uien guste de lecturas monocausales se equivocará siempre al acercarse a algo tan complejo como un resultado electoral. Cada voto es una decisión individual producto de innumerables variables y, multiplicado por cientos de miles de personas diferentes, el resultado global exige interpretaciones que incluyan muy diversos elementos relacionados de forma compleja. Yo quiero apuntar aquí dos de esos muchos elementos: mi hipótesis es que el talante y el talento de los candidatos han contado. Por talante me refiero a una actitud personal constructiva, no crispada, no confrontativa, lo cual no excluye severidad e incluso dureza cuando la circunstancia lo requiera. Es una actitud que transmite la impresión de persona razonable, que busca acuerdos y sabe respetarlos, que procura escuchar y comprender antes de juzgar y que prefiere los arreglos antes que las paralizantes polémicas.
Es el tono que, por ejemplo, han mostrado en la gestión de la pandemia en España un Illa o un Simón, dos personas que razonan sus decisiones y que reconocen sus errores, que buscan el valor en las aportaciones ajenas y dan confianza al ciudadano porque son capaces de reconocer lo que ignoran y por ello capaces de aprender y rectificar según la información y las circunstancias cambian: no hay piñón fijo que valga en ese Tour de Francia que es la gestión de una crisis. Más allá de las diferencias políticas, el talante puede ser un valor en tiempos de incertidumbre. Las sociedades maduras no buscan adorar al líder supremo o seguir el camino del guía que se cree infalible, sino compartir camino con un responsable fiable y sensato.
Por talento me refiero a cierta capacidad intelectual y técnica que al menos debería incluir saber de lo que se habla y poder dar cuenta de las afirmaciones que uno hace o de las posiciones que uno defiende. Creo que los candidatos que mejor sabían razonar sus discursos en el debate electoral de ETB fueron los que mejor parados salieron a los pocos días en las urnas. No me refiero aquí a que fueran necesariamente brillantes polemistas o que tuvieran más o menos facilidad de palabra, cosa conveniente en un político pero tampoco esencial, sino a que dieran la impresión de solvencia y de rigor, que pudieran defender y no solo repetir, ante un requiebro del oponente, las fórmulas que traían aprendidas.
Se dice que el PP y Elkarrekin Podemos han pagado las crisis internas resueltas desde Madrid por la voluntad unipersonal del líder absoluto. Pero yo no creo que se trate tanto las "peleas internas de la etapa anterior" sino de la forma de haberlas afrontado: arrinconando a sus mejores y fomentando la verticalidad acrítica. Si estoy en lo cierto, no estaríamos ante un problema de la etapa anterior sino de la presente.
En la vida personal y profesional -más aún en la gestión de equipos-, uno puede operar con gente que opina diferente. Si hay talante y talento se puede llegar a acuerdos buenos para ambas partes, enriquecerse mutuamente y avanzar juntos. Cuando no hay talante ni talento, es peligroso incluso caminar con los tuyos, por muy acordado y seguro que todo parezca, porque se necesita alegría, visión, reto, tensión, contraste, confianza y flexibilidad para avanzar en un mundo complejo y en cambio. En política, si me permiten un momento de ingenuidad, debería también servir esto.
Lo que rompe esta regla que me invento de que el elector primó el talante y el talento, fue el caso de José Ramón Becerra, de Equo-Berdeak. Mostró talante que suma, capacidad de acuerdo y alto nivel en sus propuestas y en su modo de defenderlas y discutirlas, con pasión pero con respeto, con rigor técnico pero con claridad. Si pensamos en talante y en talento, es una pena que no entrara en el Parlamento.