Después de varios años de experiencia en procesos electorales en diferentes países, las mejores estimaciones de voto son, en mi opinión, las que elabora el analista Kiko Llaneras a partir de múltiples encuestas. Según la última publicada en el diario El País, el PSOE obtendría un 29,3% de los votos; el PP un 19,9%; Ciudadanos un 15,5%; Unidas Podemos y sus confluencias (en adelante, UP) un 13,6%; y Vox un 10,7%. La principal diferencia de estas estimaciones con las del CIS es que este organismo otorga peores resultados a las opciones de la derecha en beneficio, creo, de los indecisos.

Antes de valorar esos datos, conviene formular una cautela importante: aunque normalmente tres de cada diez votantes deciden su voto durante la campaña, en esta ocasión, son cuatro de cada diez los que dicen no haber decidido aún su voto.

Otro resultado importante es que si sumamos los porcentajes de voto que obtendría cada bloque, la derecha alcanzaría un 46%, mientras que la izquierda lograría un 43%. Estos porcentajes tienen su interés, porque se asemejan mucho a los resultados de las últimas elecciones legislativas: la derecha obtuvo un 46% y la izquierda un 44 %. El 10% que falta se fue a partidos nacionalistas o regionalistas, principalmente. Si esas estimaciones tienen alguna fiabilidad, indican que, en conjunto, los grandes bloques se mantienen estables entre las últimas elecciones y el momento actual, con la salvedad cuantitativa del punto que pierde la izquierda, debido quizás a la desafección de una parte del electorado de UP que no considera al PSOE como alternativa.

Es muy interesante que los porcentajes globales se mantengan en un contexto en que la indecisión declarada es tan alta. Reflejan, por un lado, una fuerte estabilidad del voto en sus grandes espacios ideológicos. Y por el otro, una cierta volatilidad e indecisión dentro de cada espacio. En otras palabras: es posible que haya un porcentaje de votantes de izquierda que dudan entre votar al PSOE o a UP pero, sobre todo, parece que hay un alto porcentaje que no ha decidido a cuál de los tres partidos de la derecha votará. Y aunque no cabe descartar trasvases entre los dos bloques, sospecho que se acabarán neutralizando los de direcciones opuestas.

Es posible que la mayor parte de ese 40% de electores que dicen no haber decidido su voto digan la verdad. Pero dudo que en todos los casos sea así. Me parece, más bien, que muchos votantes de derecha no quieren reconocer que votarán lo que han decidido o lo que se barruntan. Unos, quizás, no quieren decir que van a votar al partido que aparece ante el electorado como el más ultramontano, y otros que darán su voto al partido de la corrupción institucionalizada. Es posible que en términos porcentuales sean bolsas de votantes de similar entidad, por lo que no alterarían las estimaciones de las encuestas. Pero podría ocurrir que ese denominado voto oculto emerja con fuerza como voto de ultraderecha, aunque los votantes ni siquiera se hayan reconocido a sí mismos de forma explícita lo que van a hacer. No creo que Ciudadanos sufra los efectos de ese fenómeno, por lo que, de haber sorpresa, quizás la dé Vox. En este contexto, miles de papeletas se quedarán sin representación en las circunscripciones pequeñas, sobre todo las de los partidos de la derecha que no superen un cierto listón.

Ahora bien, si a la lógica incertidumbre preelectoral añadimos la incógnita que aporta el voto oculto en estas elecciones, estas especulaciones, más que un análisis racional, no pasan de ser un mero ejercicio de adivinación.