GASTEIZ- La entrevista se celebró el pasado viernes a media tarde, tras una jornada que comenzó con una visita al hospital de Zumarraga y pocas horas después de que el lehendakari recibiera a la comisión que ha redactado el informe sobre la situación procesal de los atentados terroristas sin esclarecer. La agenda semanal de Urkullu ha incluido esta semana ocho actos públicos, además de la tarea propia de despacho, que han ido desde la firma y presentación del nuevo acuerdo con la Fundación Guggenheim de Nueva York hasta los eventos para conmemorar el día internacional del euskera.

A punto de superar el ecuador de la legislatura, la cámara legislativa vasca iniciará el jueves el debate de la Ley de Presupuestos 2015, los segundos que gestionará el Gobierno de Urkullu. Este mes finaliza también el plazo que dio el lehendakari al presidente Rajoy para que diera respuesta a las demandas que le ha planteado durante estos meses. La entrevista se desarrolla en un ambiente distendido, sin estridencias, y con un toque de serenidad y realismo parecido al que estos últimos tiempos muestra la comunidad vasca en general.

¿Qué le preocupa al lehendakari?

-Me preocupan el bienestar y el desarrollo de la sociedad vasca Y mi ocupación es sentar las bases para mantener unos estándares de calidad de vida. Por eso fijamos un doble eje de actuación para la acción de Gobierno: desarrollo humano y crecimiento sostenible, con el compromiso con las personas como fondo.

¿Le inquieta el clima de corrupción generalizada que se percibe en los medios y en la sociedad española?

-Sí y lo he compartido con altos representantes del Estado español. Me preocupa la crisis económica, pero también la crisis social, institucional, de valores? Creo que estamos ante una crisis de Estado, caracterizada por el desempleo y por las malas prácticas, que los ciudadanos castigan. También me preocupa la estigmatización de los políticos. Uno no sabe muy bien qué puede traer esta crisis además de la desmembración del Estado.

¿Qué otros efectos puede provocar?

-No estaríamos viendo efectos como la eclosión de determinados movimientos políticos si no estuviéramos en una crisis económica, o no estuviéramos viendo día tras día cómo afloran casos de corrupción o de malas prácticas políticas por parte de determinadas personas. La principal consecuencia es la desmembración de un sistema institucional y de un modelo de Estado.

¿Qué se debería hacer para combatir la corrupción que no se esté haciendo?

-Nosotros estamos haciendo todo lo habido y por haber. Hemos impulsado medidas tanto en el Gobierno como en el Parlamento: la Ley de Transparencia y el compromiso de los altos cargos institucionales en el Código Ético, entre otras. Aunque en la política vasca se quieran identificar determinadas prácticas como corrupción, estamos por delante. Eso nos lo dicen los agentes foráneos. No voy a decir que Euskadi es un oasis, pero sí creo que somos una sociedad y una clase política modélica en este sentido.

¿La adopción de esas medidas ayudaría a hacer frente al problema en el Estado?

-Creo que sí. Veo que algunas de las iniciativas que hemos ido adoptando, algunas en el PNV, las están adoptando ahora otros partidos. E institucionalmente también me consta que otros representantes del Estado se fijan en medidas que tenemos implementadas aquí. Yo ofrecí un pacto de Estado sobre esta cuestión que fuera más allá de la corrupción en la vida política porque creo que la corrupción obedece a una jerarquía y práctica de valores personales en los que lo mismo puede incurrir quien se dedica a la política o a otra actividad. Es necesario un pacto de Estado sobre unos valores determinados.

¿Le preocupa que ese mal ambiente pueda tener su efecto en Euskadi?

-Sí me preocupa, a pesar de que las últimas encuestas indican que los ciudadanos vascos están menos preocupados que en el Estado. Me preocupa porque estamos en un ejercicio de verlo reflejado en los medios y me preocupa porque en Euskadi estamos en una dinámica de denuncias judiciales por cualquier cosa, sin más fundamento que el castigo político. Y me preocupa cómo percibirán los ciudadanos esa judicialización.

Hay quien dice que esa crítica a la judicialización pretende no abordar con claridad las irregularidades que puedan existir.

-No, en absoluto. En la vida política institucional hay posibilidad de convocar comisiones de investigación, de reprobación o de otro tipo de medidas parlamentarias, además de las leyes y medidas ya aprobadas No es un intento de evitar nada. Todos los que nos dedicamos a la actividad política e institucional tenemos que dar ejemplo y preservar las buenas prácticas. Es nuestra responsabilidad.

¿Cómo lleva lo de presidir un gobierno en minoría?

-Lo llevo con orgullo por el esfuerzo que hacen todos los altos cargos de mi Gobierno que, conscientes del esfuerzo que supone ser un Ejecutivo monocolor en minoría en tiempos de crisis, deben lograr llegar a acuerdos con otras formaciones, intentando convertir la necesidad de diálogo y acuerdo en una virtud.

Los que le conocen dicen de usted que le gusta tenerlo todo controlado. Supongo que eso es difícil en un gobierno en minoría.

