- No hubo partido. Ni siquiera con el récord histórico de participación (76,24%) que echó abajo el mantra de que una elevada movilización impulsa a la izquierda. La incontestable victoria de Isabel Díaz Ayuso no solo le permitirá gobernar en solitario la Comunidad de Madrid sino que sacude los cimientos de la política estatal y de su propio partido, consecuencias que solo el tiempo podrá clarificar pero que auguran una mayor dosis de confrontación y polarización en un contexto socioeconómico nada halagüeño. La lideresa del PP dobló de largo representación y seguirá sentada en el trono de la Puerta del Sol los dos próximos años a lomos de su frívola idea de libertad y sin necesidad de depender de Vox al sumar incluso más escaños (65) que toda la izquierda (58), a únicamente cuatro asientos de la mayoría absoluta. Goleada.

Había más en juego. Pedro Sánchez seguro que conciliará peor el sueño desde hoy, en tanto que la jugada de provocar una moción de censura inoperante en Murcia no le ha podido salir peor. El desmoronamiento socialista (24 escaños, 13 menos respecto a 2019), por detrás de Más Madrid en votos, hará que desde Génova le hinquen el colmillo a la posibilidad de acortar la vida al Gobierno de coalición anunciando su triunfo madrileño como el kilómetro cero del cambio justo cuando aún quedan tareas pendientes en Moncloa, aplazadas por estos comicios y con ramificaciones en Euskadi y Catalunya. A no ser que al superviviente máximo de Ferraz le sirva el contexto para plantar batalla desde ya contra un enemigo fortalecido, lo que pulsionará más si cabe la rutina en el Congreso.

Más Madrid (24 escaños, con una ganancia de 4) vio recompensada individualmente una campaña sensata alejada del tono más airado de Podemos (10 escaños, crece 3), que salvó los muebles pero cuyo líder, Pablo Iglesias, asumió las consencuencias, dimitió y anunció que deja la política. Ciudadanos se quedó sin respirador y firmó su definitivo epitafio al perder toda su representación, camino de emular a la extinta UPyD. En definitiva, Madrid ha escogido un modelo de sociedad que dista mucha del que se dibuja en otros rincones del Estado español, incluso los abanderados por el tono azul, casi verdoso, de los conservadores.

Es precisamente esto lo que debe andar cavilando Pablo Casado. Si la estrategia de Ayuso le sirve a escala expansiva o si es producto solo de la idiosincracia madrileña que tan buen fruto le ha reportado en el epicentro porque, a fin de cuentas, el procesismo madrileño ha obtenido un usufructo propio del que en la periferia alcanza el soberanismo que tanto denostan. Es decir, deberá escoger entre el trumpismo que encarna la alumna aventajada de Esperanza Aguirre o el discurso más cabal de Alberto Núñez Feijóo al frente de la Xunta. No es una elección sencilla. Vox (13 escaños, sube 1), que le cederá su abstención, presionará desde la retaguardia para aplicar unas políticas originarias del partido de la extremista Rocío Monasterio, y hasta el propio personaje de Ayuso puede carcomer las expectativas personales del presidente del PP que no hace poco renegaba desde su atril del fascismo practicante destilado por el ejército de Santiago Abascal. Un péndulo que, mal maniobrado, puede suponer un viaje hacia ninguna parte. De momento le sirve para cortar las alas a Sánchez, a quien sus socios de investidura también le exigirán resolver lo antes posible las tareas pendientes: desde las transferencias a la CAV hasta la salida al conflicto catalán con todas sus derivadas. En Génova saben muy bien lo que significa contrarrestar un liderazgo interno tan marcado y los dolores de cabeza que supone. Y no parece que el Ayusismo se conforme con seguir lidiando la pandemia abriendo los bares y escondiendo a los ex para seducir a sus correligionarios.

Vox transita satisfecho pero consciente de que la fortaleza de la presidenta madrileña ha esquilmado su objetivo de un mayor crecimiento en su feudo más propicio. Con todo, la ultraderecha podrá continuar captando entre la masa desencantada, y hasta en la desvalida, y atraer la atención de la caverna mediática hacia sus iniciativas antidemocráticas y que lindan con el quebranto de la Constitución que tanto consagran: ni la violencia machista, ni el colectivo LGTBIQ+, ni los menas, ni quienes se apostan en las colas del hambre pueden respiran aliviados. El blanqueamiento hacia sus filas desde el PP y Ciudadanos, amén de la desgarradora táctica de la izquierda, permite a los adalides del antiguo régimen seguir campando a sus anchas y sembrando discordia.

