- Ha intervenido "en grandes incendios forestales e inundaciones, que es el riesgo al que más expuestos estamos en nuestro territorio y el circundante", pero vérselas cara a cara con un volcán son palabras mayores. Ignacio Garcia Urquizo, oficial jefe de operaciones del servicio de bomberos de Bilbao y geógrafo especializado en riesgos naturales, acudió a La Palma como asesor externo apenas cuatro días después de iniciarse la erupción.
¿Cómo fue a parar a los pies del volcán en erupción de La Palma?
—La dirección de bomberos de Gran Canaria cursó la petición a la de Bilbao y hubo apoyo al cien por cien. Fui a hacer un estudio de posibilidades de actuación para controlar flujos de lava y a dar soporte en el puesto de mando avanzado. El desplazamiento fue complicado, tuve que ir a Gran Canaria, volar a Tenerife y, como el espacio aéreo estaba cerrado, ir a La Palma en barco.
Viajó apenas unos días después de que el volcán se activara. ¿Cuál fue su primera impresión al llegar?
—Había un ambiente de zona de catástrofe. Fue llegar y estar lloviendo ceniza día y medio. Es incómodo por las molestias que te genera, todo se cubre de ceniza, todas las carreteras, se te mete en los ojos y terminas el día con bastante picor.
Dada la dimensión de la tragedia, recibirían a los refuerzos, como usted, con los brazos abiertos.
—La acogida fue superbuena. Ya en el viaje de ida los canarios nos decían: ¿Van ustedes a La Palma? Pues muchas gracias. Ibas por ahí y te aplaudían. Te mostraban el afecto hasta tal punto que ibas a tomarte un café: No, ustedes no pagan, ¿cómo van a pagar?, por favor... Los vascos no estamos acostumbrados a esas expresiones tan espontáneas y te quedabas un poco abrumado.
La población estará muy preocupada viendo peligrar sus casas.
—La gente está preocupada porque el devenir del proceso volcánico es bastante incierto, aunque se sabe que es muy activo y que va para largo. Cuando llegamos estaba en una fase muy explosiva y en la zona de exclusión, en la que estaba todo completamente evacuado, se estaban organizando convoyes para que los vecinos sacaran lo que pudieran de las viviendas. Veías caravanas de camionetas hasta arriba de muebles y enseres. La gente sabía que su casa estaba en trayectoria de lava y antes o después iba a quedar sepultada. Te recordaba a las escenas de guerra que ves en la tele.
Entre los propietarios se vivirían momentos de gran tensión.
—Había gente a la que todavía igual no le tocaba, le habían dado dos horas y querían entrar ya porque tenían miedo de que se acelerara el avance de la colada y no les diese tiempo. La verdad es que había situaciones tensas y tristes. Es duro.
¿Es esta la catástrofe más impactante en la que ha participado?
—Es la experiencia más intensa y potente que he vivido en mi carrera como catástrofe natural. He ido a grandes inundaciones, pero cuando los niveles de las aguas bajan todavía quedan las casas, aunque haya que limpiarlas o reconstruirlas. Este caso es completamente diferente porque las coladas de lava, con anchuras de entre 50 y 300 metros y alturas de hasta 15 metros, se iban tragando las casas y sepultaban completamente todo.
Muchos han perdido, además de su vivienda, su medio de vida...
—Había familias que habían perdido su forma de sustento porque las coladas habían arrasado sus casitas de turismo rural o alguna bodega.
¿Le conmovió especialmente alguna de estas historias?
—Te queda grabada la situación desesperada de ciertas familias porque te cuentan: Estos señores tenían ahí su casa, su hija vivía cien metros más abajo y sus dos hijos, a trescientos metros. Todos han perdido todo. Se plantean irse de la isla a donde algunos familiares porque aquí ya no tienen nada. Te pones en su piel y dices: Madre mía, vaya tragedia.
Con tantos frentes abiertos y esa carga emocional, el personal de emergencias acabaría agotado.
