ay debate entre los viejillos de nuestro amado templo del cortado mañanero sobre si habrá quedada o no cuando se estrene lo del BEI. La opción mayoritaria, como en su día hicieron la primera vez que chutó el tranvía, es acudir en alegre biribilketa al bello acto, y si hay políticos mejor, con la idea de entrar todos juntos, mirar mal al que no deje sentar a los pobres venerables, y hacer varios viajes por la cara -¿quién se va a atrever a echar a tan veterano y bullicioso grupo el día de la inauguración?- mientras ponen a parir todos y cada uno de los aspectos posibles. La pregunta fundamental que quieren repetir a todo el que pillen es: ¿y cómo es que un autobús es inteligente, sabe sumar dos más dos? Vamos, que quieren echarse unas risas a costa del invento y tocar un poco la curcusilla, que es algo que les encanta. Pero hay otra corriente que está tomando fuerza en los últimos días y que pasa por hacer una concentración el día en cuestión para exigir la retirada de las calles de todo vehículo que los viejillos consideren inaceptable. Es decir, de todos. Empezando, por supuesto, por las bicis y patinetes eléctricos, que nuestro escanciador de café y otras sustancias ve como inventos del diablo pensados para llevarse por delante a sus clientes predilectos.