La noche del martes nos preguntábamos si Carles Puigdemont había o no declarado la independencia de Catalunya y, por absurdo que pueda parecer, hay voces discrepantes sobre lo que escuchamos en boca del president. Pero ayer mismo tuvimos otra extraña sensación al oir a Mariano Rajoy porque nadie sabía decir con exactitud si estábamos ante el primer paso de la aplicación del 155 y por lo tanto la suspensión de la autonomía catalana o, simplemente, se trataba de un amago previo para meter presión ante el inquilino del Palau.

Son tiempos confusos en este pulso que mantiene el soberanismo gobernante en Catalunya y el unionismo mayoritario en España. Pero que nadie lo entienda mal, esa confusión no tiene que ser necesariamente negativa. De hecho, ha supuesto que se abra una posibilidad de diálogo y frenar una cadena de hechos consumados que hubiera sido más difícil de deshacer si lo que de verdad se busca es un acuerdo.

Cuando Puigdemont declara un tiempo muerto en esa independencia anunciada se está arriesgando más que si directamente se lanza a proclamarla y activar mecanismos para tratar de ejercerla. Porque en el segundo caso, conoce la respuesta del Gobierno español pero en el camino que escogió, el difícil, se juega seguir manteniendo los apoyos de quienes le han acompañado, la CUP, y de hecho va camino de elecciones si la vía fracasa. ¿Qué gana? La posibilidad, aún no concreta, de una mediación que permita llegar a un destino parecido mediante el acuerdo y, desde luego, amplía la base soberanista (que no independentista) acercándose al territorio de En Comú Podem.

Rajoy ha hecho otra jugada táctica para ganar tiempo, aunque introduzca aún más confusión. Tras reunirse con Pedro Sánchez y con Albert Rivera, lanza otra vez la pelota al campo catalán cuando requiere (este verbo no es casual porque es el que figura en el texto del artículo 155) a Puigdemont que aclare lo que dijo e hizo (porque hubo firma extraparlamentaria) en la sesión plenaria del martes. Al mismo tiempo, Sánchez como quien no quiere la cosa y de tapadillo anuncia que ha acordado con Rajoy estudiar una reforma constitucional. No sabemos si la habrá, pero ese era el titular que suena a cambio de posición en el PP. Y por último, Rivera sigue con su estrategia de anular la autonomía para convocar elecciones. Una opción de dudosa legalidad, aunque a estas alturas hemos visto tantas ilegalidades tan seguidas que no importa demasiado una más.

En definitiva, el campo sigue embarrado, los contendientes no se ponen de acuerdo con las reglas, pero nadie quiere aparecer como el equipo que se lleva el balón y da por terminado el partido. Todo queda a la espera de que comparezca el árbitro que aclare lo que ahora es anárquico.