No es casual que justo cuando un grupo de quince víctimas de varias violencias dan un ejemplo admirable y apelan unidas y de manera clara a los partidos y a la sociedad con su iniciativa Eraikiz, el asunto de las víctimas haya vuelto a enredarse en el peor de los fangos políticos. Primero, con la desmesurada operación policial y detención de ocho personas por un homenaje a la que fuera militante de ETA Luzia Urigoitia, muerta por la Guardia Civil en 1987. Después, por la hábil pero falaz y tramposa reacción de Sortu. Le faltaron minutos a Pernando Barrena y al Ayuntamiento de Otxandio (Bildu) para airear que Urigoitia figuraba como “víctima” en los Retratos Municipales del Gobierno vasco, lo que, siendo una verdad a medias, viene a ser la gran mentira con la que desviar la atención hacia el lehendakari.
A estas alturas, causa sonrojo tener que explicar algunas cosas. Luzia Urigoitia murió de un disparo en la parte posterior de la cabeza efectuado por un guardia civil a corta distancia, “tocando prácticamente la piel” y cuando estaba en el suelo herida por otro tiro. Falleció con un arma en la mano, disparando, tras haber integrado el sangriento comando Donosti. Eran los años de plomo. ETA asesinaba cuanto podía, que era mu- cho. Rodríguez Galindo estaba en Intxaurrondo. Luis Roldán era director general de esa Guardia Civil. José Barrionuevo, ministro del Interior. Goñi Tirapu, gobernador civil de Gipuzkoa. Lo mejor de cada casa. El GAL resucitó al día siguiente de la muerte de Urigoitia y asesinó a Juan Carlos García Goena. Por entonces, los concejales de HB de Otxandio pidieron que la miembro de ETA fuese declarada “hija predilecta de la villa”. ¿Hacemos autocrítica?
¿Merece un homenaje Luzia Urigoitia, por mucho que pueda ser una víctima de abuso policial -“que requiere mayor investigación y contraste”-? Evidentemente, no. Los homenajes se deben hacer para deslegitimar la violencia y a no ser que en los actos se diga claramente que “matar estuvo mal, antes y ahora” y que Urigoitia hizo mal si causó o ayudó a causar muertes -es decir, el espíritu de Eraikiz-, no deberían celebrarse. Y los hemos visto año a año. Melitón Manzanas es una víctima, reconocida. Y aunque Aznar le condecoró -con indignación de muchos-, a nadie se le ocurriría aplaudir un homenaje a quien fue un torturador. Víctima, pero torturador. Por cierto, poco despúes de la medalla que le otorgó Aznar, el Congreso aprobó, a instancias del PNV y la oposición del PP, una reforma para evitar casos similares: “En ningún caso podrán ser concedidas [las condecoraciones] a quienes, en su trayectoria personal o profesional, hayan mostrado comportamientos contrarios a los valores representados en la Constitución y en la presente ley y a los derechos hu-manos reconocidos en los tratados internacionales”. Se debe re-cordar a las víctimas, sin discriminación, pero sin manipular intenciones, sin herir a otras víctimas, sin traicionar la verdad y bajo el espíritu deslegitimador de toda violencia que contiene la inmensa lección de humanidad y pedagogía social de Eraikiz.