char la mirada hacia atrás genera problemas cervicales si se practica con insistencia. Horacio lo sabe porque conoce a personas que viven en un pasado pluscuamperfecto de subjetivo en el que todo el monte era orégano y su vida era una zarzuela permanente.

Pero una revisión de la Historia -con mayúscula o sin ella- y una reflexión que nos ponga en nuestro sitio, son imprescindibles para tomar perspectiva. Sin ir más lejos, el recién inaugurado Museo de la Memoria de Gasteiz ha conseguido revolver recuerdos y cajones con llave, un saludable deporte nacional que pone sobre la mesa la piedra filosofal de nuestra trayectoria reciente, como es el manoseado Relato. Horacio aún no lo ha visitado, pero lo hará con mirada crítica y mente abierta, y con ganas de entender cómo hemos podido vivir tantos años dentro de una inestable campana de Gauss explosiva.

Si nos trasladamos a Madrid, la nostalgia se concentrará el próximo fin de semana en la plaza de Colón. Es otra forma de mirar hacia atrás, en este caso añorando etapas pretéritas en donde las miserias y el debate ideológico se ocultaban bajo un mar de banderas rojigualdas, gritos de viva España, cantos a la patria y axilas sudorosas de camisas nuevas al sol. Venden mercancía caducada envuelta en papel de estraza manchado de aceite y rotulado con la palabra Indulto, pero debajo sólo queda el deseo de que nada cambie para que los de siempre sigan igual.

Los recuerdos siguen ahí, pero no son otra cosa que construcciones de nuestra memoria, una arpía tramposa, acomodaticia y egoísta que siempre nos entrega lo que queremos oír. Por eso Horacio ha querido plasmar su historia particular en un libro que recoge sus desventuras y pajas mentales a lo largo de los últimos diez años, buscando reflejar cómo hemos sido, para tomar conciencia de dónde estamos, quiénes somos y hacia dónde nos dirigimos.