Hace poco más de una semana todavía flotaba en el aire la sensación ambivalente de que quizá fuera verdad que eso de que se acababa la pesadilla de cincuenta años, pero ensombrecida al mismo tiempo por el escepticismo inevitable de que sería demasiado bueno para ser verdad. Los ciudadanos han ido conociendo casi paso a paso, documento a documento, la evolución de la estrategia de la izquierda abertzale ilegalizada hacia su actual planteamiento de un proyecto defendido por vías exclusivamente políticas, pacíficas y democráticas. Ello incluye el emplazamiento a ETA para que decida un alto el fuego unilateral, permanente y verificable. Es decir, que abandone la lucha armada. Ese sueño tantas veces expresado por la sociedad vasca, y tantas veces frustrado.
Unas palabras, quizá espontáneas, quizá intencionadas, del presidente español, Rodríguez Zapatero, destaparon la caja de los truenos. Vino a decir que los pasos dados por Batasuna "no serán en balde". No dijo nada más que eso. A partir de ahí, la implacable maquinaria de la derechona política y mediática se cebó con una furia inusitada contra cualquier presunta veleidad de los socialistas, Gobierno o partido, daba igual, que implicase la más mínima aproximación a ETA-Batasuna. Nada es nada. Ni diálogo ni negociación ni siquiera conversación.
Con tal aspereza, con tales expresiones de santa cólera han intentado impedir lo que definen como "balón de oxígeno a los terroristas", que han atemorizado al Gobierno y al PSOE hasta el punto que se ha tocado a rebato de puertas adentro. Ni siquiera una insinuación, ni siquiera una palabra ambigua. Vuelta a la dureza extrema. Regreso al infierno de Dante, que pierdan ETA y los batasunos toda esperanza de negociación, de diálogo y de legalización. Ese es el actual discurso de Zapatero, de Rubalcaba, de Jáuregui, de Blanco, de López, de Ares y de todos los barones socialistas. Y Eguiguren, mejor callado y ojalá nunca se hubiera metido a jugar con fuego.
Zapatero y Rubalcaba no quieren, de ninguna manera, un enfrentamiento directo en este tema con el PP. No quieren, ni locos, que se les echen encima los doberman de la derecha, ni sus omnipresentes opinadores, ni sus colectivos de víctimas. Zapatero, Rubalcaba y, por detrás, todos los dirigentes socialistas se han pasado de frenada con su intolerancia dialéctica preventiva. Se han pasado de frenada anunciando el portazo antes de que nadie llame a la puerta. Se han pasado de frenada curándose en salud, sin que aún se haya declarado la epidemia.
En esta trinchera se han refugiado, a la espera inquieta de lo que pudiera ocurrir en las próximas semanas, a la espera de ver hasta qué punto cambia el ambiente en la opinión de la sociedad y de los medios, qué sensibilidades se observan, para ver qué camino tomar en el caso de que ETA atienda a los requerimientos de los mediadores y de la propia Batasuna. Mientras tanto, nadie puede esperar que Zapatero mueva un dedo, que se suavice el discurso. Nada de nada, hasta que ETA dé el paso que, además, en principio y de oficio será considerado como insuficiente.
Así las cosas, no es difícil deducir que en las bases de la izquierda abertzale ilegalizada cunda un cierto desaliento. Siempre ha existido y existe en ese mundo un sector convencido de que esta evolución de la estrategia tradicional no va a servir para nada, y a las pruebas se remiten: nunca como en estos últimos días se había dado una actitud tan negativa, tan inmovilista, por parte del Gobierno español mientras sus fuerzas policiales, no han cesado de ejercer las medidas represivas de siempre.
Frente a las dudas de este sector de la I.A., los líderes de la nueva estrategia aseguran que todo está bajo control y que ya contaban con esta reacción de intransigencia, de dureza, por parte de Madrid. Había cierta preocupación por las expectativas creadas en los medios de comunicación como si ETA estuviera a punto de abandonar las armas. Una preocupación basada en la convicción de que el fin de ETA es lo único que interesa a la opinión pública, mientras que pasa desapercibido el trabajo político que están llevando a cabo y los importantes pasos que han dado.
Instalado en esta prioridad profundamente arraigada en la sociedad española -y también la vasca- , el Gobierno español prefiere esperar desde la firmeza más áspera a que ETA anuncie su disolución, seguro de no equivocarse ante el severo marcaje del PP y de sus medios afines. El frenazo en seco le es más rentable que el más mínimo asomo de condescendencia.
Otra cosa es lo que se esté moviendo bajo cuerda. Otra cosa es en qué para el mensaje que ETA habría hecho llegar al Gobierno español por sí o por persona interpuesta para medir sus posibilidades.