Decir palabrotas es una acción que no está bien vista socialmente y la creencia popular asocia este lenguaje grosero con la vulgaridad, la mala educación, la escasa inteligencia o la pobreza lingüística de quien lo pronuncia. 

Mientras algunos tacos buscan despertar sorpresa, llamar la atención o meter prisa, otros expresan alegría, emoción, admiración o compadreo en un grado superlativo. Se trata de una palabra que, al pronunciarse con un gran énfasis, adquiere de repente el superpoder de convertirse en la protagonista de cualquier frase. 

De esta forma, las palabrotas son la forma más física y expresiva del habla, unos pequeños sustos lingüísticos capaces de producir un pequeño o gran sobresalto en quien lo escucha.

Es imposible medir con antelación la reacción que van a despertar, ya que hay muy distintas sensibilidades: mientras unos no se inmutarán porque son capaces de soltar de cada cinco palabras cuatro tacos, otros se escandalizarán hasta con la palabrota más inocente.

Bocadillos con distintos símbolos de palabrotas. Freepik

En cualquier caso, tan importante como la forma en la que se pronuncia un taco está saber elegir el lugar y el momento más apropiado para utilizarlo (y no siempre lo es), por lo que hacer de él un uso adecuado se convierte en una habilidad cognitiva social.

De esta forma, hay algunos estudios que vienen a desbaratar los prejuicios establecidos en torno a las palabrotas y sostienen que decirlas puede llegar a ser signo de una mayor inteligencia verbal y social.

Es el caso de la Timothy Jay, profesor de Psicología del Massachusetts College of Liberal Arts, quien a partir de sus investigaciones asegura que las palabrotas son un lenguaje emocional y que pronunciarlas de vez en cuando puede ser un signo de inteligencia, cultura y creatividad

Un hombre dice una palabrota con una expresión de picardía. Freepik

Investigaciones y conclusiones

Algunas de las conclusiones de estos estudios que hablan en positivo de las personas que utilizan palabrotas son:

- Inteligencia. Las investigaciones de Jay sostienen que las personas con una buena educación son mejores inventando palabrotas que aquellas que tienen una menor fluidez verbal. 

- Honestidad. Las personas que dicen palabrotas expresan sus emociones con unas palabras aparentemente más rotundas, con lo que dan la impresión de mentir menos y de ser más íntegras. Sin embargo, Jay asegura que en ningún caso esto es una garantía de que esos individuos no vayan a caer en "comportamientos no éticos o inmorales". 

- Mayor tolerancia al dolor. El psicólogo Richard Stephens explica a la CNN que maldecir produce una respuesta al estrés, una descarga de adrenalina que aumenta el ritmo cardíaco y la respiración y prepara los músculos para la lucha o la huida. A la vez se produce una respuesta analgésica que hace al cuerpo más impermeable al dolor. Sin embargo, el experto asegura que si las palabrotas se usan demasiado acabarán perdiendo todo su poder.

- Creatividad. La capacidad de decir palabras malsonantes parece estar centrada en el lado derecho del cerebro, concretamente en el cerebro creativo, de lo que se deduce que las personas que más palabrotas sueltan son más creativas. 

- Menor agresividad. Decir palabras malsonantes es una especie de desahogo, una manera de liberar la ira que permite expresar emociones con claridad y rapidez. Sin embargo, las palabrotas son una forma remota de agresión puesto que al pronunciarlas ya se sabe que esa expresión va a molestar a otra persona. Para evitar decirlas, controlar las emociones es un primer paso muy importante. 

En ningún caso es aconsejable abusar de las palabrotas, pero si en un momento dado alguien te saca de tus casillas y se te escapa un exabrupto puedes agarrarte a la ciencia para defender que, aunque lo parezca, no estás cayendo en la vulgaridad, sino que estás haciendo gala de tu inteligencia.