Hacer el amor y no la guerra. Ese es el lema de los bonobos, nuestro pariente más cercano después del chimpancé común. Conocidos antiguamente por los franceses como los chimpancés de izquierdas, estos grandes simios viven principalmente a la izquierda del río Congo -en las selvas húmedas- y forman sociedades matriarcales que resuelven sus problemas sociales dándole placer al cuerpo -al suyo y al de otros-. Sin embargo, a día de hoy se encuentran en peligro de extinción y, según el Proyecto Gran Simio (PGS), que actualmente trabaja en labores de preservación de esta especie, en 10 o 15 años los bonobos podrían desaparecer. Ante esta perspectiva, la Asociación de Productores y Editores de Obras y Grabaciones y Audiovisuales (Apeoga) ha organizado los Premios Bonobo, un festival de cortometrajes pornográficos que pretender recaudar fondos para el proyecto Gran Simio.
“Que los bonobos usen el sexo para evitar la guerra es algo que me llamó mucho la atención”, confiesa Antonio Marcos, presidente de Apeoga. Para él estos homínidos también eran unos grandes desconocidos, pero en cuanto supo de ellos asegura que decidió al instante mezclar su pasión por el cine pornográfico y sus ansias por ayudar a estos homínidos. “Me parece una buena forma ya no solo de ayudarles, sino también de honrarles, porque el sexo no tiene porqué ser obsceno, ni sucio, ni cutre, tal y como nos enseñan los bonobos”.
En este caso, Javier Lozano, uno de los participantes, homenajea a los bonobos con su primer corto pornográfico: Oda. “En él trato de contar una historia de amor, de pasión y de deseo”. Para él, este festival ha supuesto un detonante para hacer algo diferente y, de paso, ayudar a unos animales en peligro de extinción.
Para Pedro Pozas, director ejecutivo de PGS, bonobos y humanos somos muy similares. “Es más, desde 1997 son considerados homínidos”. Entre otros parecidos -y más allá del 99,6% del código genético que compartimos-, estos grandes simios son una especie empática que suelen comer en grupo y si algún compañero se queda atrás dejan huellas para que les pueda seguir el rastro. Extienden la mano para pedir las cosas, abrazan, besan, engañan, bromean y hasta ríen. Y además, son los únicos homínidos -aparte de los humanos- que utilizan diferentes posturas en sus encuentros eróticos, aunque tienen especial predilección por aquellas que tienen lugar frente a frente.
Una mezcla “En general, podría decirse que somos una mezcla de chimpancé y bonobo”, asegura Pozas. De los primeros heredaríamos esa territorialidad y violencia. También un orden social patriarcal y las intrigas entre unos y otros para derrocar al macho alfa y escalar en la pirámide de poder. Mientras que de los segundos obtendríamos una mayor empatía y rasgos más pacíficos e igualitarios. Por todo ello, desde que se fundó en 1993 a raíz de la publicación de un libro con el mismo nombre, el PGS promueve una Declaración de los Derechos de los Grandes Simios de las Naciones Unidas que otorgaría ciertos derechos morales y legales a los grandes simios, incluyendo el derecho a la vida, la protección de la libertad individual y la prohibición de la tortura.
Sin embargo, la guerra constante por los minerales y diamantes de sangre, la caza furtiva, la presión ganadera para destruir su hábitat natural y enfermedades como el ébola están menguando notablemente la población de bonobos. Por ello, desde PGS colaboran en el proyecto Lilungu, una iniciativa cuyo objetivo es enseñar a los congoleños locales alternativas a la caza del bonobo. Pero no es suficiente. “Nos gastamos mucho dinero en buscar homínidos desaparecidos, pero a los homínidos no humanos les estamos exterminando o teniéndolos cautivos en malas condiciones de por vida”, critica Pozas. Y más aun, añade, cuando según varias investigaciones científicas los chimpancés y los bonobos están viviendo actualmente en la edad de piedra. “Ambos representan una gran oportunidad para entender más la propia historia de la humanidad”.