GASTEIZ. La mitad del alumbrado público se apaga por las noches en el Gamonal, un populoso barrio obrero que festonea la catedralicia Burgos, una ciudad conservadora asfixiada por las deudas, que llevan impreso en sus facturas el sello de la crisis y del derroche. A media luz, para ahorrar costes, permanece el Gamonal, donde se desploma el termómetro. Una treintena de vecinos reta a las gélidas temperaturas y hace guardia en la calle Vitoria ante una zanja que abre en canal el asfalto, la arteria principal que cose la barriada con el centro. Son las 22.00 horas del jueves de la pasada semana. Es tarde y el grupo de vecinos pierde efectivos entre el castañeo de dientes y el peso de las manecillas del reloj, que no ceden, inclementes, como la oscuridad y el frío. Apenas diez personas custodian la calle. A ellos también les vigilan. Es la Policía, que les cachea y les lanza una advertencia por oponerse a las obras. "Si os volvemos a ver por aquí iremos a por vosotros y os caerán 30.000 euros de multa", cuenta Javi, vecino del Gamonal, que dijeron los uniformados a los que allí se encontraban. Simplemente por estar. El anuncio policial, que pretendía disolver los deseos de un barrio, obtuvo el efecto contrario.
Los habitantes de Gamonal se oponen a un proyecto presupuestado en ocho millones de euros y que pretendía, -hasta que el alcalde del PP, Javier Lacalle, presionado por la ciudadanía, rectificó y paralizó definitivamente el viernes por la tarde-, convertir una de las principales vías de la ciudad, conexión indispensable del extrarradio con el centro, en un paseo que solo ofrecía el paso a bicicletas, autobuses, taxis y ambulancias. El Ayuntamiento también había dibujado en el mismo proyecto un aparcamiento subterráneo de 250 plazas que eliminaría los aparcamientos de superficie (unos 350) de la calle Vitoria. Cada parcela que pretendía construir el consistorio costaría 19.225 euros y se pondrían a la venta en régimen de alquiler por 40 años. Un dineral, un lujo asiático, para los habitantes de un barrio humilde y trabajador donde sus gentes luchan por llegar a fin de mes. "No tiene sentido. Aquí no hay sitio para dejar el coche y se aparca en doble fila en la calle Vitoria, sin freno de mano, y nunca ha habido ningún problema a la hora de mover los coches", describe Carlos, orgulloso de su barrio y de sus vecinos, "que han mostrado una enorme solidaridad" en estos tiempos duros. "Ya estamos hartos. Los políticos no nos escuchan y hacen lo que quieren sin contar con el pueblo", determina.
No le falta razón a este vecino. El Ayuntamiento, gobernado por el PP, insistía durante el pleno a media mañana del viernes, antes de recular y anunciar esa misma tarde que las obras se pararían definitivamente, que llevarían a cabo el proyecto pese a la oposición vecinal y la de los otros grupos municipales. La sordera y la imposición institucional han sido el alimento de unas protestas masivas. "Sin siglas, sin banderas ni ideologías. Solo somos unos vecinos hartos de todo lo que está pasando", apunta Javier. "Las obras han sido la gota que ha colmado el vaso", agrega Carlos, uno de tantos vecinos presentes en las protestas de un barrio "en el que las necesidades son otras, nada que ver con lo que quiere el Ayuntamiento".
El frío sol de enero se despereza en Gamonal, una barriada construida con ladrillo de cara vista. Una enorme colmena de edificios altos y amontonados con cierto aire marcial que componen un crisol de 60.000 vecinos, el tercio de la población total de Burgos. El barrio enraizó en lo años 60 para agrupar la mano de obra emigrante que se empleaba en el Polo de Promoción Industrial franquista. Ahora y, ante el planteamiento que sostuvo el Ayuntamiento hasta que entró en razón, el barrio ha hecho pie en pared. Ni un paso atrás. Gamonal no cede ni un palmo. Ese es su triunfo. "La obra no se hará. No la queremos. No al bulevar", gritan los vecinos, hastiados de que se les ningunee desde el Ayuntamiento y se les quiera imponer un proyecto que nadie ha pedido y que va en contra de las demandas del Gamonal. "Seguiremos aquí. Las obras no se retomarán", vaticinaba Javi, que como muchos otros vecinos ha visto alterado su ritmo de vida para cuidar un barrio que ha dicho basta ante la estrategia del alcalde. La protesta del Gamonal, ajena a ideologías y a banderas, -"somos simples ciudadanos", destacan-, ha prendido en el corpus de la ciudadanía, que ve en ese barrio periférico de Burgos el reflejo de lo que sucede en demasiados lugares de España.
