¿No es verdad, ángel de amor que en esta apartada orilla más pura la luna brilla y se respira mejor? Este es uno de los momentos más brillantes del recitado de don Juan Tenorio, cuando los espectadores, puestos en pie, rompen a aplaudir porque los más talluditos recuerdan que estos versos eran de obligado aprendizaje en las antiguas clases de Literatura. Durante muchos años, la representación de la inmortal obra poética de José Zorrilla ha sido una oferta ineludible en la mayor parte de los escenarios coincidiendo con la festividad de Todos los Santos, el primero de noviembre, por eso de que parte de la obra transcurre en un cementerio. Sin embargo, no siempre fue así.
Una mala venta
Don Juan Tenorio es el resultado de la embarcada en que el actor Carlos Latorre le metió a Zorrilla sin que éste tuviera oportunidad de librarse. La presión del intérprete fue tal que el autor acabó de escribir un drama en verso y en dos partes de 4 y 3 actos en el tiempo récord de 21 días.
La obra se estrenó el 28 de marzo de 1844, hace ahora ciento ochenta años, en el Teatro de la Cruz, un antiguo corral de Madrid donde antes lo habían hecho Calderón, Lope de Vega y Tirso de Molina. La representación resultó un fiasco y el público rechazó aquellos versos que más tarde serían harto conocidos:
¡Cuál gritan esos malditos! Pero, mal rayo me parta si en concluyendo la carta no pagan caros sus gritos.
En vista del fracaso, Zorrilla vendió todos los derechos de la obra a su editor en la irrisoria cantidad de 4.200 reales. Triste negocio el que hizo, ya que desde entonces Don Juan Tenorio ha generado millones. Sin embargo, no demostró apenarse por el mal negocio. Era ya sesentón cuando le escribía a un amigo “Mi don Juan es el mayor disparate que se ha escrito. Es un absurdo y no quiero morir cargado con su responsabilidad”.
La huella de Don Juan
La casa-museo donde el 21 de febrero de 1817 nació el autor del Tenorio se encuentra en la antigua calle de la Ceniza, hoy Fray Luis de Granada, de Valladolid. En su tiempo fue un ala del palacio del marqués de Revilla, levantado en el siglo XVI y segregado del mismo en el XIX. La vivienda que habitaba la familia Zorrilla ocupa la parte primera del edificio y todas sus estancias están amuebladas con los enseres que donó doña Juana Pacheco, segunda esposa del autor.
Se pueden ver varios recuerdos del insigne poeta: cartas, originales de sus versos, un piano, varios cuadros y la mascarilla mortuoria. En realidad, recrea el ambiente de la época en un espacio museístico integrado por diez estancias que reproducen la atmósfera donde se desarrolló la vida del escritor.
Desde el año 1965 es Monumento Local de Interés Histórico-Artístico. Cerca se encuentra la iglesia de San Martín, muy reconocible en la ciudad por su torre románica donde fue bautizado imponiéndole los nombres de José Maximiliano.
Zorrilla en Euskadi
A José Zorrilla le gustaba tocar el piano. Tenía dos en casa, uno de ellos de cola con el reputado sello Gaveau. Otro de sus placeres era viajar, ver mundo. Le fascinaba México y su emperador Maximiliano, pero atendía también cualquier invitación para dar los recitales poéticos que le proponían amigos y entusiastas de su trabajo.
A tal efecto hizo varias rondas por el País Vasco de donde le habían dicho procedía su apellido. En mayo de 1883 ofreció dos recitales en el teatro de Bilba,o anterior al Arriaga, que debieron hacer las delicias de los espectadores. El Noticierio Bilbaino publicó la siguiente reseña en su portada del día 6 de ese mes: “No recordamos haber presenciado jamás una ovación más entusiasta y espontánea. Las tres composiciones que leyó el insigne vate fueron acogidas con estrepitosos aplausos y bravos calurosos que partían de las diversas localidades del teatro, llenas de bote en bote. Se le obligó a presentarse en el palco escénico cinco o seis veces, y no se aplaudió más porque no se pudo”.
Volvió en 1887, esta vez a Zarautz, alojándose en casa de sus amigos los Goyeneche. Quedó tan maravillado de la zona costera que a la señora de la casa le dedicó el libro ¡A escape y al vuelo!, donde ensalza la belleza de Getaria, Zumaia, Deba y el santuario de Loiola, que llegó a conocer.
