Vitoria. Juana Acosta (Colombia, 1976) comenzó en la principal industria audiovisual de su país, los culebrones. No reniega de ellos, pero asegura que hoy sería incapaz de trabajar a la velocidad que impone una telenovela. Llegó a Madrid hace doce años con la intención de estudiar en la Escuela de Corazza y regresar a su tierra. En sus deseos se interpuso el amor de Ernesto Alterio y el nacimiento de su hija Lola. Está satisfecha con su trabajo en Crematorio, la serie que hoy estrena La Sexta.

¿Cómo es su personaje?

Interpreto a Mónica, la mujer de Rubén. Es una mujer que viene de un estrato inferior al de la familia de él. Aparentemente, podría parecer que está con él por su dinero, que es verdad, pero también es una mujer enamorada. Es ambiciosa, frágil y quiere a su marido. Es un personaje contradictorio en sus sentimientos.

¿Un personaje que puede jugar a la confusión?

Sí. Juega con la ambigüedad. Poco a poco, ella va demostrando que está enamorada de él. Al principio se la ve muy dependiente de él y tiene dificultades para tomar decisiones. A medida de que la historia va a avanzando, ella se va transformando, va cogiendo fuerza y empieza a tomar decisiones.

¿Se trabaja diferente en Colombia?

Sí. Aquí se graban las series con más tiempo, yo creo que hay un poco más de dinero y eso repercute. En Colombia yo estaba acostumbrada a hacer veinticinco secuencias al día; aquí nunca he hecho más de seis o siete. Estas diferencias se notan en la calidad del trabajo. También va a depender del tipo de producto, ahora mismo en Colombia hay trabajos que se hacen con menos secuencias al día.

¿Los culebrones se graban con tanta rapidez como dicen?

Sí, en Latinoamérica tenemos el género del culebrón o telenovela. Tiene muchísimo éxito allí.

¿Los echa de menos?

No, ya no tengo ganas de participar en telenovelas. Empecé haciendo culebrones con dieciocho años y considero que es una etapa pasada. Llegué a Madrid hace doce años, tengo treinta y cinco, y he hecho la mayor parte de mi carrera aquí. Aunque en los últimos años he estado trabajando mucho en Francia.

¿Por qué dejó Colombia?

Porque vine a Madrid a estudiar teatro, estuve en la escuela de Corazza. Mi idea era terminar y volver a Colombia. Al acabar conocí a mis representantes, ellos son mis ángeles. Después, me enamoré y formé una familia. Tengo una niña y cuando ya tienes un hijo en un país, aunque no sea el tuyo, echas raíces y te quedas.

¿Echa de menos su país?

Claro que se echa de menos, es un país maravilloso, aunque mi vida está aquí. Voy allá una o dos veces al año. Mi madre, afortunadamente, está aquí. Es una suerte tenerla cerca. En Colombia tengo una familia enorme y voy mucho. Durante el último año, he trabajado bastante en Bogotá. Hice una película allí, El cartel de los sapos. Estoy descubriendo otra vez el mercado colombiano del cine.

Desde este lado del Atlántico los culebrones se ven como un género menor.

No creo para nada que sea un género menor. En los culebrones se representan las relaciones con unas intensidades enormes. En Latinoamérica, la gente vive mucho las relaciones con una intensidad diferente a cómo se viven en Europa. Estas producciones tienen una repuesta en el público espectacular.

Usted ha dejado ya de lado este género.

Lo que pasa es que es un género que trabaja a unas velocidades a las que yo ya no estoy acostumbrada. Siento que me cuesta mucho volver a hacer tantas escenas en un día. Me he hecho a otro ritmo de grabación, pero no por ello desvirtúo lo más mínimo el género.

Supongo que la serie 'Crematorio' fue todo lo contrario a un culebrón a la hora de grabar los capítulos.

La grabación de Crematorio ha sido muy interesante. Se grabaron los ocho capítulos como si fuera una película. No grabamos capítulo por capítulo como ocurre en una serie al uso. El primer día de rodaje hacía escenas del capítulo siete.

¿Es más difícil tener que trabajar de esa forma?

Al ser una serie son más horas de grabación final. Este sistema de trabajo te obligaba a tener una concentración muy fuerte. Yo me hice unas fichas con las escenas de cada capítulo para ordenarme. Había días que tenía secuencias del capítulo dos, del cuatro, del ocho… Actuábamos como si fuera una película, pero una película de ocho horas. Se rodó durante tres meses con dos unidades, con un equipo de cine y con todos los detalles cuidados al máximo. Se mimó mucho el reparto de actores, la iluminación, el guión, la ambientación, se cuidó todo. Fue el director el que escribió la adaptación y eso hace que él sepa muy bien por donde llevar a sus actores.

¿Se queda corta una serie de tan sólo ocho capítulos?

No, yo defiendo este formato de series de ocho capítulos. Tiene la dimensión justa para ser un producto muy cuidado.

¿Qué otros proyectos tiene actualmente entre manos?

Ahora voy a rodar una película, se llama Libertador. Es sobre la vida de Simón Bolívar, es una coproducción entre Francia, Venezuela y España. También tengo previsto hacer un capítulo en la serie que protagoniza María Pujalte, Los misterios de Laura.

¿Ha notado los efectos de la crisis?

Hay crisis para todo el mundo, aunque yo me siento muy afortunada. He tenido la oportunidad de trabajar bastante; acabo de terminar la temporada de Hispania.

Los actores estaban acostumbrados a estar en crisis toda la vida, al menos eso es lo que dicen algunos colegas suyos.

Nuestra profesión es muy incierta. Hay épocas en las que terminas un proyecto y pasa tiempo hasta que empiezas el siguiente. Hay mucha incertidumbre. Esto va con la profesión. Ahora, en estos momentos, es verdad que se están cayendo muchos proyectos. Hay menos dinero. En los últimos años, he tenido sobre la mesa proyectos que no se han podido llevar a cabo por la crisis.

¿Cómo llega usted al mundo de la interpretación?

Comencé pronto. Yo estudiaba Bellas Artes y siempre tuve mucha curiosidad por la interpretación. Empecé a estudiar con un maestro colombiano y me salió un trabajo de actriz. Al terminar ese trabajo, vine a Madrid a hacer un año de teatro en Corazza. Esa fue la primera vez que vine, al acabarse el visado volvía a Colombia. Terminé la carrera de Bellas Artes, estaba empeñada en terminar en la universidad. Trabajé allí, en Bogotá, y en el año 2000 volví a terminar mis estudios en Corazza y ya me instalé aquí definitivamente.