italia, que suma más de 3.000 fallecidos, se ha sentido abandonada por sus socios comunitarios. Enrico Le-tte, ex primer ministro transalpino, no se ha andado con rodeos al analizar las posibles consecuencias: "El futuro de Italia en la UE se juega en esta crisis". El país de las siete colinas se convirtió en 2018 en el primer Estado fundador en votar a favor de una mayoría euroescéptica.

Bruselas ha repetido que "todos somos italianos" en estos momentos, pero su respuesta no convence y podría disparar el desarraigo por la UE. Al fin y al cabo, el coronavirus no solo está poniendo a prueba la solidaridad política, también la ciudadana. No salir de casa por lo que pueda pasarte a ti sino por lo que pueda ocurrirle a personas vulnerables. Y a sabiendas de que nadie está exento de contraerlo. Alegoría del reto que supone para la misma UE.

La apreciación de la falta de una respuesta rápida, unida y valiente de la Unión al COVID-19 amenaza con distanciar a los ciudadanos. El bloque arrastra meses de negociaciones interminables sobre el brexit, de consecuencias todavía palpables de la crisis económica y de un aumento incalculable de las fuerzas de extrema derecha y ultraconservadoras. Los movimientos populistas no dudarán en utilizar cualquier falla surgida en torno a este "virus extranjero" y emplearla en su discurso contra Bruselas y contra refugiados y migrantes.

La UE nació sobre las cenizas de la guerra y madura con cada crisis. Pero esta es más disruptiva, imprevisible y fugaz que las anteriores. Y pilla además a las instituciones europeas dando los primeros coletazos de este nuevo mandato. Con el coronavirus, la Unión no puede esperar a que movimientos externos como el brexit o los ataques de Donald Trump engrasen su maquinaria para funcionar de forma unida.

Análisis