a una semana de la terminación de la feria de Santiago y Virgen Blanca es momento de hacer balance para otear el futuro del coso gasteiztarra y establecer las pautas municipales que regirán la explotación en los próximos años, teniendo en cuenta el cambio de color en el poder del Ayuntamiento.
A la hora de comparar o establecer paralelismos con otras gestiones en otros momentos de nuestra feria hay que tener en cuenta la singularidad de la gestión del grupo de aficionados locales bajo el paraguas de Vitauri y su precipitada salida por una mezcla de situación jurídica incorrecta y un ajuste de cuentas, que algunos sitúan en el máximo nivel del finiquitado mando municipal.
En cualquier caso, hubo que sacar un concurso a toda velocidad y encargar a la mejor plica la organización de la feria. Es decir, que las arcas municipales pagaron una pasta a Tomás Entero, ganador del concurso para una feria, otra pasta al mayoral de corrales y casi dos millones para los carteles con la orden de no pasarse ni un duro.
Vitauri fue borrado del mapa y su salida fue emborronada por acusaciones no fundadas de despilfarro en el uso de caudales públicos, con lo que los hombres de Ramón Garín salieron por la puerta de atrás y con tufillo. Y en estas llegó el empresario de Valdemorillo, Colmenar y cuarenta plazas más y montó una feria que se abría de forma espectacular, pero que no respondió en taquilla y con un Talavante cogiendo la sustitución de Cayetano.
El ciclo de la Virgen Blanca volvió a abrirse con una entrada justita, que mejoró con la llegada de los toreros mediáticos, pegó una bajadita con los de la tierra, subió con El Cid, Manzanares y Perera y remató en lo alto con los caballos y rejoneadores. La cifra municipal dice que asistieron a los seis festejos un total de 53.619, gracias por la precisión, lo que supone 300 entradas vendidas más que la última de Vitauri. Vamos, que ni fu ni fa ni bueno ni malo.
Quedó demostrado que en nuestra ciudad hay distintos públicos para esto del toreo y que hay que ofertar siempre una ensalada de hierros, toreros y espectáculos para recoger en todos los gustos a la hora de pasar por taquilla. Los aficionados, pocos, no tuvieron mucho que ver; el público que se cuelga del televisor, tuvo a su Rivera y El Cordobés; los amantes del caballos, una corrida mixta y otra de rejones y los forofos de los coletudos de casa vieron a Urdiales, Fandiño y El Vitoriano.
El personal debe saber que la plaza vitoriana es de segunda, según el Reglamento, y que por ello no puede esperar que salgan toros como en Pamplona o Bilbao. Los hierros de la pasada feria tenían mucho nombre, aunque a la postre no resultaran por mansedumbre, falta de fuerzas o casta. Colocar en el cartel a Victorino, Núñez del Cuvillo, Victoriano del Río, Román Sorando o Hnos. García Jiménez es componer la materia prima con posibilidades de éxito. Otra cosa distinta es lo que se reseña en el campo, cuándo se reseña, y qué llega a corrales de lo reseñado. Pedir mejor presencia del toro no es más que confundir al personal, porque la plaza es lo que es en el negocio ganadero.
Para los aficionados, la materia prima ha fallado; para el personal en general, han estado pasables y han tenido más mansedumbre que fuerzas. Manejables, variados, poco gas, deslucidos, decepción, mermelada fina son algunos de los términos para calificar las corridas.
En este capítulo ha estado el mayor borrón de la feria con las ausencias de Cayetano, por lesión, El Juli por desacuerdo económico y Enrique Ponce, triunfador en Vitoria en las últimas comparecencias. Amén de Sebastián Castella y algún otro que pulula por la zona alta del escalafón. Un detalle del nuevo gestor, ofrecer una tarde a El Vitoriano que desde su alternativa hace dos años no se había enfrentado a un morlaco, y bonito el detalle del corte de coleta de José Ignacio Ramos, torero semilocal, por su primer apoderado El Serranillo.
Una feria rápida en su discurrir, alborotada en la petición y concesión de orejas. Nuestro presidente padeció de flojera de manos, cinco aperturas de puerta grande, orejas todas las tardes, algo de aburrimiento, ciertos momentos para el recuerdo, como el capote de Perera, el estoconazo de Ramos al último toro de su vida, la música de la charanga Sin sentido, el quehacer de clarines y timbales, los nuevos caballos de Pablo y el orden sereno en el callejón de la plaza.
Una feria que ni se asentará en el trono del recuerdo ni pasará a la papelera de lo malo y aburrido. Una feria de transición. Ahora le toca aclararse al Ayuntamiento: nuevo concurso, Vitauri sí, Vitauri no, menos días de festejos, continuidad de Tomás Entero, llegada de los tiburones del negocio, vuelta a las andadas? Hay tiempo y tela para cortar. ¡Hasta la feria 2012, cuídense!