Una obra innecesaria El viernes de la pasada semana se repitió la escena de la noche del jueves entre vecinos y la Policía. Ese pulso se convirtió en un bucle durante esta semana. Un hombre de mediana edad que estuvo en la concentración nocturna del jueves, envida la mirada del agente ante el costurón descarnado de la calle Vitoria, que los vecinos han bautizado como Zona Cero. Allí se reúnen en asamblea, concretan estrategias "escuchando a todos", lanzan manifestaciones y frenan el avance de las máquinas. La cicatriz sobre la lengua de asfalto es la consecuencia de las obras para la construcción de un bulevar que nadie desea en el Gamonal, contrario a una infraestructura que consideran "innecesaria se mire por dónde se mire". Así lo gritaron sus vecinos que se manifestaron pacíficamente durante semanas antes de que las protestas subieran de tono y se prendiera la mecha que ha girado los focos sobre el barrio, icono del descontento de la ciudadanía frente a los desmanes del poder.
"Se pidió por activa y por pasiva que no se quería la obra y el alcalde (Javier Lacalle, del PP), no nos hizo ni caso. No nos escuchó y sigue sin hacerlo". Hasta ahora. La respuesta que dio Lacalle, enfatiza Javier, "fue que la maquinaria entrara a saco en el barrio". Ese fue el punto de inflexión de un conflicto en cuya superficie emerge la oposición a unas obras, pero en cuyas profundidades se observa el hastío de una ciudadanía a la que se le han requerido toda clase de esfuerzos y sacrificios; a la que se le han recortado derechos y servicios y a la que se le han subido los impuestos. Todo eso mientras se han dilapidado fortunas en infraestructuras ruinosas, enmarcadas además en un paisaje repleto de casos de corrupción y saqueo que han infestado la vida política durante los últimos años. "Se dice que no hay dinero para guarderías ni para servicios sociales, pero se quieren gastar un dineral en una obra que nadie quiere y solo sirve para llenar los bolsillos de los de siempre. Esto es muy de España", disecciona Raúl, unido a la lucha del Gamonal. En la denuncia de Raúl se encuentra otra de las claves del estallido social que convirtió el barrio en territorio comanche.
Méndez Pozo En el proyecto del bulevar emergía con fuerza la figura de Antonio Miguel Méndez Pozo, todopoderoso constructor local, amigo de Aznar, que fue condenado a más de 7 años de prisión por un escándalo de corrupción en 1992. El empresario fue sentenciado en el mismo proceso en el que se condenó por prevaricación a José María Peña, por aquel entonces alcalde de Burgos. Méndez Pozo salió a la calle tras cumplir solo nueve meses de cárcel. Considerado como uno de los poderes fácticos de la ciudad, su ascendente sobre el Ayuntamiento es sobresaliente según explican los vecinos con los que ha hablado este periódico. Propietario del diario más influyente de Burgos, la empresa de Méndez Pozo, magnate de la comunicación local, es la encargada de realizar las obras del bulevar. "El Ayuntamiento dice que no tiene dinero para arreglar unos desperfectos de 13.000 euros de una guardería y se quiere gastar más de 8 millones en una obra que nadie quiere. Ya sabemos de qué va toda esta historia. La hemos visto antes. Se trata de hacer negocio a costa del pueblo, una vez más", argumenta Raúl, que no entiende como se le puede otorgar una obra a un "personaje tan oscuro" como Méndez Pozo.
Esa oscuridad es lo que ha encendido a los vecinos en sus manifestaciones, protestas a las que durante los últimos días se han adherido cada vez más ciudadanos y que han tenido réplica en otras ciudades del Estado español. "Es el pueblo el que sale a la calle. No hay ideologías ni es cosa de jóvenes y violentos como se ha intentado vender", expone Javi, que recuerda que "a la primera manifestación fuimos unos 800, pero al quinto día éramos miles". A medida que crecían las protestas, Lacalle, el alcalde enrocado, optó por la represión policial para acallar las voces de sus vecinos. Dotaciones antidisturbios tomaron el Gamonal, donde se estableció un toque de queda por las noches. "Ha habido auténticas encerronas. A los jóvenes que veían de noche por el barrio los detenían. A la gente mayor que estaba por la calle la obligaron a meterse en sus casas", apunta Javi, contrario a la violencia, "que eso quede claro". Durante varias noches, las manifestaciones acabaron con enfrentamientos entre vecinos y la Policía, que practicó decenas de detenciones. "Estamos recolectando dinero para pagar las fianzas", resume Javi, convencido, como muchos otros, de que la rebelión de Gamonal y su victoria pertenece a los dignos.