pamplona - UPN entregó ayer la vara de mando a Javier Esparza Abaurrea (Aoiz, 1970), su candidato en las últimas elecciones autonómicas en Nafarroa y futuro portavoz parlamentario. 1.319 afiliados participaron en una elección en la que el exconsejero se impuso con el 57% (750 votos) a Amelia Salanueva, que finalmente quedó lejos de la victoria con el 38% (504 votos), frente al simbólico 4% de María Kutz (51 votos). Un resultado que dota al liderazgo de Esparza de la legitimidad interna que hasta ahora había cuestionado una parte del partido. Incluidas la presidenta saliente, Yolanda Barcina, que nunca acabó de ceder el poder ante su candidato, y el propio grupo parlamentario, que se ha negado a nombrarlo formalmente portavoz para no darle ventajas ante la contienda de ayer.
El resultado implica por ello un fuerte espaldarazo para el nuevo presidente de UPN que, si bien recibe un partido fracturado, logra casi 20 puntos de ventaja sobre su rival que suponen una victoria lo suficientemente clara como para actuar con libertad al menos hasta el próximo congreso. Será entonces cuando Esparza deberá presentar un proyecto sólido de partido que vaya más allá de las generalidades y los espacios comunes en los que se han movido los tres candidatos durante la campaña de las últimas semanas, y a la que la sociedad navarra apenas ha prestado atención.
La asamblea de UPN supone en cualquier caso un punto y aparte en el regionalismo navarro, que cierra definitivamente el aciago mandato de Barcina. Lo hace además con elementos positivos como la participación. Los más de 1.300 militantes que ayer ejercieron su derecho al voto muestran una amplia base social todavía movilizada, y un buen punto de partida para iniciar la imprescindible renovación. Pero también el tono conciliador que ayer mostraron las dos candidatas derrotadas. En especial Salanueva que, pese a la claridad de la derrota, sale de la asamblea con el apoyo de más de 500 afiliados que la convierten en una figura a tener en cuenta en cualquier proyecto que quiera buscar la integración y la unidad en el futuro.
A partir de ahí comienzan los retos para el nuevo presidente. El primero será compatibilizar el mandato de los afiliados dentro de una ejecutiva que hereda de Yolanda Barcina, y en la que se ubican algunas de las personas que con mayor firmeza han tratado de frenar su liderazgo. Esparza deberá preparar junto a ellos el congreso de la próxima primavera, el más importante de los últimos años y el que debe sentar las bases con las que recuperar la hegemonía institucional perdida en las elecciones de mayo. Un objetivo que deberá acompañar con la confección de una nueva dirección de su confianza y que supere la fractura actual, así como con la aprobación de cambios en la estrategia política y en el funcionamiento interno que no serán fáciles de consensuar. Será entonces cuando se ponga a prueba el liderazgo del nuevo presidente, el quinto en la historia de UPN y el primero en la oposición desde Jesús Aizpún. Desde allí tendrá que definir la posición del partido respecto a las elecciones generales, tanto en lo relativo a la lista electoral, un elemento casi siempre conflictivo en UPN, como a una hipotética alianza con el PP, principal elemento de distorsión del regionalismo en los últimos años.
Sobre ninguna de ellas se ha querido posicionar hasta ayer Esparza, que a partir de ahora deberá concretar su proyecto sin condicionantes que sirvan de excusa para su indefinición, y sin perder el equilibrio entre la crítica al Gobierno de Barkos practicada hasta ahora y el pragmatismo que requiere cualquier alternativa institucional. Serán estos primeros pasos los que determinen si el claro liderazgo que UPN le otorgó ayer supera la provisionalidad que fija la inmediatez del congreso de primavera, donde Esparza deberá refrendar la presidencia. De momento, el partido le da una segunda oportunidad.