La gran exclusiva de Jordi Évole se quedó en un gran fiasco. Eran tantas las expectativas que había generado esta entrevista que finalmente a muchos se nos quedó plana. Toda la profesión periodística estaba ahí representada de alguna manera por él, pero la realidad era que solo Jordi estaba hablando con el Papa y el resto estábamos al otro lado de la pantalla expectantes. Nada pudimos hacer en aquel naufragio de entrevistado y entrevistador. Ni las preguntas alcanzaron su sentido crítico ni de lejos las respuestas del argentino conseguían investir sus argumentos de la verdad irrefutable que siempre se vinculó con la primera figura del Vaticano. La impresión fue la de una gran oportunidad del Papa para emerger con una personalidad dotada de un toque especial en estos tiempos confusos y la de un entrevistador que no quiso hacer sangre de las respuestas de Bergoglio sobre la manipulación en sus medios afines o el papel secundario de la mujer en la Iglesia. Hay quien habló de un pacto entre ambos. Vamos a pensar que no lo hubo. El Papa respondió lo que entendió y Évole preguntó acorde a ese nivel de respuestas mínimas. Sí hubo un momento estelar cuando Jordi mostró un trozo de las concertinas con las que dotan la parte alta de las vallas de Ceuta y Melilla para impedir el paso de inmigrantes. Una muestra muy significativa que Francisco I tomó con decisión en su mano; observó y palpó el eficaz potencial de las cuchillas como desollador de los cuerpos de los inmigrantes. Tras de lo cual el mismo Papa las guardó en el envoltorio para pasar si eso a otra pregunta. Y con la otra pregunta muchos espectadores también pasamos a otra cosa mariposa. Disponer de mando a distancia tiene la ventaja de irte a otro lado apenas vislumbras que lo que te echan te defrauda. También es cierto que, a falta de credibilidad, acabas quedándote en cualquier sitio en el que te aseguren un poco de entretenimiento. El que no tuvieron ni Évole ni el Papa.
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