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Tribuna abierta

Donald Trump, más allá de los aranceles

Ha habido modificaciones sustanciales en el tablero de juego del sistema capitalista. Esto es una evidencia. La irrupción del nuevo presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, en el escenario internacional ha descolocado a los líderes políticos del mundo, especialmente, –no exclusivamente–, a los del mundo occidental. Las cosas hubieran seguido siendo igual si el cambio se hubiese reducido a una variación en el color de las fichas o a una transformación de su propia composición, metafóricamente hablando: plástico, madera, arcilla, metal…. Se trataría, esta, de una modificación no de calado sin una afectación más allá de lo coyuntural.

Tal hubiera podido ser, por ejemplo, la cuestión de los aranceles, si estas medidas, tratándose de ajustes en los intercambios comerciales con otros países, obedeciesen simplemente a políticas económicas proteccionistas. El efecto hubiera afectado, dentro del sistema capitalista, todo lo más al subsistema económico. Y el resultado sería una crisis provocada, más grande o más pequeña, como las habituales en el sistema capitalista.

Pero, con la llegada de Donald Trump, lo que realmente se han cambiado, además del color y la composición de las fichas, es el tablero, el juego y sus reglas. Ha roto el tablero y, ahora ya no se juega al ajedrez. Ahora se juega a la ruleta trucada de un casino. Y esta es una situación que, más allá de al subsistema económico (a modo de ejemplo de trucaje, véase simplemente la fórmula empleada para el cálculo generalizado de los aranceles), afecta a todos los subsistemas político, jurídico, axiológico, sociológico…, que conforman el sistema capitalista como ideología y cosmovisión. Esto es, como nuevo orden mundial, aquel al que ya el expresidente de Estados Unidos, George Bush, hizo referencia en los momentos previos a la guerra del Golfo Pérsico de 1990–91. ¡Y, ahora ya está aquí! Y, esto, sí que realmente es preocupante. La consecuencia inmediata de esta nueva situación es que, a este juego, ¡ya no sabemos jugar!

El estado en el que Trump ha colocado a los líderes mundiales, y, en especial del Occidente, con la puesta en escena de lo que llamo, de forma genérica, “la nueva política” o “la antipolítica”, es el equivalente al de un boxeador sonado afectado por el impacto de un terrible uppercut. Como es natural, todos ellos, en ese estado de shock, en el que solamente se ven estrellitas en torno a la cabeza, han salido en espantada, despavoridos, desorientados y a la desesperada, en un sálvese quien pueda, a la búsqueda de mercados y socios alternativos como si de un nuevo El Dorado se tratase. Y, no es por ahí por donde va la cuestión. Incluso estos movimientos pueden ser perjudiciales.

Imagino que se están preguntando, en lo que respecta al caos acaecido en el subsistema político, cuál puede ser la razón por la que, de la noche a la mañana y sin previo aviso, toda la batería de conceptos que, desde el siglo XVII había sacralizado la ciencia política moderna, hayan sido puestos en cuestión. Por qué los “dogmas democráticos” tales como Estado de Derecho, imperio de la Ley, separación de poderes, soberanía, Constitución… están siendo implacablemente erosionados por la incontinencia decretal de Donald Trump. A qué se debe que instituciones internacionales estructurales como la Organización de Naciones Unidas (ONU) y la Corte Penal Internacional hayan sido abocadas a la pérdida de su legitimidad. En esa misma lógica, por mimetismo, se explica la desvinculación del máximo Tribunal Internacional respecto del presidente de Hungría, Viktor Orbán, por recibir con todo tipo de honores al presidente de Israel, Benjamín Netanyahu, condenado por crímenes contra la Humanidad.

Igualmente, cuál es la razón por la que en el subsistema jurídico las alianzas, acuerdos, tratados, resoluciones, los derechos…, se van convirtiendo en poco más que en papel mojado en un escenario de anomía jurídica internacional. Se había llegado a pensar, ingenuamente, que, desde la Guerra del Golfo de 1990, Estados Unidos venía ejerciendo la responsabilidad de una especie de custodio mundial esgrimiendo los Derechos Humanos y el Derecho Internacional al servicio de la paz global. En realidad, la Guerra del Golfo fue, como se ha comprobado, un campo de pruebas para la nueva doctrina estratégica, sus capacidades tecnológicas y los recursos militares que, finalmente, han contribuido a propiciar, 35 años después, un escenario de irrespeto de lo jurídico en el ámbito internacional. En esta lógica se explica la actitud de Donald Trump respecto a Groenlandia, Canadá, México, Panamá, Sudáfrica, Europa, Ucrania…

¿Y, qué ha ocurrido en el subsistema axiológico? El arsenal de valores creado sobre la base judeocristiana, sin necesidad de ir más lejos en el tiempo, por el humanismo y las Ilustraciones han claudicado ante la erosión de la nueva axiología tecnológica contenida en el intrincado, incontrolado, epidérmico y volátil credo difundido a través del océano oscuro de las redes sociales y medios de comunicación carentes de rigor y honestidad. Y la sutil gestión del miedo ha acabado anestesiando nuestras conciencias y sublimando el valor de la muerte ajena para conservar la nuestra como piedra angular del nuevo sistema axiológico. En un mundo, en el que todo se compra y todo se vende, hemos acabado teniendo que comprar la vida. La vida a cambio de la “seguridad” que nos ofrece la muerte (la guerra) es la lógica que inspira el rearme.

