Vitoria. Tiene 50 años y, al echar la vista atrás, rememora situaciones con las que preferiría no haberse topado. Desea mantener su identidad en el anonimato y apunta como nombre ficticio "por ejemplo, Koldo, porque prefiero que mi historia no haga que la gente que me conoce me mire de otra manera a como lo hace ahora". Sus escarceos con la marihuana y el hachís, que aún hoy mantiene, no le hacen sentirse un bicho raro, pero ante los ojos de los demás, el consumo de drogas sigue causando estigmas, por mucho que esté tan normalizado en círculos de la población.

Pertenece a una generación en la que la droga entró en las vidas de muchos jóvenes como un auténtico huracán. Se alababan sus efectos y ponía a los consumidores en lo alto del escalafón del reconocimiento de las pandillas. Sin embargo, la información sobre sus efectos secundarios llegó más tarde, demasiado tarde para tantos. Quien no bebía ni fumaba era considerado el especial y se escudriñaba su modus vivendi con ojos críticos, desdeñándolo como se hacía con el empollón de la clase o con el que no sentía pasión por el fútbol.

Koldo habla de anécdotas del colegio y relata que "Don Antonio, el maestro de 2º de EGB, preparaba unas humaredas impresionantes en clase porque no paraba de fumar. Hoy, para los más jóvenes esto suena a increíble. En una reunión familiar o de amigos que se preciara no podían faltar el tabaco y el alcohol". De ello son testimonio las películas de la época, donde los actores apenas vivían escenas en las que se dejaran ver sin un vaso en la mano o un pitillo en la boca. Así que Koldo reconoce sin pudor que dio sus primeras bocanadas de humo de un Fortuna cuando tenía 9 años. De ahí, tardó menos de un año en compartir con los amigos el primer porro. "Recuerdo que nos gustó, porque no parábamos de reír, así que la mayoría ya no dimos marcha atrás".

En su cuadrilla algunos decidieron probar otras sustancias y, de ellos, la mayoría se decantó por la heroína, porque la cocaína era más cara. Koldo está convencido de que los porros no llevan irremediablemente a consumir otras drogas, "pero, si pruebas una, que suele ser el hachís o la maría, una vez que le quitas el miedo a lo prohibido, ya no tienes traba en dar el salto", advierte.

De sus años mozos le faltan unos cuantos compañeros de andanzas, que murieron por culpa del sida. Se contagiaron unos a otros por compartir jeringuillas. Ahora consume marihuana, pero indica que ha dejado los porros, "porque la mezcla con el tabaco no puede ser más perjudicial". Lleva más de un año sin fumar y ha decidido poner también coto al "gasto considerable" que supone comprar la droga en el mercado. Así que cultiva en la parte más soleada de su terraza dos plantas, con las que tira una larga temporada sin tener que soportar "a mi edad" el juego del trapicheo "y, de paso, ahorro, porque seis cogollos de maría te salen a 20 euros y duran lo que duran".

Ahora, en sus reflexiones pesa sobremanera la presencia de su hijo de 12 años. "Si tener una dependencia es ya de por sí una lata, miro al crío y pienso que claro que me gustaría dejar la marihuana. Pero, realmente, me gusta el sosiego que te aporta. Así que, como tampoco me causa problemas, pues sigo consumiendo", se sincera. Lo que tiene muy claro es que "mi hijo no va a fumar tabaco ni a consumir drogas, mientras yo pueda controlarlo, claro. Otras cosas serán negociables, pero esas dos no".