Bilbao - Este procedimiento da mucho miedo. Abren ustedes una tapa en el cráneo y acceden al cerebro de un paciente despierto.
-Con el Párkinson llevamos 20 años haciendo un agujerito y poniendo un electrodo. Pero explorar el lenguaje, el cálculo y todo eso es más difícil. Por eso aquí se abre el cráneo, lo que llamamos una craneotomía y se expone el cerebro. Asumimos que podemos dar miedo pero también transmitimos confianza porque intentamos hacer una cirugía más segura ya que reducimos en la medida de lo posible todas las secuelas.
¿Y cómo se hace eso?
-Manteniendo despierto al paciente e interactuando con él. La experiencia con el paciente despierto es muy buena porque los pacientes que han pasado por ahí tienen un buen recuerdo, se despiertan bien, el cerebro no les duele... Y todo el mundo está más tranquilo.
¿Cómo convencen al paciente? Para él será una especie de pesadilla que le operen el cerebro estando consciente.
-Cuando estos pacientes se van a someter a una cirugía estando despiertos hay que explicarles todo el procedimiento muy bien, deben conocer a las personas que van a estar allí con él, tienen que conocer previamente al anestesista que van a tener enfrente. Y cuando en el quirófano ven al neuropsicólogo, a la rehabilitadora... todo eso les transmite confianza más que miedo. Se les ha dedicado mucho tiempo y los pacientes sienten que su problema está muy cuidado.
Supondrá un reto anestésico.
-Es papel del anestesista es vital y los que hacen esto son especialistas muy concretos que dominan perfectamente tener al paciente respirando y hablando. Pero la auténtica novedad es que haya neuropsicólogos dentro del quirófano.
¿A qué zonas del cerebro afecta -Todas las que están relacionadas con aspectos elocuentes. El cálculo, la memoria, la visión... Más que aspectos motores, aspectos cognitivos. Por eso el interés de que en los quirófanos de neurocirugía, además de cirujanos, haya logopedas y neuropsicólogos.
Que interactúan con el paciente mientras es operado.
-Exacto. Antes de la intervención diseñamos unos test específicos para cada paciente que luego hacen los neuropsicólogos y cuando ese paciente sale del hospital se va a encontrar con ese mismo rehabilitador o logopeda para cualquier problema y eso da bastante seguridad. Es lo que hacemos en las cuatro unidades de Neurocirugía que hay en el País Vasco que trabajamos en red.
¿Hay un retrato robot de la persona operada con esta técnica?
-El perfil es de alguien joven. Gente con unos 30 años, que trabaja. Y es típico que un día, de repente, aparezcan en el hospital porque han tenido un ataque epiléptico. Pero ni son epilépticos ni tienen antecedentes familiares. Al hacerles un escáner se descubre un tumor de bajo grado que se puede operar porque si no luego va a crecer y será de alto grado. El diagnóstico es un drama. Hay que explicarles que como está en un bajo grado cuanto más quitemos será mejor. Y con esta cirugía se puede hacer una máxima resección con la mínima afectación posible.
Buscando secuelas mínimas.
-Eso es lo realmente importante. Porque las secuelas tienen un aspecto de limitación social y familiar muy grande.