Tras sus huellas
José Zorrilla es uno de los escritores más ilustres que ha dado Valladolid. Inicialmente iba para vestir toga letrada, pero dejó las leyes para abrazar definitivamente la literatura, sobre todo obra poética entre la que destacan las aventuras de ese implacable seductor que lo mismo seduce a doña Ana que rapta de su convento a una monja, una “doña Inés del alma mía” que, a duras penas, conseguirá salvar su alma de la condenación eterna.
Los mejores amantes
La fría postura inicial del público hacia la obra Don Juan Tenorio fue variando con el paso del tiempo hasta convertirse en uno de los títulos más representados de todos los tiempos, sobre todo en las fechas inmediatas a la festividad de Todos los Santos. Esta coincidencia obedece a que en el drama la casa de don Juan acaba transformada en un cementerio en el que están enterradas las víctimas que hizo en sus lances a causa de líos amatorios. Es el lugar en el que los espíritus solicitan el arrepentimiento del ejecutor.
La dificultad que entraña la representación en verso hizo que la obra se convirtiera en todo un reto para las compañías teatrales. ¿Quién es el mejor don Juan? ¿Quién la mejor doña Inés? Los nombres que han quedado para la historia son los de Fernando Díaz de Mendoza y María Guerrero en una época, y Francisco Rabal y Concha Velasco en la mítica versión que hicieron para TVE. Unos y otros supieron transmitir el sentir de un Zorrilla que nunca creyó en su obra.
La idea de crear un personaje literario como Don Juan, patrón laico de los seductores enfermizos, no era nueva pues y anteriormente encontramos algunos tipos semejantes en la literatura universal. No obstante, Zorrilla es muy posible que conociera leyendas vallisoletanas en torno a lances y amoríos resueltos no muy lejos de la casa donde nació.
Capa y espada
Campo Grande es hoy un parque romántico precioso, una de las joyas de la capital pucelana. Lo creó en 1877 el alcalde Miguel Iscar sobre una extensión de 115.000 metros cuadrados en los que encontramos caminos, glorietas, plazas y parterres con numerosas fuentes y memoriales dedicados a poetas de la talla de Núñez de Arce y Cano. Es uno de los pocos lugares que conozco donde las ardillas se acercan al paseante con absoluta docilidad para ver si les das condumio.
Este parque no siempre gozó de calma y tranquilidad. Antiguamente se llamó Campo de la Verdad, ya que era el lugar donde tenían lugar los duelos de honor. Las espadas se cruzaban con harta frecuencia buscando el punto flaco del adversario. Y todo esto en un lugar rodeado de conventos en los que, con seguridad, hubo alguna Inés. Una de las leyendas más conocidas es la protagonizada en plena Edad Media por Ana Bustos de Mendoza y Tello Arcos de Aponte que, a poco de celebrarse la boda entre ambos, surgió un pretendiente anterior, lo que dio pie al consabido duelo en Campo Grande entre los varones. También Miguel de Cervantes se vio involucrado en un lance librado en el mismo escenario con la muerte de un tal Gaspar de Ezpeleta.
“Campo Grande fue escenario de numerosos desafíos de este tipo. Lo curioso es que parecía que, al estar rodeado de conventos, era poco menos que un lugar sagrado. ¡Lo que no rezarían los frailes y monjas por las almas de aquellas víctimas!”, comentan en el foro literario que desde hace diez años tiene Pepa en una esquina de la Plaza Mayor de Valladolid, frente al Teatro Zorrilla.
La poesía de Valladolid
José Zorrilla dedicó unos versos a su ciudad natal que han quedado grabados a fuego frente a la Universidad: Para mí la poesía que Valladolid encierra es ésa, y ésa es la mía, que resuena todavía por la castellana tierra, sin borrón de bastardía.
En setiembre de 1900, la ciudad erigió una estatua dedicada al ilustre poeta, obra del escultor riosecano Aurelio Rodríguez Carretero, y la instaló en su centro neurálgico. En cierta ocasión el escritor Luis de Castresana dijo que Zorrilla odió a su Don Juan: “Resulta un tanto curioso y patético que, a veces, un autor pase a la inmortalidad precisamente por aquella de sus obras que él menos estima”.