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¿El gran fraude?

No podemos decir que los tiempos que corren sean los más propicios para generar en el corto plazo un futuro de confianza: Los nuevos liderazgos que gestionan la política mundial en función a resultados económicos, sin tener en cuenta los fuertes desajustes sociales que asolan al mundo. Los conflictos bélicos permanentes que deben sostener la importante industria armamentística, especialmente en los Estados Unidos. El cierre del conflicto palestino/israelí con fórmulas inimaginables, seguidas del intento de la resolución de la guerra entre Ucrania y Rusia, con propuestas igualmente asombrosas. En esas estamos.

¿El gran fraude?

Hay criterios que afirman que el mundo va a mejor, que el bienestar de la sociedad, en general, ha mejorado. Si, ello, si nos atenemos al PIB y a la consecuente renta per cápita, es cierto. Ha incrementado nuestra capacidad de compra, solo que, ¿se trata de compra necesaria?, o, ¿es producto de necesidades imaginarias generadas por un incesante marketing? Nadie discute que los avances científicos son permanentes, y que estos pueden mejorar el bienestar humano, en especial en lo referido a la salud; pero ¿podría afirmarse que la sociedad vive más relajada, que es más solidaria o que su interés por el conocimiento y la cultura ha aumentado?

En general podría admitirse que acuciantes problemas que sufre la sociedad están orientándose adecuadamente. Digamos: la desigualdad de género; aun cuando queden tramos de recorrido, es indudable que la situación real de las condiciones vitales de la mujer ha ido mejorando durante las últimas décadas. La ecología: nuestra Tierra ha sufrido daños que esperamos no sean irreparables y seamos capaces de reinvertir la situación. Está claro que las administraciones públicas han decretado medidas y que las empresas están siguiendo los dictados de aquellas. Habrá que ver si nosotros, los ciudadanos, somos capaces de “reciclarnos” y cumplir con nuestras obligaciones como sociedad cívica.

Pero hay un problema de significada importancia que no parece tener visos de reconducción. Es lo que el filósofo y político norteamericano Thomas Jefferson llamó “el gran fraude”: la emisión de deuda pública. Jefferson opinaba que los bancos eran un peligro, y la emisión de deuda pública un fraude monumental; pero han transcurrido más de dos siglos y está claro que las circunstancias socio económicas han sufrido importantes cambios y la economía no podría funcionar sin bancos. Pero, a pesar de ello, este es otro de los temas que parece no tener solución o al menos nadie explica cómo se pretende controlar el incesante incremento de la deuda pública.

La emisión de deuda pública a nivel mundial se estima en unos 100 billones de euros, parecida al total del Producto Interior Bruto mundial; hace unas décadas la deuda pública mundial era un tercio de la generación de riqueza. En la CEE la deuda pública se ha reducido al 82% del PIB. En el Estado español, durante el gobierno de Zapatero –hace menos de dos décadas– la deuda española rondaba los 370.000 millones de euros; hoy la cifra se cuadruplica. En la Comunidad Autónoma Vasca la deuda pública es del 15% de su PIB. El porcentual no es comparativamente elevado, pero en los tiempos de Ibarretxe era cero.

Y es que los gobiernos actuales, en cuanto algo se les cruza, tiran de deuda, contentan al personal, y asunto concluido. Pero el problema es que el asunto no está concluido, alguien tendrá que pagar la deuda. La solución es clara, el ingreso tendrá que ser mayor que el gasto durante varios decenios, y ello implica aumento de la presión fiscal y apretarnos el cinturón reduciendo el gasto. Pero el problema es que aquí nadie quiere perder poder adquisitivo; se ha creado una sociedad de hiperconsumo que no admite recortes. ¿Entonces? Y ahora, para más inri, los europeos, ante el espaldarazo de Trump, debemos incrementar el gasto armamentístico y la inversión en I+D si queremos ser autónomos en defensa y no quedar lejos de los niveles tecnológicos de los Estados Unidos y China.

Uno no es experto en economía, aunque se haya pasado la vida entre Balances y Cuentas de Resultados, pero hay que admitir que reconocidos economistas, aunque no de forma unánime, optan por la emisión de deuda pública en tiempos de crisis, a fin de impulsar la economía y sostener el empleo. Pero, por otra parte, me consta que cuando preguntamos a profesionales sobre la reconducción del asunto, no obtenemos respuesta. ¿Qué es, que esperaremos hasta que cunda el pánico, quiebren los bancos y se hunda la economía; y que luego resurjamos de las cenizas como el ave fénix?.