Bilbao - Laura Carrasco intervino ayer en la jornada sobre las mujeres en exclusión social para explicar las actuaciones que realiza la asociación madrileña Moradas, que ella define como “entidad feminista y no mixta”, que nace de “una dilatada experiencia con colectivos en exclusión” y que en un momento determinado decide trabajar desde la óptica feminista.

En Moradas solo hay espacio para las mujeres.

-Somos no mixtas porque consideramos que a las mujeres se nos ha invisibilizado toda la vida y se nos ha relegado a un papel secundario. Así, el hecho de que hubiera hombres en la asociación nos impedía avanzar y hemos comprobado que en muchas ocasiones cuando estamos en espacios mixtos los hombres son los que ralentizan.

¿Qué tipo de trabajo realiza Moradas con las mujeres?

-Tenemos varios proyectos. En 2017 tuvimos dos iniciativas de atención a mujeres dentro de los dispositivos de alojamiento para personas sin hogar del Ayuntamiento de Madrid en las que les propusimos crear un espacio propio y exclusivo para un grupo de mujeres en el que pudiéramos trabajar lo que ellas quisieran.

¿Era necesario abordar la situación de las mujeres sin hogar desde el feminismo?

-Nosotras ya teníamos una investigación previa a través de la encuesta sobre personas sin hogar del INE de 2012, que es la última en la que se pregunta a las propias personas y vimos que se reproducía el patriarcado.

¿En qué aspectos?

-Cuando le preguntas a una mujer por qué dejó su último alojamiento te dice que porque le maltrataban o porque se separó. Los hombres explican su situación de exclusión residencial a partir de la pérdida del empleo. Vimos que las mujeres relacionan su situación de exclusión con la violencia ejercida hacia ellas o hacia sus hijos y con una separación sentimental. Estos dos motivos originan el 50% de las situaciones de exclusión femenina.

¿Cómo han sido los resultados?

-Haber tenido un espacio propio y seguro en el que no se las trataba como personas sin capacidad de decisión ha sido muy beneficioso a muchos niveles. Y es que dentro de los centros de acogida había un montón de hombres y unas pocas mujeres. En un albergue, por ejemplo, había 130 plazas de las que solo 25 eran mujeres, aquello era un campo de nabos y el campo de nabos se traducía en agresiones sistemáticas.