brasilia - Luiz Inácio Lula da Silva huyó de la miseria campesina, se hizo tornero, fundó un partido, llegó a la Presidencia de Brasil en su cuarta candidatura, eligió a su sucesora y ayer acabó siendo llevado de su casa por la policía para declarar por una supuesta corrupción que niega a rajatabla.

La verdadera novela política que es la vida de Lula agregó ayer un nuevo capítulo, con una operación policial que incluyó allanamientos a su residencia, a las de varios de sus familiares, empresarios allegados y la sede del instituto que dirige, todo vinculado a las colosales corruptelas en la estatal Petrobras.

El expresidente fue trasladado desde su casa, en Sao Bernardo do Campo, en las afueras de Sao Paulo, a una comisaría para prestar declaración, bajo sospechas de que se ha enriquecido ilegalmente con la corrupción petrolera, que salpica a importantes líderes del Partido de los Trabajadores (PT), que él fundó en 1980 y le llevó al poder por primera vez en 2003 y a la reelección en 2006.

El hijo más renombrado del paupérrimo noreste de Brasil dejó la Presidencia en 2011 tras ocho años en el poder con una popularidad del 87% y se la entregó a Dilma Rousseff, casi una desconocida hasta que él la impuso como su sucesora para las elecciones de 2010.

Ese traspaso del poder a su ahijada política fue para Lula la coronación de una vida que comenzó un día que ni siquiera él tiene claro. Fue registrado como nacido el 6 de octubre de 1945, pero su madre, fallecida en 1980, juraba que tuvo al niño el 27 de ese mismo mes.

Su padre, Arístides da Silva, era un campesino analfabeto y alcohólico que tuvo 22 hijos con dos mujeres: Lindú, madre de Lula, y Valdomira, prima de la anterior. Cuando Valdomira tenía 16 años, huyó con ella de la miserable Aldea de Vargem Grande (hoy Caetés) hacia Sao Paulo cuando faltaba un mes para que Lula naciera. Pero detrás partió Lindú con la prole y, tras recorrer 3.000 kilómetros en un camión, se instaló en Santos, donde a los cinco años Lula vendía tapioca y naranjas y conoció a su padre.

Acabó la primaria en 1956 y en 1959 fue el primero de la familia con un título, de tornero mecánico, que le valió un empleo en 1960.

Seis años después entró al Sindicato de Metalúrgicos de Sao Bernardo do Campo, desde cuya presidencia lideró el mayor movimiento obrero de la historia de Brasil, en duros tiempos de dictadura.

Se formó ideológicamente en el marxismo y en 1980, con la apertura política, fundó el PT, que nació troskista y con los años y el pulso fuerte de un Lula convertido al capitalismo se inclinó al centroizquierda de hoy. Fue candidato presidencial en 1989, 1994, 1998 y 2002. Al cuarto intento llegó al poder, pero ya no como el desaliñado obrero barbudo de puño en alto que pregonaba “revolución”, sino como un elegante político enfundado en trajes de Armani que proclamaba “paz y amor”.

“el olor de la pobreza” Su primer golpe de efecto en el Gobierno fue llevar a la portada de todos los diarios la cara africana de Brasil. Lula recorrió las regiones más pobres con todo su gabinete, para que sus ministros, muchos de “buena cuna”, sintieran “el olor de la pobreza”.

Apostó por la ortodoxia económica y pareció no tener oposición durante sus primeros dos años de gobierno, en los que su discurso social resonó más que los logros reales. Se le atravesó entonces un primer escándalo de corrupción que descabezó a la cúpula del PT y surgió el Lula pragmático, que se desmarcó de su propio partido para aliarse al centro y la derecha, volver a ser candidato presidencial en 2006 y ganar otra vez.

En su segundo mandato se rodeó de una variopinta coalición, en otra prueba de un enorme pragmatismo que siempre justificó con el alegato de que “se gobierna en función de la correlación de fuerzas políticas”.

Su proyección internacional y la del propio Brasil llagaron hasta límites insospechados, apoyadas ambas en el despegue de un país que en sus ocho años de Gobierno pudo sacar a 28 millones de personas de la miseria en que el propio Lula se crió.

En 2008 fue considerado como una de las veinte personas más influyentes del mundo por la revista Newsweek. En 2009, los diarios Le Monde (Francia) y El País (España) lo nombraron Hombre del año.

Así como se codeó con jefes de Estado y reyes, con su campechano carisma siempre habló con los brasileños la “lengua del pueblo”, criticada por académicos que durante estos ocho años le echaron en cara su falta de estudios.

Tras dejar la Presidencia, fundó un instituto político con su nombre y se dedicó a dar conferencias pagadas por grandes multinacionales, las cuales también son investigadas por la Policía, que sospecha sobre la transparencia de esas actividades. Rousseff, su heredera, no ha podido reeditar su carisma y hoy, tras cinco años en el poder, está amenazada por la posibilidad de un juicio con miras a su destitución por irregularidades fiscales que se le atribuyeron a su Gobierno en 2014 y 2015. - E.D.