Gasteiz - ¿Qué significa para usted Errekaleor?

-Mi primer contacto con la ciudad lo tuve con el frontón de Errekaleor, porque estoy vinculado al mundo de la pelota y mi primer empleo en Gasteiz fue de canchero en Errekaleor entre 1997 y 2001, justo antes de que me presentara a las oposiciones de bombero. Pasé cuatro años maravillosos, con una gran relación con ese barrio tan especial. Allí fundamos el club de pelota de Errekaleor, que a día de hoy sigue activo y le va muy bien. Mi relación con Gasteiz es primero con Errekaleor, por eso para mí siempre va a ser un sitio especial.

Le dará pena verlo ahora...

-Sí, cuando se cerró el frontón fue un momento triste, pero parece que ahora los jóvenes lo han ocupado y le están dando vida, a saber cómo termina la historia de Errekaleor, que siempre ha sido muy curiosa.

Buen momento el que vive la pelota, ¿verdad?

-Para mí es un tema difícil, porque he sido pelotari toda mi vida, estoy federado desde los 14 años y tengo 41, pero yo vengo del mundo de la herramienta, de la pala y demás. La evolución de la pelota a mano ha sido impresionante por la televisión y todo eso, se ha modernizado y es un deporte de masas, pero en ese proceso ha habido un sacrificio del resto de modalidades, ahora es la mano y lo demás parece un relleno.

¿Vaticina que pueda haber puertas giratorias si el fracking acaba saliendo adelante?

-En otros temas energéticos las puertas giratorias están funcionando, no hace falta decir los nombres porque casi todos los partidos políticos han ido metiendo y sacando gente de las empresas energéticas. En el caso del fracking dependerá mucho de si hay éxito o no en los proyectos. Evidentemente que las empresas y los partidos se pagan los favores, pero de aquellas campañas que son exitosas, si el fracking queda cuestionado y no se hace, o es un fiasco, me imagino que entonces los premios serán menores.

Desde que la gente lo pasa mal ya no se traga tanto con esas componendas de despacho.

-Al final una sociedad a la que las cosas le van razonablemente bien se va preocupando menos. Esto no es un problema de hace cinco años, viene de lejos, pero cuando la gente ya no vive razonablemente bien convierte su frustración en vigilancia.

Estamos en crisis. Menos dinero, ¿menos corrupción?

-Yo creo que la corrupción más que en dinero se mide en actitudes, igual han menguado en los ceros de la corrupción, pero yo no tengo muy claro que las cosas se hayan limpiado. Lo cierto es que hay más vigilancia y una capacidad de extender las noticias incómodas para el poder desde las redes sociales como un reguero de pólvora. Cierto es que también saltan cosas que no son ciertas, pero se ponen en altavoz cosas que antes costaba más.

¿Las redes sociales han hecho a la sociedad menos manejable?

-Ahora mismo hay un exceso de información, pero en todo caso la potencialidad existe y muchas de las nuevas dinámicas de movilización que se están dando en todo el mundo tienen que ver con estos canales de comunicación. Llama mucho la atención cómo cuando la primavera árabe en Egipto se intentó cortar Internet y hubo gente que consiguió sacar sistemas alternativos, se logró sacar la información y la movilización salió adelante. Siendo verdad todo esto, también es verdad que surgen otro tipo de problemas, la gente cuando pasa a vivir en la nube se olvida de que las cosas hay que seguir haciéndolas en la calle. El ciberactivismo es interesante, pero también se hace mucho desde el sofá y eso no es suficiente. La calle ya no es tan fundamental como lugar de protesta, pero sigue siendo un elemento imprescindible. Lo estamos viendo ahora con la campaña del fracking, cuando planteas una recogida de firmas en Internet firma todo el mundo, cuando hay que conseguirlas en un papel la cosa se complica muchísimo.

Le ha tocado poner la cara en la campaña contra el fracking y moverse por el territorio, por las instituciones, con alaveses de todos los estamentos y condiciones. ¿Cómo es este territorio?

-Yo siempre me he movido mucho en la calle, metido en muchos proyectos. De repente el fracking ha cogido una notoriedad, yo sin esperarlo me he convertido en la voz en Álava del movimiento, me ha tocado la parte pública, he participado en plenos, comisiones, a nivel local, foral y autonómico. He tenido que superar un montón de vergüenzas y nerviosismos y he hecho lo que he podido. Una cosa que me ha llamado mucho la atención es que cuando ves a los políticos desde fuera, son como personajes que salen en la televisión, luego ves que son gente como tú o como yo, con sus preocupaciones, que están en un Parlamento pero pensando en que después tienen que hacer la compra o atender a sus hijos. Sin embargo, les preocupa el fracking como personas de la calle. Entonces, ¿en base a los intereses de quién permiten que se haga? De entidades que son las que mueven los resortes del poder.

En el tema del fracking se pide a los políticos que escuchen a la ciudadanía, y en este caso la opinión en la calle es básicamente o contraria o indiferente, pero, ¿qué pasa cuando la sociedad no tiene una posición unánime sobre una cuestión y el político se ve apretado por la exigencia de la participación social?

-La gente reclama su cuota de participación en las cosas que se deciden. La queja de la gente es legítima y se está viendo incluso en las últimas elecciones. En el caso del fracking es sencillo porque hay un runrún muy claro, todo el que sabe un poco lo que es no lo quiere para nada, y da igual aquí el color político, religión, sexo o raza. Cuando se trata de otro tipo de cosas supongo que hay que encontrar el máximo consenso posible. De todos modos, mi consejo a los políticos es que pongan bastante más la oreja en la calle. En general se mueven en plazos muy cortos, intentan infantilizar un poco a la ciudadanía, y la sociedad ya está madura para que se le planteen los debates abierta y sinceramente. Cuando las cosas se plantean así la gente es razonable, yo no veo tan complicado esto de llegar a acuerdos, esto lo aplico al fracking y a cualquier decisión política. Hablando se entiende la gente.