—Descansas poco y mal porque estás en zona de catástrofe. Dormíamos en hamacas en un pabellón deportivo y los primeros días retumbaban muchísimo las puertas y ventanas por las explosiones, incluso llegaron a abrirse y eso que estábamos a tres kilómetros y medio del volcán. En alguna ocasión nos miramos entre todos: ¿Toca correr o no?
¿A qué riesgos estaban expuestos?
—En fase explosiva el cono volcánico es muy inestable. El problema de un colapso parcial o total no era solo que pudiera modificar los cursos de lava, sino también que pudiera generar algún tipo de nube piroclástica, ardiente, que pudiera comprometer la seguridad de quienes estuvieran trabajando en la zona de exclusión. También hubo un par de sustos con científicos. Allí hay vulcanólogos de todo el mundo estudiando el proceso. Se les da un intervalo de tiempo y una zona de exploración. Dos no salieron a la hora convenida y hubo que ir a buscarlos. Comprometen su vida y la de los servicios de emergencia.
¿Qué otras dificultades tuvieron?
—Cuando trabajábamos muy cerca de las coladas de lava las comunicaciones fallaban por la influencia electromagnética que ejercían a su alrededor. El jefe de sección tenía que estar siempre apartado por si se daba cualquier incidente.
Profesionalmente habrá sido una experiencia sin precedentes.
—Para nosotros, como gestores de emergencias, ha sido un reto gestionar un dispositivo tan amplio y algo tan complejo porque las condiciones iban cambiando y lo que habíamos planteando operativamente para un día al siguiente no te valía. Esa incertidumbre siempre genera tensión porque los responsables quieren, sobre todo, que no le pase nada a nadie. Me quito el sombrero ante el trabajo que están haciendo.
¿Mantiene el contacto con los bomberos de Canarias? ¿Cuál es su principal miedo actualmente?
—Que puedan surgir nuevas coladas en otros focos diferentes del cono principal. Sería problemático también que el volcán dejase de emitir lava y siguiera habiendo actividad sísmica debajo porque si no libera la presión, puede reventar por otro sitio. Mientras siga emanando esa columna de cenizas y piroclastos y generando esa nube de casi cuatro o cinco kilómetros de altura, la erupción está en una fase dinámica, pero controlada.
¿Y cuando cese definitivamente?
—Hasta que las coladas de lava se enfríen pasarán meses o incluso algún año. Toda la infraestructura de distribución de agua y suministro eléctrico ha quedado destrozada y hasta que esa zona sea recuperable para usos agrícolas o urbanos va a pasar muchísimo tiempo. Realmente es zona catastrófica.
De todos los momentos que vivió esos días ¿cuál fue el más crítico?
—Cuando rompió la cabeza de colada de Todoque y empezó a avanzar a una velocidad de 150 o 200 metros por hora. Hasta entonces lo hacía a 50 o 70 metros por hora. Ese momento fue crítico, tuvimos que dar código rojo y salir a todo correr.
¿Qué imagen guarda en la retina?
—Recuerdo que esa tarde, viendo cómo la colada destruía todo y generaba nubes de gases tóxicos cada vez que cogía una balsa de agua de regadío, hubo un momento en que ya estaba tan saturado que me abstraje y miré hacia el mar. Veías una puesta de sol idílica y, al girarte, el monstruo emanando lava. Te sentías minúsculo ante la grandeza de la naturaleza. No somos nada.
Al volver, ¿pudo conciliar el sueño o le venían imágenes a la mente?
—Algún día, al principio, cerraba los ojos y decía: ¿Dónde estoy: aquí o allí? Alguna noche sí que te vienen imágenes. Te mentiría si te digo que duermo perfectamente.
"En las inundaciones cuando los niveles de las aguas bajan todavía quedan las casas; aquí la lava se las tragaba y sepultaba todo"
"Unos señores tenían su casa, la de su hija a 100 metros y las de sus hijos, a 300. Todos han perdido todo. Te pones en su piel y dices: vaya tragedia"
"Dos vulcanólogos no salieron a la hora convenida y hubo que ir a buscarlos; comprometen su vida y la de los servicios de emergencia"