Y a ello hemos llegado tras apellidar obscenamente a la guerra como “justa”, “buena”, “humanizadora”, “por los Derechos Humanos”, “por la democracia”. De ahí que, tras un eufemismo deshumanizante, el de la seguridad, se esconden las absurdas y estomagantes cantidades de euros que a tal menester se pretende destinar por imposición del Imperio Angloamericano. Y, además, todo ello avalado por una batería de encuestas y trabajos de “investigación” sociológicos exentos de rigor, manipulados y falaces. Muerta la vida, como principio, se sacraliza la mentira que da contenido al discurso, donde el peligro de muerte se convierte en el eje que da sentido a la acción humana.

¿Y, en el subsistema social? Pues..., ¡la consolidación de la jerarquía como principio fundamental de la estructura social! Me permitiré repetir, una vez más, lo que, hace más de 15 años escribía en mi libro Algunas claves para otra mundialización: Este subsistema en el marco del capitalismo ofrece un cuadro en el que la inseguridad individual y social ha tomado carta de naturaleza, a la vez que se agudizan las desigualdades sociales al socaire de la emergencia de una clase social en la cima dominadora que se ha dado a llamar “hiperburguesía”. Esta es el fin de un nuevo feudalismo que se va consolidando en tanto se han ido asentando las redes tentaculares del entramado financiero asociadas a las nuevas élites políticas y se materializa la “reclasificación” social en un clima en el que no existe vestigio de justicia distributiva y, en donde la cada vez mayor presencia del mercado, llena el vacío que va dejando la retirada de lo público alimentando simultáneamente la segregación, la criminalidad y el desamparo de los más débiles. ¡Es el gran objetivo final cumplido: la sociedad piramidal desigual!

Es una evidencia que, con frecuencia, la historia tergiversa la verdad por el simple hecho de que la narrativa oficial la establecen los vencedores imponiendo su versión. Pero esta realidad, que se evidencia en los hechos puntuales, no nos puede inducir a ignorar u obviar la historia como gran marco de análisis. Porque, más allá de sus miserias y de sus inexactitudes, es ella –en la versión de la historia de la evolución de las mentalidades–, la que nos puede aportar una visión clara del proceso evolutivo de las sociedades y de las transformaciones en su imaginario colectivo. Y, este es uno de esos momentos en los que acudir a la historia se hace imprescindible. No existe otra manera de conocer lo que, en este momento, está ocurriendo en la sociedad occidental y en el mundo.

Es frecuente escuchar y leer a autores que pretenden hacer análisis del presente y vaticinios para el futuro afirmar que nos encontramos en una fase del capitalismo que coincide con su final. Yo no lo creo. Por el contrario, ¡es ahora cuando comienza el verdadero capitalismo!

Tras ocho siglos de existencia, a pesar de ser el perfecto, el querido por el Dios de la cristiandad, el sistema feudal había dejado de dar respuesta a las nuevas exigencias sociales en el siglo XVII, por mor de las contradicciones tanto internas como externas. Sobre sus ruinas nació el sistema capitalista. ¿Para traer la libertad, la igualdad? Aparentemente, sí. En la realidad, no. Es una evidencia que el sistema capitalista siempre tuvo como paradigma el sistema feudal. Solo se trataba de cambiar el inclino de la cúspide de la pirámide. Esto es, sustituir la nobleza por la burguesía o mejor por la “hiperburguesía”. Ha costado 500 años. Pero, ¡ahora, ya ha llegado el momento! Los bellatores (militares) vuelven a su auténtica función original y los pauperes a la de siempre, a la de sostener el sistema desde el esfuerzo y la precariedad.

Más allá de los aranceles, esto es lo que Donald Trump nos trae: el capitalismo en su versión feudal compartiendo el espacio global con el feudalismo ruso y el no menos feudalismo chino. Tres imperios que convergen en su estructura jerárquica, feudal, imperial se reparten sus respectivas zonas de influencia. Es preciso salir del shock y obrar con racionalidad. ¡Ah! y dentro del sistema capitalista. Se quiera o no –poco margen existe para el no–, formando parte del imperio angloamericano. La Unión Europea tendrá el papel que le corresponda en función del precio por el que, en su momento, vendió su alma.

Catedrático emérito de la UPV/EHU