Ficha práctica
- ACCESO: Al aparcamiento de Muntsaratz llegamos siguiendo la carretera BI-3336 desde Durango o desde Elorrio.
- DISTANCIA: 10 kilómetros.
- DESNIVEL: 180 metros.
- DIFICULTAD: Fácil.
La cultura molinera en Euskal Herria, ha estado muy presente a lo largo y ancho de nuestra geografía. En cada recoveco de muchos ríos, se instalaban molinos que aprovechaban la fuerza del agua, tan presente en nuestra zona, para mover las piedras moledoras. Pero contamos con otro tipo de molinos en nuestra cultura tradicional, que si bien mucho menos conocidos, nos hablan de lo insólito de la vieja cultura de la montaña. Hoy descubriremos un molino de viento, el de Larringan.
Aparcamos en el amplio parking que se ubica junto a la preciosa casa torre de Muntsaratz, ubicado en la localidad vizcaina de Abadiño. Nada más comenzar a caminar, nos encontramos con la primera de las grandes referencias míticas de nuestro paseo: la preciosa casa torre de Muntsaratz. Un edificio de origen medieval, joya de la arquitectura renacentista en territorio vizcaino. La torre cuenta con varias alturas: la primera de ellas estuvo dedicada a las caballerizas, la segunda a cocina y habitaciones, la tercera albergó el salón principal y luego estaría el desván, que es donde podemos apreciar una preciosa arcada. Parece que Muntsaratz se desmochó en el medioevo, para evitar los enfrentamientos entre Oñacinos y Gamboinos, en las Guerras de Bandos; la familia de la torre perteneció al bando gamboino. Además de este bagaje histórico, la fortaleza está profundamente vinculada a las viejas leyendas sobre la diosa Mari, la principal deidad del olimpo vasco. La torre se mira frente a frente con la montaña sagrada donde la diosa tiene una de sus principales moradas: Anboto.
Dejamos la fortificación custodiando celosamente su dilatada historia, sus mitos impregnados entre sus recios muros, y nos encaminamos hacia el centro de la localidad de Abadiño. Desde un precioso humilladero, cruzamos la carretera general BI-3336, y accedemos a la factoría ‘Fundiciones San Vicente’. Justo en un lateral de esta fábrica, nos topamos con un precioso sendero empedrado que va ganando altura paulatinamente. Un corto ascenso nos lleva a la zona mejor conservada de la calzada. Un delicioso caminar que, entre viejas hayas y robles, fresnos y avellanos, nos deja en una barriada. Desde aquí, el viejo sendero asciende hasta alcanzar otro núcleo urbano desde el que en breve accedemos hasta el molino de viento de Larringan.
Las primeras referencias conocidas de los molinos de viento se sitúan en el continente asiático. La pregunta que sigue es obvia: ¿cuándo se conocieron en Europa? Todo parece indicar que llegaron de la mano de los árabes, en el siglo XI, generalizándose en el siglo XIV en toda la península. En el XII aparecen en Francia, Inglaterra, Bélgica y el resto del continente.
Suelen ser estructuras de madera de forma troncocónica o cilíndrica, de base circular. Destacan las aspas que se encargan de transformar la energía del viento en energía mecánica, es decir, en movimiento, y se podían mover con un madero interior, buscando la orientación del viento. Estas aspas, gracias a la acción del viento, mueven un engranaje que a su vez gira una rueda, encargada de trasladar el movimiento a un eje horizontal. De esta forma se mueven las enormes piedras que muelen el grano.
La mayor presencia de molinos de viento en Euskal Herria se da en Bizkaia, donde aún hoy podemos disfrutar de alguno de ellos. Son varios los molinos visibles; eso sí, solo su estructura no la maquinaria, como pueden ser los vizcainos de Aixerrota en Getxo; el de Aixeder en Ispaster; o este donde estamos Larringan.
Edificado en el año 1723, fue reformado en el siglo XX y podemos ver su estructura cilíndrica, de cuerpo troncocónico. Su edificación en dicho año se debió a una enorme sequía que asoló la zona, lo cual provocó la inhabilitación de los molinos hidráulicos.
La vista desde aquí es preciosa: el Anboto nos seduce con sus pétreas formas, irresistibles, y un tajo natural, el desfiladero de Atxarte, se abre embaucador frente a nosotros. Sin pensarlo, nos lanzamos a buscar su energía telúrica, hecha de belleza y caliza. Un bello sendero nos lleva hasta el núcleo de Mendiola, desde donde accedemos fácilmente al barranco de Atxarte.
Las impresionantes paredes calizas, se elevan buscando el cielo por encima de nuestras cabezas; el terreno de juego idóneo para el baile silencioso de los escaladores. Topamos con la ermita del Santo Cristo, incrustada en la roca. Este templo, construido junto a la antiquísima calzada que ascendía en dirección a Urkiola, se encontraba junto a un molino hidráulico y una venta cuyos restos aún hoy podemos ver. Según cuenta la tradición, la construcción de la ermita tenía como objetivo desterrar de una vez por todas de aquellos parajes a las lamias y brujas que moraban en la cueva que se halla detrás del templo; posiblemente estemos ante una cristianización de un lugar de culto ancestral. Muy cerquita, quedan los restos de un precioso puente por el que la calzada salvaba el cauce del río Atxarte. Desde este paso, recordamos la vieja leyenda que nos cuenta cómo los jentiles que habitaban en estos maravillosos paisajes ponían un pie en el pico Untzillatz y otro en Astxiki para beber agua de este riachuelo.
Solo nos resta regresar: retornamos hasta el núcleo de Mendiola, sintiendo a nuestras espaldas el eco de la cueva de Bolinkoba, uno de nuestros más importantes lugares arqueológicos. Desde Mendiola, continuaremos en dirección NE, hasta alcanzar la ermita de San Cristóbal para, acompañados por preciosos campos, retornar al punto de partida.