en estas sociedades nuestras que algunos sociólogos caracterizaban como sociedades del ocio, por supuesto antes del estallido de la devastadora crisis que todo lo cambia, el desarrollo del deporte profesional está alcanzando niveles inauditos en una espiral de simbología, representación, dinero y negocio millonario. Una larga serie de deportes desde el fútbol, baloncesto, ciclismo, boxeo hasta las diversas manifestaciones del atletismo, están metidos en la espiral profesional creciente, los contratos millonarios y los suculentos negocios al amparo de los derechos de imagen, de retransmisión deportiva y entradas excelentes.

El deporte, que es principio es tiempo dedicado al entretenimiento y a la práctica de una especialidad determinada en competiciones inocentes y simples, ha ido derivando en los últimos cincuenta años en campeonatos competitivos que exigen una profesionalización que está alcanzado techos de complejidad, organización y estructura competitiva, que ha desarrollado ingentes negocios, altos conocimientos técnicos y médicos. La manida frase de que el fútbol es el opio del pueblo, en expresión más o menos acertada, más o menos ajustada a la realidad de nuestros días, refleja la imagen de una sociología que no tiene pinta de frenarse, resituarse y estabilizarse sino, por el contrario, el deporte de elite inunda los tiempos de ocio del personal.

La sociología contemporánea establece una curiosa relación entre práctica deportiva profesional y los ciudadanos que terminando identificando sus aspiraciones sociales y políticas con los colores de un club en un ejercicio de asimilación explotado hábilmente por los que manejan el cotarro. Asimilar el ser deportivo al ser social y hasta político es manejo artero asentado en nuestra sociedad y que genera en muchos ciudadanos malestar por confundir churras con merinas, haciendo del deporte elemento aglutinador y definidor de las aspiraciones sociales de un colectivo, lo que no deja de ser tamaña exageración instalada parasitariamente en el día a día.

En el transcurso del tiempo, la compleja relación entre aficionados, deportistas, políticos y dueños de clubes se mueve al vaivén de resultados y los sueños depositados en los colores propios a principios de la competición, se tiñen de tristeza con malos resultados o se colorean de orgullo deportivo, ciudadano y hasta patrio, cuando la pelotita entra; es una mezcla explosiva que las masas manejan con intensidad abrasiva. Las historias de los clubes alaveses de elite están cuajadas de momentos dulces y otros de absoluta decepción, con nombres propios que es mejor no citar, porque la galería de dirigentes deportivos sería larga y cansina por su mal hacer que pusieron en riesgo de desaparecer a los equipos señeros del espectáculo deportivo.

Los equipos son empresas que manejan enormes cantidades de dinero en un negocio que une colores apasionados de afición, contratos millonarios para diferentes fines, y convocatoria de espectáculo semanal en un especie de guerra no cruenta que alimenta ilusión, aburrida existencia del anónimo ciudadano y sueños del personal que desean la victoria, ganar y ganar. Las instituciones públicas se apuntan al carro de apoyar con dineros públicos, la deriva económica de empresas que no controlan, no gestionan y, por lo tanto, pueden escaparse al control contable y fiscal, olvidando la necesaria transparencia en todo aquello que tiene que ver con caudales públicos.

Esta explosiva relación entre deporte profesional, negocio, subvenciones de instituciones públicas, más defensa de unos colores deportivos como si nos fuera la vida en ello, construye un imaginario colectivo de una parte de la sociedad que se pretende represente a todos. Este modelo tiene riesgos, normas de juego y límites económicos como el del margen de endeudamiento para no poner en riesgo la vida de un club. Es extraordinaria exageración depositar la identidad de una sociedad en los colores de un equipo, sea de la especialidad y categoría que sea, trasladando al deporte profesional significados políticos y sociales de los que carece en primera instancia.

La forja de la cohesión social de una comunidad, de una sociedad está en compartir en el tiempo valores, sueños y proyectos, y la cohesión social no puede depender del vaivén de unos profesionales en un recinto deportivo, movidos por los dineros de suculentos contratos que manejan los dueños del negocio, que pueden apropiarse de símbolos colectivos no de sueños ciudadanos para montar sus chiringuitos de poder y dinero. Tiempo atrás se hablaba de alienación y de deporte como opio del pueblo en manos de dictadores. Ojo con los tiempos que corren, muy dados a los falsos profetas y los ídolos de barro.