a celebración ayer sábado del Día Europeo de las Lenguas se enmarca en un contexto de homenaje a la diversidad lingüística de un continente, Europa, con más de 200 lenguas propias y en el que la Unión europea posee 24 lenguas oficiales y otras 60 lenguas propias (y en muchos casos, cooficiales en sus respectivos territorios que, como nuestro euskera, buscan su lugar en el mundo).
El territorio del euskera, nuestra lengua propia vertebradora de Euskal Herria, se proyecta en realidad sobre sociedades y contextos sociolingüísticos heterogéneos, diversos, con personalidades diferenciadas. El euskera es de todos. Nadie debe ser excluido de la tarea común de hacer posible una enriquecedora convivencia entre las dos lenguas. Hay que impulsar de manera especial y activa el uso de aquella lengua propia (el euskera) que, si bien es oficial, se encuentra en condiciones de debilidad respecto a la otra lengua oficial (el castellano).
Hay que huir de discursos maniqueos y simplistas. Se trata de reflexionar y de debatir sin prejuicios ni miedos, sin temor a ser tachado o contaminado ni como enemigo del euskera ni como talibán del euskera. Y hacerlo entre todos, porque de todos es el euskera, y, por consiguiente, a todos corresponde la responsabilidad de desarrollarlo. Como dijera Mitxelena, “al igual que nuestro pueblo debe encontrar un lugar entre los pueblos, también el euskera debe encontrar un lugar entre las lenguas, sin maximalismos, capaz de asegurar su conservación y crecimiento”.
Y esto solo puede hacerse con un amplio consenso. La mera inercia no sirve como pauta metodológica de avance: hace treinta y siete años, con motivo de la aprobación de la ley del euskera de 1982 se produjo un importante acuerdo que ha hecho posible el gran salto cuantitativo y cualitativo a favor del euskera.
Hoy día es necesario consolidar y acrecentar ese consenso. Los tres elementos troncales o vertebradores de la vigente política lingüística se asientan en el uso, la adhesión de la ciudadanía y el consenso. Frente a quienes pretenden ejercer el darwinismo lingüístico abandonando a su suerte, como si de un fenómeno natural se tratara, las lenguas, hay que apostar de forma sincera por la diversidad y por el fomento del uso del euskera y de su prestigio social como lengua propia.
Los procesos y cambios lingüísticos son procesos muy complejos y largos y reclaman constancia, paciencia, flexibilidad así como capacidad para sumar a favor de políticas siempre activas, nunca de pura inercia o de laissez faire, y siempre adaptadas a los ritmos de la propia sociedad.
Ésa es la clave y ése es el nutriente principal del consenso como motor de todo este proceso de consolidación y modernización, de asunción social del prestigio de una lengua como el euskera. Hace falta generosidad y sentido de la realidad. Es un déficit que una parte de nuestra sociedad (parte del mundo erdaldun) viva de espaldas hacia el mundo del euskera, con un desconocimiento absoluto sobre su existencia, su creación y sus inquietudes.
Nadie debe caer en la tentación de patrimonializar en exclusiva el euskera, ni nadie debe exonerar su responsabilidad hacia el euskera, porque el euskera es de todos. Para algunos todo lo que se haga a favor del euskera siempre es mucho y demasiado. Para otros todo lo que se haga por el euskera es poco, insuficiente.
El euskera es de todos, no solo de una parte de la sociedad vasca, y su solución descansa en caminar hacia una sociedad cada vez más bilingüe; por ello, la promoción del uso y del prestigio del euskera es una tarea de todos, vasco hablantes y no vasco hablantes, de todos, sin exclusión.
Si asumimos que es una tarea de todos y que forma parte del corazón, de la columna vertebral de nuestra sociedad, es evidente que el desarrollo de una política lingüística que potencia el uso y el prestigio social del euskera debe ser objeto del mayor consenso social, cultural y político posible en una sociedad tan diversa como la nuestra.