- La primera constatación es que decenas de miles de uniformados de diferentes pelajes y procedencias pudieron manifestarse el pasado sábado en Madrid sin la menor incidencia. No crean que siempre ocurre así. Incluso cuando hay autorización de por medio, la excusa de no sé qué grito o cierta actitud presuntamente sospechosa deriva en carreras y unas cuantas dosis de jarabe de palo, o sea, de porra. Pero esta vez, claro, no procedía por razones obvias. Los vigilantes y los vigilados eran literalmente los mismos, así que todo transcurrió en medio de la más absoluta de las normalidades. Ya digo, la que ojalá acompañara todas y cada una de las movilizaciones no violentas de cualquier colectivo que entienda que tiene algo por lo que protestar.

- La segunda constatación es que los únicos codazos que hubo fueron los que protagonizaron los políticos del extremo centro para hacerse visibles junto a las pancartas. Más allá del patético show de los Pimpinela Ayuso y Casado viendo el modo de no coincidir en la foto, algo debería decirnos cómo perdieron el culo por ser fotografiados y escuchados los representantes de los dos partidos y cuarto de la bandería diestra. Claro que quizá resulta todavía más significativo el hecho de que algunos, como la citada presidenta madrileña y los primeros espadas de Vox, fueron largamente ovacionados por los asistentes a la marcha. Eso nos da una idea de cómo respira ideológicamente una parte no pequeña de los integrantes de los cuerpos y fuerzas de seguridad del estado. La lectura de los cartelones y la escucha de las consignas de pésimo gusto que se profirieron, con toscas alusiones a la orientación afectivo sexual del ministro Grande Marlaska, completan un retrato nada tranquilizador de las personas que cobran por garantizar los derechos de la ciudadanía.

- Es exactamente ahí donde tenemos un gran problemón. Ni de lejos quiero generalizar porque hace mil años que me curé el sarampión juvenil del "mucha policía, poca diversión", pero me preocupa asistir a la radicalización en bucle de los teóricos servidores del orden. No hay más que comprobar las mayorías sindicales de los diferentes cuerpos, incluidos (o empezando por) los que nos son más cercanos. Atendiendo a la forma y al fondo de sus mensajes, cada vez más desabridos y no pocas veces abiertamente antidemocráticos, cuesta creer que sus protestas obedezcan a legítimas reivindicaciones laborales. Y eso da mucho miedo.