Se entiende por resistencia la acción en la que una persona, animal, cosa u organismo resiste o tiene la capacidad de resistirse, es decir, mantenerse firme o en oposición. Traigo el término a colación porque se trata del factor clave para entender el drama shakespeariano en que se ha convertido el Brexit. La Unión Europea, desde su equipo negociador, dirigido por Michael Barnier, y sus instituciones -Consejo, Comisión y Parlamento-, han mantenido una posición de firmeza indiscutible en todo el proceso, no moviéndose más allá de sus líneas rojas. Eso ha sido posible al aprovecharse de la debilidad de su oponente, un Reino Unido roto políticamente. En la Cámara de los Comunes se han interpretado esta semana dos actos que dejan bien a las claras la práctica ruptura de los consensos básicos en torno al Brexit de la política británica. Y en ellos, Theresa May ha demostrado que su capacidad de aguante es superior a la de todos sus adversarios, como ejemplos insignes y recientes de dicho talante tenemos en la política española en las personas de Mariano Rajoy y Pedro Sánchez.
Un aplazamiento superior a un año lanzaría un mensaje internacional de incertidumbre a la que claramente la UE se opone. Sea como sea, con prórroga o sin ella, la resistencia demostrada por May hasta hoy, sobreviviendo a las dentelladas de sus colegas tories más duros, y al empecinamiento de Corbyn por ser primer ministro a toda costa, nos hacen sospechar que puede salirse con la suya y alcanzar un acuerdo que nos evite a todos el sin sentido del caos.