SE acaba Asturias y creo que he encogido. Uno pensaba que era imposible ver más agua día tras día que en Hondarribia, pero no, lo del paso por Asturias ha superado cualquier expectativa lógica. Sin parar, sin descanso, sin tregua, doce días de agua con dos días de medio sol, los dos que paré en Avilés. El resto, un aguacero inmisericorde con el colofón final de la etapa con final en Llanes, en donde me encuentro, en donde ya llovía de abajo a arriba, con descaro y con el añadido de arcenes imposibles cuando optaba por coger la carretera general para evitar los barrizales impracticables de un camino escasamente señalizado. Que se dejen de santos y vainas parecidas y que me saquen a mí en procesión, que peso menos.
Pero bueno, superados ya los primeros 500 kilómetros del camino y con la espléndida visita a Oviedo, a la catedral de El Salvador, en donde conocí con todo lujo de detalles el origen de las peregrinaciones jacobeas. No es otro que la capital ovetense, lugar desde el que partió en el siglo IX Alfonso II El Casto camino de Compostela al conocerse la aparición del sepulcro del apóstol en la que es considerada como primera peregrinación documentada. Hasta esa fecha, las peregrinaciones tenían como destino la catedral ovetense, que guarda con celo las sagradas reliquias traídas de Jerusalén.
De vuelta de Oviedo tuve la ocasión de conocer los Sanfermines de Avilés, la fiesta del Bollú, una peculiar y multitudinaria comida en la calle el día de Lunes Santo, festivo solo en Avilés, en donde el personal lo da todo, también sin descanso. Como comentaba con sorna algún nativo, "los asturianos, por si acaso, celebramos todo como si fuera el último año que se va a celebrar, que nunca se sabe tal y como están las cosas". Doy fe que lo celebraban como si se fuera a acabar el mundo y no quiero ni imaginar el ritmo de trabajo el martes en la antigua fábrica de Ensidesa, aquella que llegó a albergar a 27.000 trabajadores en la época de esplendor y que hoy va muriendo de forma lenta pero irreversible.
Pero a pesar del agua y del exceso de asfalto, el recorrido encajonado entre montes y playas (entre los que no se sabe muy bien cómo han conseguido encajonar carreteras, autovías, vías de tren y pueblos) ofrece momentos espectaculares para la vista, como el paseo entre La Isla y San Esteban de Leces camino de Ribadesella atravesando el arenal de Moris. Hasta el aguacero quedaba bien entre mar, prados, vacas y montes.
Aunque, sin duda, para el recuerdo de toda la semana queda la historia de don Julio, el gijonés que con 80 años acudía a diario al gimnasio a hacer pesas "para poder mover a Isabel", su mujer enferma de alzhéimer en fase ya terminal. Rodeado de veinteañeros en busca de músculos atractivos, el primer presidente de la Asociación Alzhéimer Asturias no dudó en ponerse el chándal para fortalecer la musculación y, con ello, poder mover, levantar, asear y cuidar a su mujer. Una más de las incontables historias de superación de la enfermedad olvidada.