Hyundai se echa a la calle con una reedición del i10 decidida a discutir la supremacía del Fiat 500. Es un órdago, pero no un farol. El menor de la firma asiática acaba de resucitar completamente transformado. El pequeño y modesto utilitario conocido reaparece convertido en coqueto y bien vestido ciudadano. Por su fuera poco, se pone a tiro a cambio de bien poco dinero: el nuevo i10 reclama entre 10.500 y 16.650 euros, dependiendo del acabado elegido y de cuál de los dos motores a gasolina instale (66 y 87 CV).
Nada más asomar, el i10 deja constancia del salto cualitativo experimentado por la última generación. La progresión salta a la vista por medio de un diseño cuyo resultado entra fácilmente por la vista. Las facciones esenciales de la remesa previa se han sofisticado pero sin desertar del estilo primigenio. Los estilistas de la casa han esculpido un envase con trazas modernas e indudable gancho estético. Han actuado pensando expresamente en la clientela europea, principal destinataria de este automóvil con pasaporte coreano y cuna otomana.
La globalización, eufemismo que a menudo esconde conceptos como reducción de gastos o aumento de beneficios, tiene esas cosas. Hyundai, que estableció su cabeza de puente en el Viejo Continente recurriendo a la fórmula que hoy se considera low cost, persigue ahora fomentar la rentabilidad produciendo en Turquía, donde los costes de fabricación todavía son inferiores a los de una planta europea y los de transporte similares.
Este origen ya apenas despierta recelos en algún sector del público. El i10 diluye esa improbable desconfianza combinando una sugerente hechura con un convincente ensamblaje. Demuestra con ello que, manejando buenos ingredientes y aplicando rigurosos controles, en cualquier parte del mundo se pueden producir coches de calidad.
Hyundai remata esta reedición cerciorándose de que su modelo evidencie unos modales intachables. En su afán por conseguir un ciudadano ejemplar, el constructor asiático se vuelca en afinar los ajustes, algo nada fácil en un producto obligado a sacar las cuentas. Lo hace convencido de que una holgura, una vibración o un tacto desagradable echan por los suelos los efectos positivos de una tarifa contenida o de una estampa resultona. Y el i10 goza de ambas cualidades.
Tiene, desde luego, una innegable fotogenia. Los estilistas encargados de pergeñar el elenco europeo han italianizado los modernos rasgos de familia, con lo que el escueto modelo resulta apreciablemente más chic que antes. El i10 da la sensación pertenencia a una categoría superior, efecto que obedece en buena medida a las nuevas proporciones: su carrocería de cinco puertas es más larga, ancha y baja. Se estiliza prolongando la longitud a 3,66 metros (8 centímetros más), se ensancha hasta ocupar 1,66 (6,5 cm más) y rebaja el techo a 1,50 (4 cm menos); la distancia entre ejes se mantiene. Esa hechura promueve la habitabilidad en las plazas delanteras, no así en las posteriores, algo más angostas que antes. El maletero gana un 10% y ofrece 252 litros útiles, el récord de la categoría.
Otro punto a favor del i10 es su equipamiento. Hyundai contribuye a democratizar la tecnología pertrechando su utilitario más de lo acostumbrado. El acabado más modesto cuenta con seis airbags, control de estabilidad, sensor de presión de neumáticos, iluminación diurna por LED, cierre centralizado y ordenador de viaje; la segunda terminación, 1.100 euros más costosa, agrega aire acondicionado, cuatro elevalunas y radio CD con mp3 y tomas auxiliares. La puesta en escena más sofisticada disfruta de sensores de aparcamiento, control de crucero, acceso y arranque sin llave, llantas de aleación de 15", climatizador, etc.