DECÍA George Orwell que la libertad de expresión era algo así como que uno pueda decir lo que la gente no quiera oír. No ya por la crudeza del lenguaje si no por su capacidad para describir la realidad sin omitir los detalles que la hacen más o menos objetiva. En esta columna ya lo venimos barruntando: mucho nos tememos que a partir del 20-N llegan malos tiempos para la televisión pública. Y puede que tras lo que estamos viendo, los malos tiempos se adelanten a la campaña electoral. Esta semana nos dan un anticipo. De buenas a primeras el consejo de administración de RTVE, que hasta ahora no lo conocía nadie, da un golpe de estado y se quiere hacer con el control de los informativos. Hay gente que quiere ganar tiempo. Un PP que no se fía de su ventaja y un PSOE al que no le importa ensuciar en tres meses todo el trabajo hecho durante 8 años en los que defendió la independencia del Ente. Nuevamente y antes de las elecciones, ambos partidos se retratan. Y lo hacen una vez de dejar decapitada la presidencia tras el abandono del abuelo Oliart en julio. Un vacío que lo resolvieron a la europea: creando una presidencia rotatoria para RTVE. El caso es que si finalmente hubieran salido con la suya, el consejo de administración hubiera entrado de oficio a dictar los tiempos y los contenidos del Telediario. ¡Qué asco! De todo el desaguisado sólo Maravall, el representante de CCOO (recuerden ce,ce,o,o en el lenguaje de Urdaci) ha presentado la dimisión. Lo curioso es que en esta presidencia rotativa y una vez dimitido Maravall a quien le toca dirigir el tema en el decisivo mes de noviembre es al candidato del Partido Popular, Andrés Martín. Lo recordarán de la serie de terror Los tiempos de Aznar donde interpretaba a un guardián del PP en RTVE donde sólo se permitía "lo que ellos querían decir".