Para más inri, sin sigla naranja que le haga sombra. ¡Qué puede estar rumiando el desaparecido Ignacio Aguado! De haber sido la muleta de la Comunidad a entregar de un plumazo las 26 actas (3,5% de voto) con Edmundo Bal como servidor a la causa de una expoliada Inés Arrimadas. La equidistancia centrista se los ha llevado como el viento que inmortalizó Victor Fleming en su obra cinéfila cumbre. Tras el descalabro de las generales, su irrelevancia en la CAV y Galicia, y el hundimiento catalán el pasado 14-F, a Arrimadas solo le queda disfrazarse de Rosa Díez y echar el candado al proyecto que gestó y marchitó Albert Rivera, o facilitar el escapismo hacia la banda más escorada a la derecha.

¿Y la izquierda? Pues respetando su historia en la Comunidad desde hace 26 años. Es decir, firmando otro fracaso que Sánchez ha querido echar sobre las espaldas de Ángel Gabilondo, cuya trompicada y dubitativa campaña le ha pasado factura. Sin clarificar sus políticas ni sabiendo atraer a los más desfavorecidos, el Partido Socialista, con su endémico mal en el foro madrileño, se ha precipitado al vacío sin remisión. Un resultado insoportable, el peor de su historia. ¿Lo hubiera propulsado otro candidato? Probablemente, tampoco. Entre el gurú Iván Redondo y el sociólogo Tezanos lo empujaron, y el presidente español lo terminó de vencer, yendo y viniendo, erigiéndose en cabeza de cartel y desapareciendo del mismo cual Houdini cuando los sondeos aventuraban la debacle. Habrá que ver las consecuencias en Ferraz, los pronunciamientos de los barones y el reseteo que esta vez emprenderá Sánchez, artista en resucitar de los Apocalipsis. Y es que además hubo sorpasso. Terminó hasta unos cuatro mil votos por detrás de Más Madrid, con una incipiente figura prometedora, Mónica García, más dispuesta a fajarse entre datos, estadísticas y realidades que en metáforas políticas de manual. Su resultado le permite además a Íñigo Errejón salvaguardar su plan a mayor escala y volver a tentar a la fortuna más adelante. La izquierda es como si aún continuará errante tras el golpe del Tamayazo de 2003 o el que supuso perder la Alcaldía de Madrid pese a la victoria que hace dos años obtuvo Manuela Carmena. ¡Quién sabe...! ¡Y si fuera ella...!, que cantaría Alejandro Sanz, uno de los próceres de la España cultural que no se ha entregado todavía a la derecha.

¡Y qué decir de Iglesias! Siempre podrá aseverar que gracias a que dejó la vicepresidencia en Moncloa, hizo sobrevivir la marca Podemos, y que además coloca en la parrilla de salida a la ministra mejor valorada, Yolanda Díaz, como sucesora y esperanza de su espectro ideológico. Pero no hace mucho el líder morado se postulaba como alternativa de gobierno y ahora el partido se conforma con las migajas, lo que le hizo actuar en consecuencia de inmediato y presentar la dimisión de todos sus cargos porque el objetivo de derrotar a la derecha resultó una quimera. Ante el inapelable éxito de Ayuso, lo único cierto es el pensamiento de muchos al despertar hoy: ¡Me duele Madrid!

65 escaños

El PP podrá gobernar en minoría sin necesitar más que la abstención de la ultraderecha en la investidura. Isabel Díaz Ayuso sumó más escaños (65) que el conjunto de la izquierda (58). El bloque de la derecha amasó 78 diputados, por encima incluso de lo que predecían los sondeos previos.

Más Madrid

Solo Mónica García, con 24 asientos, pudo sacar pecho en el bloque de la izquierda, superando además en votos al PSOE, ya que Ángel Gabilondo se desangró al perder 13 representantes y más de diez puntos porcentuales.