-Sí, si dependiera solo de uno. Pero si todos participamos de una forma de hacer y un compromiso, es menos complicado.

¿Cuántas veces se ha arrepentido de no haber cerrado un gobierno de coalición con el PSE?

-Nunca. Hice el primer intento de manera honesta en 2012, con el PSE y EH Bildu. Ninguno de ellos entendió que se dieran las circunstancias adecuadas. Y cuando vi que no era posible decidí que no podíamos dejar pasar más tiempo sin empezar a trabajar y fuimos a hacerlo, a pesar de todas las críticas que recibimos desde el minuto uno.

Se puede dar por hecho que habrá Presupuesto 2015, gracias a los acuerdos alcanzados con el PSE ¿En qué han cedido ustedes?

-Siempre que hay un acuerdo hay una cesión. Si hay un acuerdo no encuentro nada negativo en ceder. Si llegamos a un acuerdo es porque esa base ofrece una fortaleza al conjunto de la sociedad. Lo hemos compartido con el PSE y espero hacerlo también con el PP, como el año pasado. Insisto en que hay un acuerdo de recuperación económica y empleo, que tiene una planificación entre los años 2014 y 2016, con una aplicación de 6.475 millones de euros, y que eso debe tener su reflejo en un presupuesto. Ahora es cuestión de acordar con el PSE en qué aspectos sectoriales debe tener reflejo ese acuerdo. A partir de ahí las enmiendas que cada grupo pueda presentar.

En el caso de su acuerdo con el PSE, ¿es el aliado elegido o es el único que se ha puesto a tiro?

-Hay una base en el Presupuesto 2014 y hay una voluntad por ambas partes de llevarlo a la práctica. Otros como EH Bildu y UPyD han presentado una enmienda a la totalidad haciendo un planteamiento inaceptable de inicio, porque afecta a cuestiones estructurales. Se puede decir que querrías destinar 400 millones más a gasto social. Pero cuando entras a analizar de dónde los quitamos entramos en la imposibilidad de un acuerdo de esa magnitud. Es cuestión de voluntad por parte de todos, y de realismo.

¿Cómo ocupa su tiempo Iñigo Urkullu?

-Dedicándome en cuerpo y alma a mi responsabilidad como lehendakari. Soy consciente de la responsabilidad que tengo y dedico todos los días, de lunes a domingo, a las tareas propias: presencia en actos institucionales, trabajo de coordinación de Gobierno y de equipos, muchas horas de conversaciones por teléfono u ordenador, lectura y preparación...

Estos dos años hemos tenido la oportunidad de conocer más a Iñigo Urkullu a través de sus gestos y comparecencias. A mí me parece que tiene una actividad pública muy intensa, con unos trescientos actos públicos al año. ¿Cómo la ve usted?

-Sí, es evidente que tengo una actividad pública intensa. Y no siempre me siento cómodo en ella. La actividad pública no es solo estar en un acto y participar con un discurso. Es también el contacto con los asistentes al mismo y saber interpretar diferentes comentarios para pulsar la impresión de los ciudadanos.

¿A qué se debe la buena valoración que tienen los ciudadanos vascos del Gobierno y, especialmente, de su lehendakari?

-No lo sé. Quiero pensar que observan en nosotros personas honestas y comprometidas con las personas, con Euskadi y con su avance.

También hemos visto de forma puntual comportamientos suyos que nos han extrañado, como el enfrentamiento que tuvo en Loyola el año pasado, o hace un par de meses con un sindicalista en la entrada a un acto público. ¿Qué reflejan?

-En el caso del acto oficial de Loyola, yo no puedo aceptar que a un lehendakari elegido por la voluntad democrática le llamen fascista. Me pareció que debía hacer un ejercicio de espetar a quien me había insultado y preguntarle ¿qué es lo que me tienes que decir? Pensé que debía hacer un gesto para que la ciudadanía vasca perciba en los representantes institucionales a los representantes del conjunto de la sociedad, al margen de su ideología. En aquel acto estaban conmigo el diputado general de Gipuzkoa y el alcalde de Azpeitia. La sociedad vasca debe ver que sus representantes institucionales no tienen por qué tragar cualquier cosa. Ya tragamos, para eso nos pagan y debemos estar acostumbrados a la crítica, pero debemos hacer ver que hay que poner en valor el esfuerzo de mucha gente. Y en cuanto al segundo acto que me cita, me parece bien que se expresen las protestas. Si hay que protestar hagámoslo, pero en un contexto propio y no ajeno.

El miércoles pasado, en la conmemoración del día del euskera, nos hizo un emplazamiento a los vascoparlantes a usar el euskera. ¿Cómo lleva Urkullu a la práctica ese emplazamiento?

-Además del orden familiar y personal, en el Consejo de Gobierno hacemos un esfuerzo para desarrollar nuestra comunicación en euskera lo máximo posible, a pesar de que no todos somos vascoparlantes de origen. También lo hago en mi entorno de trabajo más próximo, siempre que se puede. Creo que es sabido que soy euskaldun y practico una vocación política en la que entiendo el idioma como un elemento de convivencia y no de imposición o confrontación.